Talvi: “El Mercosur no sirve como está”

El Mercado Común del Sur (Mercosur), tal cual está actualmente, no sirve a los países que lo integran, porque se encuentra aislado del mundo, según el analista internacional Ernesto Talvi. Considera que Brasil debe liderar un cambio radical para enlazar la región a la nueva geografía de integración de los megatratados.

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Es uruguayo y visitó nuestro país para tomar parte del evento denominado Convención Paz Global, que se desarrolló en la ciudad de Luque. Es un reconocido profesional, director académico del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), que permanentemente lanza análisis y emite opiniones sobre la realidad de Latinoamérica y el mundo, así como de la situación particular de algunas naciones. En esta entrevista, se refiere al presente de América Latina y con más detalles a lo que está ocurriendo en el Mercosur. Advierte de los procesos de integración en el mundo, y del impacto que podrían tener en el Paraguay y sus vecinos.

¿Cómo ve Latinoamérica, fundamentalmente, en el ámbito económico? Estamos en un proceso de enfriamiento, después de una década casi soñada, con crecimientos supersónicos de China, precios de las materias primas que exportamos y vendemos subiendo ininterrumpidamente, abundancia de capital y recursos financieros muy baratos que posibilitaron un extraordinario crecimiento, pero todo eso se terminó. Estamos ante un estancamiento circular en las economías avanzadas, una desaceleración muy marcada en China, caída en los precios de las materias primas y el fin del ciclo del dinero barato, aunque para eso aún falta un poco, que ha llevado a un enfriamiento muy significativo en la mayor parte de las economías de la región y en algunas, como Argentina y Venezuela, incluso a una recesión y crisis.

¿Podemos aventurar una crisis a nivel Latinoamérica o crisis puntuales en algunos países? Es importante decir que América Latina no está en crisis, sino que la velocidad de crucero ha disminuido sustantivamente; entonces creceremos mucho más lento en relación con aquello a lo que nos habíamos acostumbrado en los últimos 10 años, pero seguiremos creciendo. Eso no descarta algunas crisis puntuales, como las que se están produciendo en Argentina y Venezuela, pero diría que la regla general para países como Chile, México, Perú, Colombia, Uruguay, Paraguay e incluso Brasil, relativamente bien manejados, la tónica será más bien de un crecimiento mediocre.

En el caso de Argentina, ¿cómo ve la situación? ¿Hay una crisis en puerta? Argentina ya está en recesión, tiene un déficit fiscal que debe financiarse con emisión monetaria y, por ende, alta inflación; salidas de capitales, pérdidas de reservas, está en default. Podemos decir que si bien no es una crisis aguda, está en crisis. Pero no es que América Latina no haya visto el tipo de crisis que hoy tiene Argentina; es una crisis que nos trae reminiscencias de los años 80 y que, con un vuelco de timón, devuelven algún halo de racionalidad y razonabilidad a la política. Se puede restituir la credibilidad, no digo de la noche a la mañana, pero con relativa facilidad. Veo con cierto optimismo que Argentina vaya a tener una renovación política y que todos los seguidores de la presidenta Cristina Fernández tienen propuestas que lucen más razonables, y que pueden crear un vuelco en la credibilidad y mejorar la situación de una manera más o menos importante.

¿Cómo observa el caso de Venezuela? Es mucho más complejo. Yo diría que varios órdenes de magnitud más complejo, no solo cuantitativamente. Venezuela tiene un déficit fiscal gigantesco y será aún más gigantesco con el precio del petróleo a USD 75. Creo que, a diferencia de lo que ocurre en Argentina, hay un quiebre en la institucionalidad misma, es decir, en el proceso de toma de decisiones, que torna más difícil divisar una salida que puramente sea restituir la confianza en la conducción económica.

En el caso de Brasil hay analistas que hablan de que presenta síntomas similares a los de Argentina, pero en menor magnitud. Brasil está muy lejos de estar en un problema como el de Argentina, pero no está lejos de tener algún problema si no actúa a tiempo. En este momento, Brasil está creciendo muy poco. La desaceleración y el enfriamiento, sumados al alza en las tasas de interés, es la combinación que produjo un deterioro fiscal que, de no corregirse rápidamente, llevaría a que Brasil pierda su categoría de grado inversor. En otras palabras: el acceso fluido y barato al crédito que aún conserva. Mi impresión es que el nuevo gobierno de Dilma ha internalizado esa situación e irá por el rumbo de la ortodoxia en esta materia.

¿Sirve el Mercosur o no? Así como está, no le sirve a nadie. Tenemos 11 países de la región que tienen acuerdos bilaterales con los Estados Unidos; los de la Alianza del Pacífico, Centroamérica y República Dominicana. Siete de ellos tienen acuerdos con Canadá. Significa que si uno mira Centroamérica, República Dominicana y la región del Pacífico, ve una región extraordinariamente entrelazada con el norte próspero, rico y ahora en recuperación por la vía de acuerdos bilaterales. Si uno mira el Mercosur, ve que estamos completamente aislados de toda red de integración comercial relevante en un momento en el que los Estados Unidos está, además, negociando un megatratado transpacífico con los países del Asia y un megatratado transatlántico con los de Europa.

¿Cuál es la salida del Mercosur? El Mercosur, de una vez por todas (y en esto Brasil debe asumir el liderazgo), debe incorporarse definitivamente a la nueva geografía de la integración global de estos megatratados.

¿Hay posibilidades con estos mismos gobiernos? Las posibilidades más importantes vienen por el cambio dramático que vivó el sector privado brasileño. Hace unos años, la federación de industrias de São Paulo y Minas Gerais era defensora de un status quo proteccionista; hoy, se dan cuenta perfectamente de que están quedándose aislados de todos los acuerdos relevantes, al margen de los encadenamientos productivos internacionales, y cambiaron completamente la postura por una más integracionista y aperturista.

¿El sector privado sería el que podría presionar? Eventualmente, la presión del sector privado puede crear una dinámica favorable a que la posición de Brasil, habitualmente reacia a integrarse a estos procesos, cambie y, con ello, la suerte de los países más chicos del Mercosur, como Paraguay y Uruguay. Como países pequeños, nos estamos quedando aislados detrás de la muralla que nos han creado Brasil y Argentina.

¿Qué puede pasar si eso no ocurre? Lamentablemente, a la luz de la nueva geografía de las nuevas negociaciones comerciales y los megatratados que se están gestando, el surgimiento de la Alianza del Pacífico, que es un tratado 2.0 de última generación y que ha creado un bloque de un tamaño equivalente a la economía brasileña, pero con conexiones con el mundo desarrollado, vamos a quedar aislados, vamos a perder acceso preferencial a mercados y se nos hará cada vez más difícil colocar nuestra producción, la que ya producimos e integrarnos a nuevos proceso y encadenamientos productivos internacionales.

¿Este buen momento económico que ha tenido América Latina en los últimos años ha sido beneficioso en materia social? No le quepa duda de que sí. América Latina, especialmente Sudamérica, tuvo una década formidable del crecimiento de la producción y los ingresos; también de los ingresos públicos, que han permitido políticas activas de redistribución. Eso ha sacado a millones de personas de la pobreza y han ingresado a una todavía frágil, pero clase media al fin. La mejora social se nota en el bolsillo de la gente, pero siempre digo que no es lo mismo mejorar los ingresos que la capacidad de generar ingresos. América Latina mejoró porque lo que vendemos nos lo pagaban muy caro y los recursos que usamos para producirlo, de capital y financiero, nos costaron muy baratos. Pero nuestra capacidad de generar ingresos, que está determinada por el nivel educativo de nuestra fuerza de trabajo, en la última década prácticamente no ha cambiado. En América Latina, hoy el 50 % de los jóvenes de 15 años, que están a un paso de entrar al mercado de trabajo, en las pruebas estandarizadas externas de conocimientos no reúnen las destrezas mínimas para insertarse productivamente en la vida laboral y la sociedad del conocimiento.

¿Dónde fallamos ahí? Creo que tuvimos éxito en ampliar el acceso a la educación, la cobertura, recursos para aumentar la inversión, y fallamos en la calidad y pertinencia de la educación para integrar a los jóvenes a trabajos formales. Ese fracaso que hemos tenido en materia educativa ha ocasionado que, aun con un boom económico espectacular, todavía mantenemos núcleos duros de exclusión que condenan a la gente a vivir en la informalidad con sueldos bajos, sin protección social, o a depender de la caridad del Estado que siempre puede caer en la tentación del clientelismo o a decidir por el delito, especialmente el más redituable: el tráfico y la distribución de drogas como forma de vida. Si a través de mi trabajo formal no puedo apropiarme de parte del progreso de la sociedad, encuentro en el delito una forma alternativa de hacerlo.

¿Cómo ve a Sudamérica para jugar el partido de los grandes países? ¿Es correcto seguir con la producción de alimentos como hasta ahora, en la que estamos perdiendo con la tecnología y la innovación? Veamos los grandes productores mundiales de alimentos: Nueva Zelanda, Australia producen soja, carne, un montón de productos agropecuarios, pero también generan productos altamente sofisticados. No es que los países de base agropecuaria o agroindustrial dejan de serlo cuando se transforman, sino que amplían la gama de productos hacia rubros crecientemente sofisticados, que requieren mano de obra altamente calificada y tecnología de punta.

¿Estamos siguiendo ese camino o mantenemos el perfil en el que estamos perdiendo? Estamos incorporando avances tecnológicos extraordinarios. Lo vimos en toda la región; en el Paraguay también es la soja. La productividad por hectárea mejoró notablemente gracias a la incorporación de tecnología de punta que otros inventan y otros nos venden. Introducimos tecnología para producir un commodity, cuyo precio no depende de nuestra inteligencia, marketing o capacidad de diferenciarlo y, lamentablemente, en la medida que no resolvamos el problema educativo, en que no tengamos una fuerza de trabajo capaz de coexistir con la alta tecnología para producir cosas más sofisticadas, seguiremos dependiendo de productos primarios, pero produciéndolos con más eficiencia y tecnología. Aun así, no dejan de ser productos cuyos precios están fijados en otros mercados y cuyo control está fuera de nuestra órbita.

¿Cómo jugará China el partido? China, lamentablemente, no solo se está desacelerando, sino que tendrá una desaceleración significativa, pues el modelo exportador en base al cual creció durante 20 o 30 años se terminó. En los últimos años ha crecido en base a inversión inmobiliaria en construcción que nadie compra, en ciudades fantasmas y en proyectos de infraestructura de dudosa rentabilidad social ejecutados por gobiernos locales. La contrapartida de toda esa inversión inmobiliaria de infraestructura poco redituable es el crédito bancario que será incobrable. Si China sigue ese camino, terminará arruinando su sistema bancario. El Gobierno chino lo tiene muy claro: es un camino por el que no puede seguir, y en la medida que el mundo desarrollado tarde en recuperarse, veremos un enfriamiento y, por ende, una reducción significativa en el precio de las materias primas.

rsosa@abc.com.py

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