Pensar en verde

Desde que fundó Interrupción, Diego González Carvajal se propuso, a partir de la producción de frutas y verduras orgánicas, cambiar las reglas de la alimentación guiado por dos premisas: el comercio justo y la sustentabilidad.

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Tenía la idea de crear una institución similar a una oenegé, pero también le interesaba la Economía, que entonces estudiaba en la universidad. Y, aunque quería ocuparse de cuestiones públicas, se resistía a tomar la decisión de trabajar en el Estado y tampoco estaba dispuesto a limitarse al sector privado. “Aspiraba a juntar lo público y lo privado en un solo espacio” cuenta Diego González Carvajal, quien acaba de cumplir 36 años. “Pretendía usar las herramientas de una empresa con un fin social. Crear un mecanismo de mercado que tuviera en cuenta sus costos sociales y ambientales”. Se preguntaba si algo así era posible. En el 2000, cursando la carrera, se le ocurrió el proyecto de Interrupción. Cuatro años después fue elegido por Ashoka como emprendedor social, por haber creado las condiciones para un nuevo paradigma de consumo, mediante acuerdos entre productores y consumidores, con el fin de lograr un desarrollo sostenible. Según el balance del 2013, su compañía facturó USD 40 millones. Tiene 35 empleados repartidos en oficinas en los Estados Unidos, Argentina, Perú y Chile, y más de 8000 trabajadores asociados. “En el 2014 generamos USD 1 millón en primas de salud y educación para las asambleas de trabajo y comercio justo”, dice con evidente orgullo.

Inicialmente, Interrupción no era la empresa que es hoy. ¿Cómo fue encontrando el rumbo? Los primeros años, de 2000 a 2005, fueron muy difíciles, sobre todo porque había una idea central, pero los proyectos que encarábamos no se interrelacionaban. No le encontrábamos la vuelta al modelo de negocios. En el 2005 descartamos mucho de lo que hacíamos para centrarnos en la agricultura, que ya veníamos desarrollando. Nos enfocamos en esta porque Sudamérica ocupa un lugar privilegiado en la economía mundial de la producción de alimentos. La estrategia fue muy precisa: que la industria internalizara los costos ambientales y sociales, y cumpliera con estándares muy claros en términos de comercio justo, en lo social, orgánico y ambiental. Esos estándares, más la biodinámica, fueron las grandes diferencias con cualquier otra empresa dedicada a exportar frutas y verduras.

¿Cómo son las prácticas en la industria tradicional? Hoy, la agricultura produce alimentos genéticamente modificados que, en ciertos casos, el cuerpo humano no puede procesar, lo que causa enfermedades. Además, el uso de pesticidas y químicos contamina el medioambiente; se emplean químicos para conservar las frutas. Hay uno, por ejemplo, que parece “embalsamar” a las manzanas y detener su crecimiento. Cuando alguien come una de esas manzanas, come una hormona que frena el crecimiento, lo que no solo genera problemas ambientales, sino también en la salud.

¿Qué propone Interrupción? La diferencia fundamental reside en el comercio justo. Los productores asisten a una asamblea de trabajo y, tras identificar qué tipo de problemas hay en su comunidad y en la sociedad, establecen un plan. El precio que se les paga permite condiciones de vida dignas y con mayor calidad a través de los años. Cuidamos el medioambiente porque no se usan pesticidas ni químicos. Finalmente, está la biodinámica, un sistema que enseña a emplear diferentes tipos de hierbas para la conservación. Varios estudios indican que las técnicas biodinámicas logran que las frutas y verduras se conserven mejor que las que tienen agroquímicos.

¿Tampoco usan fertilizantes químicos? No. Optamos por el compost. Es decir, los residuos orgánicos que, al enterrarse, son “trabajados” por bacterias, lombrices y excrementos de animales. Todo eso, al fermentar, produce un tipo de fertilizante natural, cuyo rendimiento es igual al de otros fertilizantes químicos. Se emplea para hacer crecer otras verduras, formando un ciclo virtuoso que favorece al medioambiente. Es muy interesante porque no genera basura. Hoy es un poco más caro producirlo, pero cada vez será más barato. En Argentina estamos tratando de armar un proyecto que consiste en retirar los restos de vegetales de los restaurantes y llevarlos al compost de nuestras huertas. Así, no solo contribuimos a reducir la basura, sino que esos restos vuelven a la sociedad como alimentos.

¿Ustedes desarrollan las granjas de cultivo o se suman con sus técnicas a las existentes? Depende. En ocasiones, ayudamos a formar una cooperativa; en otras, ya está formada. Analizamos si el comercio es justo, y aplicamos nuestras técnicas para mejorar la calidad. La certificación del comercio justo es internacional y se aplica a empresas, organizaciones privadas, con leyes regulatorias.

En los últimos años se percibe un auge de la comida orgánica. Así es. En los sectores sociales medios y altos, la tendencia a la comida orgánica es obvia, pero no en todos los países aún ni a escala masiva. Hay mucho marketing de parte de las empresas que venden alimentos transgénicos para convencer de que no es necesario comer sano. Además, algunas dicen vender algo orgánico cuando no lo es. Por eso, es crucial saber que hay una certificación que avala productos producidos sin químicos y mediante prácticas orgánicas. No obstante, creo que existe mayor conciencia sobre la importancia de alimentarnos mejor. Imagino el crecimiento de lo orgánico como algo no promovido por una corporación, sino por el reconocimiento de mucha gente que ve sus beneficios reales. Soy muy optimista.

¿En qué basa su optimismo? En varias razones. La comida orgánica es más sabrosa. En otros países se ven muchas tiendas que venden productos orgánicos; hasta los supermercados se han sumado. En Latinoamérica aún no, pero hay sitios de internet y ferias especiales, y los consume cada vez más gente. De hecho, se crean grupos de consumidores que comparten información y alimentos. Hay mucha diversidad de oferta, comparándola con unos años atrás.

Ahora, incluso, se considera a lo orgánico como un buen negocio... Sí, por los problemas de salud que causan los alimentos genéticamente modificados, cuyos tratamientos deben costearlo las propias empresas. Si en los Estados Unidos –donde gran parte de la población padece obesidad, fundamentalmente por lo que consumen (comidas saturadas de grasa, azúcar y químicos)– alimentación fuese sana, el gasto de salud sería mucho menor. En otros, como Rusia, el Gobierno subsidia las frutas y verduras.

Debido a los altos precios de la comida orgánica, por ahora, solo está destinada a quienes puedan pagarla. ¿Qué puede hacerse al respecto? Cuando haya más cultivos orgánicos, los precios se van a nivelar y toda la sociedad va a empezar a consumirla. Ya está ocurriendo. La meta es tratar de abaratarlos y competir con otras empresas. Hay avances. Argentina, por ejemplo, tiene una ley orgánica muy buena.

¿Cuáles son sus próximos objetivos? Un gran desafío es tratar de transportar los alimentos sin contaminar el medioambiente, el otro se vincula con la comunicación. Hoy, muchas empresas empiezan a vender productos orgánicos como un mandato de responsabilidad social. Mi meta personal es que la alimentación sana tome relevancia en el grueso de la sociedad, estoy convencido de que a la enorme mayoría no le importa que un alimento esté genéticamente modificado. El problema es que las consecuencias son a largo plazo; no inmediatas, pero cuando salen a la luz diferentes casos, automáticamente aumenta la conciencia en la gente. Por eso, es vital que estos temas ocupen más espacio en los medios y en áreas de interacción social.

¿Por qué Interrupción, que opera ya hace 10 años, siempre tuvo tan bajo perfil? Es cierto que en términos de comunicación, marketing y prensa no hicimos mucho, pero también tuvimos mucho trabajo para establecer el negocio. El poco presupuesto para marketing lo destinamos a la comunicación en las góndolas, en las cuales el consumidor final toma la decisión de compra. A corto plazo, la apuesta es estar más presentes en ferias orgánicas (que cada vez son más), en los medios y supermercados. Es todo muy nuevo. Tuvimos que ir aprendiendo mientras crecíamos.

¿Cómo ve el panorama del ecosistema emprendedor en la región? Advierto un espíritu emprendedor muy presente, aunque aún hay mucho por hacer. Por ejemplo, creo que falta encarar los planes con una visión regional; me refiero a Latinoamérica, sin cerrarnos a un solo país, porque en un mercado muy chico no es posible aplicar economías a grandes escalas. Otro tema que no contribuye al desarrollo es el escaso financiamiento.

¿Qué proyectos lo entusiasman? Creo que las tecnologías que les aporten servicios a industrias, como las de la alimentación y la energía, son las que tienen más futuro. También hay mucho espacio para emprendimientos en vivienda, salud y educación. Mama Grande, una empresa social de biotecnología; Energe, de energía renovable, y Tesla Motors me parecen los más interesantes.

Círculo virtuoso

Interrupción es una empresa social fundada a principios del 2000 que exporta alimentos orgánicos —principalmente frutas y verduras—, y desde hace un tiempo también cereales. La idea rectora es “interrumpir” a los consumidores en el supermercado para ofrecerles una nueva opción de alimentos saludables, cuya elaboración no daña el medioambiente y tiene un impacto positivo en las comunidades que los producen.

La misión empresarial está escrita en su web: “Construir un futuro mejor a través del consumo responsable, el desarrollo sustentable, las granjas orgánicas y el comercio justo”. Para eso trabajan directamente con pequeños y medianos productores de diferentes regiones de América Latina y se preocupan por contribuir a una mejor calidad de vida de los agricultores, así como por mantener una tierra saludable para la siembra y cosecha de frutas y verduras.

“Como organización estamos comprometidos con la calidad, transparencia, generación de empleo y sustentabilidad”, explica su fundador, Diego González Carvajal, quien estudió economía en la Universidad Di Tella e hizo un MBA en el IAE. Y añade: “Establecimos Interrupción con el principio básico de que podemos lograr una nueva economía socialmente responsable si cambiamos la manera en que las organizaciones y los individuos ven sus roles en la sociedad. Esa economía se compone de cadenas de suministro totalmente sostenibles, que elaboran productos de alta calidad mientras se generan resultados sociales positivos”.

“Nuestro catálogo comenzó con mermeladas de bayas y velas perfumadas. Más adelante, centramos los esfuerzos en el abastecimiento y la exportación de frutas y verduras frescas. Trabajamos muy de cerca con nuestras granjas asociadas y les proporcionamos asistencia para el desarrollo. También promovemos el consumo consciente y la defensa de los consumidores”, concluye.

Fuente: HSM Group // www.wobi.com

Fotos: HSM Group // Eduardo Rembado

Periodista y colaborador de WOBI.

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