Illuminati

Fueron seleccionados para estudiar en la Singularity University entre miles de postulantes. Viajaron al futuro en el corazón de Silicon Valley, donde reina el espíritu de que todo es posible. Y dicen que esa experiencia les cambió para siempre.

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Más allá de sus mentes privilegiadas, los distinguen el entusiasmo y la curiosidad. De los cinco continentes, algunos llegaron a la Singularity University (SU) con larga trayectoria en el mundo de los negocios, otros con inquietudes sociales. Pero todos tienen en su ADN un gen emprendedor, y de la SU partieron con un propósito ambicioso: impactar en la vida de 1000 millones de personas, en un plazo de 10 años.

Vivek Wadhwa, vicepresidente de Innovación en la SU, está convencido de que los avances revolucionarios llegarán con los emprendedores. Por lo tanto, nada mejor que saber lo que piensan y hacen algunos de ellos.

El cielo es el límite

Nacido en Buenos Aires, Emiliano Kargieman contó la anécdota centenares de veces. Tenía ocho años al entrar en la memoria de la computadora Sinclair 2068, regalada por sus padres. “Aprendí a programar para que me diera más ‘vidas’ en el juego Invasión extraterrestre”, recuerda. A los 15, estaba en marcha su primer emprendimiento: un software para que los pequeños negocios llevaran su contabilidad. Estudiando matemáticas dio a luz Core Security, una empresa de seguridad informática convertida en multinacional. Formó un fondo de inversión: Aconcagua Ventures. A fines de 2008 quería fundar otra firma. “Venía pensando en el enorme potencial de la producción agrícola argentina, a la que era necesario transformar para aumentar su rendimiento, sobre todo porque en las próximas dos décadas habrá que alimentar a 10.000 millones de personas. Me preocupaba otro problema vinculado con la producción de alimentos. Si consideramos que se gastan 40 o 50 calorías de combustibles fósiles por cada caloría de comida, nos damos cuenta de que a largo plazo no es una industria sustentable. Me parecía que la solución dependía de la tecnología”.

Durante un viaje a California, supo que en San José habría una convención en la que hablaría Vernor Vinge, escritor de ciencia ficción que le gustaba. Fue su primer contacto con la SU; pasarían dos años hasta que se postulara. “Fui con ideas vinculadas a los problemas del agro y terminé haciendo satélites”, dice con una sonrisa en el rostro.

Hoy preside Satellogic, la empresa que fabricó y puso en órbita tres nanosatélites de industria 100 % nacional. El primero, lanzado en abril de 2013 desde el Centro Espacial de Jiuquan, China, fue Capitán Beto, en alusión al tema del Luis Alberto Spinetta, cuyo nombre técnico es CubeBug-1. El segundo, CubeBug-2, apodado Manolito en honor al personaje de la historieta de Quino, subió al espacio en noviembre de ese mismo año. Y el tercero, BugSat-1, con el sobrenombre de Tita, apodo de la cantante Laura Ana Merello, se lanzó desde el cosmódromo ruso de Yasni a mitad de junio de ese año. El software y el hardware son de plataforma abierta, diseñados y construidos por físicos, ingenieros y especialistas, cuyo promedio de edad es menor a los 30 años.

Fueron concebidos para la observación del clima y la atmósfera de la Tierra, prueba de sensores y nuevos materiales, investigaciones biológicas. Si bien el BugSat-1, que pesa 25 kg, sigue en etapa de prototipo, será el primero de una nueva serie con servicios comerciales: desde toma de imágenes en alta resolución hasta geolocalización, transmisión de tevé o detección de parámetros ambientales. Lo más importante es que “su costo es entre 100 y 1000 veces inferior al de un satélite convencional”, dice Kargieman.

El proyecto nació de su curiosidad. La SU está emplazada en un predio de la NASA, y Kargieman esperaba encontrar allí el estado del arte de la tecnología aeroespacial. Advirtió que tenía mucha mayor capacidad de procesamiento y de cómputo en su celular que la que había en los satélites. Descubrió que, a diferencia de lo que había ocurrido con la informática, una tecnología de la que se apropiaron individuos y firmas privadas hasta llevarla a la revolución de las PC y a millones de dispositivos en red, la industria aeroespacial seguía bajo el dominio de los gobiernos, con pocos avances. “Lo cierto es que hacer tecnología para el espacio es complejo; hay radiación y ciclos térmicos muy rápidos que desgastan los materiales. Si algo se rompe, no se puede enviar a un astronauta con una llave inglesa para arreglarlo. Agencias gubernamentales, como la NASA, carecen de incentivos para innovar. Se limitan a que la tecnología funcione confiablemente. No pueden permitirse que falle una misión espacial. Las barreras de entrada a la industria eran altas”.

Pero bajaron para quienes, como Kargieman y su equipo, aprendieron a diseñar sistemas en una PC, mandar a fabricar prototipos y probarlos varias veces, todo velozmente. “Me propuse lograr una infraestructura distribuida en el espacio, donde cada componente fuera muy económico, pero que resultara confiable y pudiera utilizarse para brindar un servicio desde el espacio. Diseñé los conceptos iniciales durante el programa de la Singularity, en los ratos libres”, explica.

En 2011, volvió a Argentina para armar el proyecto. Logró que el Ministerio de Ciencia y Tecnología aportara los fondos iniciales y cerró un acuerdo con INVAP, en Bariloche, cuyos directivos le abrieron las puertas para incubar su idea. Allí, con Gerardo Richarte, su socio en anteriores emprendimientos, armó el primer equipo de Satellogic. En 2013, decidieron trasladar la sede a Buenos Aires, porque era más fácil conseguir empleados y se avecinaba la construcción de prototipos.

El último lanzamiento de Satellogic coincidió con la noticia de que Google había comprado Skybox, firma que desarrolla satélites con una visión similar, pero mucho más caros. “La red de sensores que estamos armando, en principio para capturar imágenes de la Tierra, ayudará a las empresas a interpretar esa información y decidir en tiempo real sobre los principales problemas de los próximos 20 años: la producción y distribución de alimentos, la generación y distribución de energía y la gestión de recursos naturales, en general, pero particularmente el agua. Por eso, además de lo divertido que es poner satélites en órbita, es importante porque impactará positivamente en la vida de 1000 millones de personas. Empecé en 2010, debo lograr esa meta antes de 2020”, dice.

Más veloz que la luz

En marzo pasado, Tech Republic publicó la lista de las 10 empresas que experimentan con tecnología de impresión 3D de forma innovadora. En el 6.º puesto, tras gigantes como GE, Boeing, Ford y Nike, ubicó a DIY Rockets, la compañía que encabezan Diego Favarolo y Darlene Damm, creada para bajar el costo de la exploración del espacio, apostando al crowdsourcing, a inicios de 2013 lanzó un concurso que premiaría con USD 5000 a quien desarrolle el mejor motor de cohetes impreso en 3D. El único requisito: que sea de código abierto. En julio de ese mismo año, DIY Rockets anunció al ganador: Stratodyne. “Apostamos a que algo tan complejo valdría muy poco pues se transformaría en un archivo de computadora”, indica a WOBI. “Para testear el sistema debíamos hacer ruido”, añade. Lo lograron. Además de la cobertura en los medios, Favarolo fue nominado para el World Technology Awards, en la categoría Space, con Peter Diamandis, socio de Richard Branson en Virgin Galactic, Elon Musk, el CEO de SpaceX, y William J. Borucki, quien en la NASA lideró varias misiones espaciales. “Lo ganó Borucki, pero el hecho de estar entre esos monstruos me sirvió como validación. Desde entonces estoy concentrado a full en mis proyectos, a semanas de empezar a apretar botones y que se vea qué hacemos. Vine a Mountain View para jugar la copa del mundo”.

Nacido en Buenos Aires, Favarolo tiene solo 34 años y un historial impresionante: a los 19, con cuatro socios, fundó Bumeran, el mayor sitio web de búsqueda de empleos de Latinoamérica, vendido a Telefónica de España en 2000. Favarolo pasó tiempo en EE.UU., “pensando cómo invertiría mi cerebro”, dice. Al cruzarse con quien sintetizó una molécula para matar microorganismos, detectó potenciales aplicaciones en el cuidado de la salud y la industria alimentaria. Así nacieron Nautor Pharma y Control Micro.

En 2011, se postuló para estudiar en la SU. “Te instalan la última versión del sistema operativo del cerebro, lo más avanzado del conocimiento, y empezás a pensar con nuevas variables”. Lideró un proyecto que se convertiría en Matternet, una red de vehículos aéreos no tripulados. Se desvinculó porque quería avanzar en su plan original, más grande y complejo. En eso está, armando Disruptive Labs, en que se incubarán organizaciones con foco en energía, inteligencia artificial, robótica, salud y alimentos.

El 25 de junio recibió la bienvenida del Consultative Committee for Space Data Systems, organismo que nuclea a todas las agencias espaciales del mundo, a DIY Rockets como asociado. “Fue clave, porque tenemos diseñada y lista para activar la primera red espacial abierta con conexión al espacio, durante 24 h desde cualquier lugar de la Tierra”.

La frase de Favarolo en el sitio web de DIY Rockets sugiere un desafío mayúsculo: “Desde muy chico, el límite de la velocidad de la luz para desplazarnos por el espacio me molestaba. Pensaba que necesitábamos otra lógica para saber qué hay más allá. Llevo nueve años en esto con un amigo de Stanford, especializado en física cuántica, juntando teorías de varios científicos. El mexicano Miguel Alcubierre desarrolló ecuaciones para que, respetando la teoría de la relatividad, se pueda desarrollar una velocidad aparente superior a la de la luz. Aunque parezca fantasía, podríamos llegar a otra galaxia en un viaje de dos semanas y no en 17.000 años”.

Embajadores

Guiada por el objetivo de que la representen mundialmente, la SU eligió a exalumnos de sus programas como embajadores. Son más de 50 en 40 países, y deben relacionarse con líderes de negocios y gubernamentales para identificar oportunidades de asociación, recaudar fondos, organizar encuentros y coordinar las Competiciones de impacto global.

En Argentina, Santiago Bilinkis fue honrado con ese cargo. Se define como “emprendedor serial y adicto a la tecnología”. A los 25 años fundó la primera firma con su amigo Andy Freire: Officenet, que en 2004 fue adquirida por Staples. Después, se embarcó en otros proyectos: Wanako Games, Otro Mundo, Restorando; y tras haber participado en un programa de la SU, recorre países de la región dictando la conferencia El futuro del futuro, centrada en el impacto de los cambios que se avecinan.

Julián Ugarte, diseñador industrial y emprendedor social, es el actual director ejecutivo de SocialLab, el centro de innovación de Un Techo para Chile, conocido como Techo por haberse extendido a toda Latinoamérica y el Caribe. Desde SocialLab, Ugarte busca crear soluciones a los problemas de la pobreza, con innovación y tecnología, creando servicios y productos para empresas, ya establecidas o ayudando a crear empresas nuevas. Por eso fue el primer chileno aceptado en la SU, y elegido embajador de la SU en su país.

Tras estudiar ciencias de la computación en la Universidad Católica de Uruguay, Pablo Salomón fue a EE.UU. En 1999, de vuelta en Uruguay, fundó Interactive Networks y lideró el desarrollo de productos de mensajería instantánea. Doce años después, creó Inetsat, concebida como alternativa al satélite para la distribución y localización de canales de TV. Establece conexiones de internet de bajo ancho de banda, con enormes ahorros de costos, y permite localizar fácilmente el contenido o la publicidad para cada ciudad.

Misma distinción recibió Sebastián Tonda, para México, elegido por su compromiso con las nuevas tecnologías. Pionero en el marketing digital, al advertir que las redes sociales ganaban popularidad, en 2008 fundó Flock. Seis años después, con 150 empleados, su agencia hace campañas para más de 20 marcas, como Nike y Cinépolis, la cadena de salas de cine más grande de Latinoamérica.

FUENTE: HSM Group // www.wobi.com

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