Cargando...
Oriundo de la otrora Pastoreo (actual Juan Manuel Frutos, departamento de Caaguazú), José Espínola creció en una familia amplia: sus padres y 11 hermanos. Entre montes, los chicos de aquel modesto hogar caminaban 5 km descalzos hasta la escuela. “Trabajé desde que me sentí, juntando algodón en la chacra, vendiendo frutas y leche de nuestra producción”, comenta el hoy consagrado estilista Joseph.
“Mi padre cuenta que cuando yo era chiquito y veía el avión a chorro, le decía que quería subir para recorrer el mundo. ‘¿De dónde sale este mitã’i akã guasu y pensamiento guasuete?’, se cuestionaba. Soñé con ir más allá desde niño y siempre supe que me esperaba algo grande”, asegura.
Terminó el sexto curso en su ciudad natal y buscó empleo para colaborar con la casa. Su primera ocupación fue en una desmotadora en Caaguazú y con sus ingresos iniciales ayudó a su padre a comprar unas propiedades.
Sin un guaraní en sus bolsillos, llegó a Asunción y logró ser admitido en una panadería, donde se quedaba a dormir sobre las bolsas de harina. Luego, se anotó en un curso de electricidad en el Servicio Nacional de Promoción Profesional, pero vio que no era lo suyo, pues casi se electrocutó en una práctica. Así, siguió el consejo de una tía: “Vos tenés que estudiar peluquería, ahí solo vas a apeligrar tus dedos y no tu vida”. “Aunque no me gustaba la idea, por los prejuicios vinculados a la fama de los peluqueros, estudié. Cuando hice mi primer corte, la profesora, sorprendida, preguntó si ya lo había hecho antes. Le respondí que no. Ahí me percaté de que tenía condiciones”, señala.
Estaba motivado, quería aprender rápido. Escuchó que habría un campeonato de peluqueros y fue un atento espectador del evento. “Me fijé detenidamente en cómo cortaban aquellos profesionales y me llamó la atención que muchos lo hacían sin ganas ni entusiasmo. Al verlo, pensé: ‘Acá, yo voy a ser un ingeniero en cabellos’, revive. Tras recibirse, fue a otro campeonato en Guarambaré, ya como concursante. “Hice un peinado de Cleopatra, con el que gané el primer premio”, evoca.
Estas conquistas reafirmaban el talento para los cortes y peinados, pero cuando pidió trabajo en un conocido salón de belleza de la época, lo tomaron como limpiador. La oportunidad de desplegar su don llegó de pronto, cuando la peluquería estaba abarrotada de clientas y fue una señora muy apurada por un corte. “Sin que mi patrón lo supiera, me ofrecí. Con desconfianza, la mujer accedió. ‘Te voy a hacer el mejor corte de tu vida’, le juré. Le corté, la peiné y quedó encantada. Recuerdo que le dijo al patrón que yo cortaba mejor que él. Ese día hice doce cortes y peinados”.
Intrepidez
Para julio de 1991, José había ahorrado G. 1.500.000, insuficientes para abrir un salón propio, pero se jugó igual. “El local, cercano a la terminal de ómnibus, me costó G. 900.000; el alquiler, G. 150.000. Con los G. 450.000 restantes, compré cal para pintar y del Mercado 4 traje docenas de tinturas, bigudíes, peines y cepillos, capas y toallas, lo básico. Incluso, pedí prestados una silla y el espejo. Hoy es la sede central, que creció en infraestructura y anexa salones colindantes”, menciona.
Esa peluquería y jornadas laborales de 17 o 19 horas fueron el pilar de la actual cadena Joseph Coiffure, conformada por cinco salones propios, dos en sociedad, seis franquiciados y un par en proyecto: en Ciudad del Este y Pedro J. Caballero.
Su constante capacitación en cursos en Milán, Madrid, París, Londres, Berlín o Nueva York, de donde trae las últimas tendencias del mundo de la belleza, es parte de su éxito.
Hoy, ocho de sus hermanos están en el rubro de la belleza y varios de sus 44 sobrinos prestan servicios en los salones o en el área administrativa. “Desde chicos, los niños de la familia dicen que quieren trabajar con su tío Joseph”, revela satisfecho.
nperez@abc.com.py