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Todo el tiempo estamos tomando decisiones. Desde simples, como elegir qué comeremos, hasta complejas, como la compra de una casa. Lo hacemos evaluando certezas e incertidumbres; la gratificación a corto plazo vs. la de largo plazo. Pueden ser acertadas o no, pero por más simples que sean, la mayoría de las decisiones contemplan la posibilidad de que algo ocurra, y la probabilidad de que algo ocurra es incierta. ¿Lloverá esta tarde? ¿Qué le gustará cenar a mi pareja hoy? ¿Cuál es la probabilidad de que se incendie mi casa y deba tener un seguro?
En principio, y según la utilidad desarrollada en 1738 por el matemático suizo-holandés Daniel Bernoulli, es posible tomar todo tipo de decisiones correctamente. La idea resulta relativamente simple. Cada vez que estamos ante una decisión con alternativas inciertas, la utilidad esperada de cada una de nuestras acciones es igual al producto entre el valor que nos genera un posible resultado y la probabilidad de que eso ocurra. Por ejemplo: ¿participarías de un juego por USD 4 cuyo premio es USD 10 cada vez que al arrojar una moneda cae con la cara hacia arriba? Probablemente, la mayoría está dispuesta a jugar porque el resultado es USD 10 y la probabilidad de ganar es ½, con lo cual el valor esperado es de USD 5, que representa USD 1 más que el valor inicial. Esto dependerá del valor subjetivo que tenga el premio para ustedes.
El problema es que, pese a la predicción de la teoría macroeconómica, a veces los seres humanos no somos racionales. La teoría de prospectos, que le valió un Nobel a Kahneman, predice, entre otras cosas, que las pérdidas “nos duelen” mucho más que las ganancias. Así, no necesariamente estoy dispuesto a aceptar una apuesta con una pérdida segura de USD 4 y una ganancia incierta de USD 10.
Los problemas que enfrentamos cotidianamente pueden ser muy complejos, y se torna muy difícil analizar objetivamente todos los atributos, variables y posibles resultados de una decisión. A veces, tampoco disponemos del tiempo suficiente para determinar cuál es la mejor alternativa. Por suerte, nuestro cerebro está diseñado naturalmente para reducir dicha complejidad empleando dos tipos de procesos mentales: el rápido (sistema 1) y el lento (sistema 2).
¿Analíticos o intuitivos?
Nuestro cerebro procesa la información e interpreta la realidad de dos maneras muy distintas.
1) Por un lado, si ponemos el caso de una señora que sostiene en una mano una manzana y, en la otra, una porción de torta de chocolate, es probable que dude entre ambas opciones. Probablemente, prefiera el chocolate, pero también le preocupa mantener su figura. Es lo que conocemos como el pensamiento rápido.
2) Por otro lado, frente al siguiente problema matemático: 13 x 27, ocurre algo diferente. Si intentamos resolverlo, nuestros músculos se contraerán, las pupilas se dilatarán y hasta el ritmo cardíaco aumentará. Si hicimos bien las cuentas, la respuesta resulta ser 351.
El sistema 1 es rápido, intuitivo y opera automáticamente; lo hace casi sin ningún esfuerzo y sin ser controlado voluntariamente. El sistema 2 requiere atención y actividades mentales que involucran esfuerzo. Es lento y analítico, y se ocupa de los cálculos complejos.
La forma en la que percibimos la realidad está fuertemente influenciada por estos dos sistemas. Por ejemplo: si miramos los círculos dentro una figura, parecerían tener distinto tamaño, pero si los medimos, son exactamente iguales. Tal vez peor: aun sabiéndolo, el sistema 1 sigue percibiéndolos diferentes.
Pese a que nos atraiga pensar, que el sistema 2 está a cargo, la verdad es que el sistema 1 no solo modifica la forma de pensar sino que también afecta nuestro comportamiento, incluso muchas veces inconscientemente.
El sistema 1 trata siempre de elaborar una respuesta lo más rápida posible, fundamental para la vida cotidiana. Imaginate lo que pasaría si para cada actividad usáramos todo nuestro esfuerzo mental. Este sistema también reduce la complejidad de nuestras decisiones mediante atajos llamados heurísticos. Se trata de caminos alternativos, más cortos, que utiliza nuestra mente para tomar decisiones de forma más eficiente y frecuentemente con resultados satisfactorios, aunque también puede llevarnos a cometer errores.
Mejorando la decisión
Finalmente, no importa cuán racionales seamos o creamos serlo, nadie está exento de las limitaciones de la mente humana. Todos tenemos recursos cognitivos limitados, nos cansamos cuando hacemos trabajar al sistema 2 con demasiada frecuencia y simplificamos nuestra vida con heurísticas, errando a consecuencia de sus sesgos.
La pregunta es: ¿cómo mejorar nuestras decisiones? A priori, sería incrementando el uso del sistema 2, atenuando nuestras emociones y el juicio automático. También podemos emplear metodologías que reemplacen la intuición por el análisis formal: explorando las variables en juego, atendiendo su peso específico en cada decisión y evaluando las alternativas, juzgando nuestras decisiones, “poniéndonos” en el zapato del otro, y pidiendo feedback de nuestros pares.
Probablemente, el desafío más grande es encontrar un balance, sabiendo cuándo nos conviene simplificar nuestras decisiones o cuándo vale la pena poner en uso el sistema 2, porque aunque simplificarlas y automatizarlas es sumamente necesario y eficiente, también puede ser bastante arriesgado. ¿No les parece?
mschleicher@iae.edu.ar