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A pesar de sus diferencias y conflictos de intereses o de opinión, los miembros de una sociedad que integran los diferentes partidos políticos (colorado, liberal, febrerista, otros) no deben verse como enemigos, es decir, como divididos en bandos opuestos e irreconciliables, puesto que la democracia requiere, para funcionar correctamente, que los conflictos no excluyan la cooperación, y que la cooperación no excluya los conflictos.
Por ello es este, quizás, el valor más difícil de entender y asumir dentro de las democracias modernas, pues supone dejar atrás tradiciones y actitudes no solo autoritarias, sino beligerantes, fuertemente arraigadas en la historia de la humanidad y de nuestro país, y pasar a concebir y practicar la política de un modo distinto, tolerante y racional.
Asumir entonces el valor democrático de la fraternidad supone reconocer que las contradicciones sociales, los conflictos entre grupos de interés o de opinión, o entre partidos políticos no son contradicciones absolutas, antagónicas, que solo puedan superarse mediante el aplastamiento, la exclusión o la aniquilación de los rivales, sino contradicciones que pueden y deben tratarse pacífica y legalmente, es decir, mediante procedimientos capaces de integrar, negociar y concertar soluciones colectivas legítimas y aceptables para todos. Por ello, la democracia política es prácticamente imposible cuando la gente de una sociedad se encuentra enemistada por polarizaciones extremas, y no existe la posibilidad de llegar a acuerdos y compromisos y solo queda la «solución» de fuerza, la exclusión, el aniquilamiento, el sometimiento absoluto de los derrotados, situaciones todas totalmente incompatibles con los valores democráticos en su conjunto.
Instalar y fortalecer un sistema democrático exige un aprendizaje colectivo de los valores de la estabilidad, de la paz, de la legalidad, de la autolimitación, de la cooperación y de la tolerancia. Un aprendizaje que lleva a reconocer derechos y obligaciones recíprocos, a asumir el valor de la pluralidad y la diversidad, y a renunciar a dogmas y ciegos fanatismos políticos.
Un aprendizaje sobre la democracia, en la que nadie puede colocarse por encima de la ley, en la que nadie puede pretender tener privilegios contra la mayoría, y, por consiguiente, deben respetarse plenamente los derechos de las minorías, incluido su derecho a volverse mayoría.
Si los conflictos o diferencias y la competencia nos conducen solo a la guerra, y por lo tanto, como lucha a muerte contra un enemigo irreconciliable, y no como una lucha civilizada y pacífica entre adversarios para un debate abierto y racional que nos conduzca al progreso social, estaríamos lejos de la verdadera democracia.
Fuente: SALAZAR L. Y WOLDENBERG J. 2016. Principios y valores de la democracia. Instituto Nacional Electoral INE, Méjico.