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Y así siguieron los demás animales, sin saber que cometían un gran error. Todas las sugerencias fueron consideradas y aprobadas. Era obligatorio que todos los animales practicasen todo.
Al día siguiente, empezaron a poner en práctica el programa de estudios. Al principio, el conejo salió magníficamente en la carrera; nadie corría con tanta velocidad como él.
Sin embargo, las dificultades y los problemas empezaron cuando el conejo se puso a aprender a volar. Lo pusieron en una rama de un árbol, y le ordenaron que saltara y volara.
El conejo saltó desde arriba, y el golpe fue tan grande que se rompió las dos piernas. No aprendió a volar y, además, no pudo seguir corriendo como antes.
Al pájaro, que volaba y volaba como nadie, le obligaron a excavar agujeros como a un topo pero, claro, no lo consiguió.
Por el inmenso esfuerzo que tuvo que hacer, acabó rompiendo su pico y sus alas, quedando muchos días sin poder volar. Todo por intentar hacer lo mismo que un topo.
La misma situación fue vivida por un pez, una ardilla y un perro que no pudieron volar, saliendo todos heridos. Al final, la escuela tuvo que cerrar sus puertas.
¿Y saben por qué? Porque los animales llegaron a la conclusión de que todos somos diferentes. Cada uno tiene sus debilidades y también sus fortalezas.
No podemos obligar a que los demás sean, piensen, y hagan algunas cosas como nosotros. Lo que vamos a conseguir con eso es que ellos sufran por no conseguir hacer algo de igual manera que nosotros, y por no hacer lo que realmente les gusta. Debemos respetar las opiniones de los demás, así como sus capacidades y limitaciones. Si alguien es distinto a nosotros, no quiere decir que él sea mejor ni peor. Es apenas alguien diferente a quien debemos respetar.
Adaptación de la fábula La escuela de los animales, de George Reavis.
Conversamos en círculo.
Todas nuestras diferencias nos hacen ser quienes somos: personas únicas.
Si alguien te tratara mal o te molestara, te insultara o se burlara por ser quien eres... ¿cómo te sentirías?
Sabías que las huellas dactilares son únicas y permiten identificarnos. Cada persona tiene una huella dactilar única e irrepetible, por lo que podemos decir que todos somos diferentes.