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La madurez no marca el final, sino el comienzo de un proceso de desarrollo que tiene a cada persona como protagonista y única responsable. Es posible que aprendamos como adultos y lo es, en mayor medida, si logramos comprender cómo se produce el aprendizaje, qué factores inciden en él y qué hacer para facilitarlo. Aprender es mucho más que acumular conocimientos, pues se trata de expandir nuestra capacidad, de darle sentido a la realidad.
Metáforas que nos tienen
Con el paso de los años, se producen cambios en la relación que establecemos con ciertas ideas, personas, organizaciones o actividades. Quien hace 20 años jugaba al golf para mostrarse exitoso, puede hoy hacerlo solo para relajarse. Algo similar ocurre con la forma en la que concebimos el aprendizaje: en distintos momentos de nuestra vida lo asociaremos con diversas palabras, como sueño, plan, ensayo, error o adaptación. A esas las llamaremos metáforas.
Robert Kegan, experto en Aprendizaje de Adultos y Desarrollo Profesional, de la Universidad de Harvard, sostiene que, en realidad, nosotros no tenemos esas metáforas, sino que ellas nos tienen, porque limitan nuestra capacidad de pensar, por ejemplo, en golf o aprendizaje. ¿No llegaremos al aula de otro modo si asociamos el acto de aprender con sueño o plan? Esas palabras nos tienen y dirigen la forma en la que hacemos uso de nuestra experiencia.
Sistemas, variables y desarrollo
¿Por qué hoy construimos un sentido diferente al que construíamos hace algunos años? ¿Por qué abandonamos unas metáforas y adoptamos otras? Ese cambio, de por sí, ¿puede ser llamado aprendizaje? Como veremos, aprender no siempre implica cambiar de metáforas, sino hacerlas propias.
Jean Piaget, psicólogo suizo que estudió cómo aprenden los niños, estableció una serie de etapas en las que van adquiriendo determinadas capacidades. Por ejemplo, hay una edad en la que no pueden captar adecuadamente el volumen de los objetos, porque su mente, que razona de modo bidimensional, aún no está lo suficientemente desarrollada como para manejar esas variables.
La última de las etapas que definió Piaget comienza en la adolescencia y comprende todo el resto de la vida de la persona. Al respecto, Robert Kegan se pregunta si, llegada la madurez, la capacidad de aprender realmente entra en una meseta. Y concluye lo contrario: que los adultos continuamos desarrollando nuestra mente de un modo escalonado, similar al de los niños.
Durante la adultez seguimos abordando la realidad a través de ciertas variables que conforman verdaderos sistemas de pensamiento, capaces de determinar la forma en la que damos sentido a nuestros problemas. Así, un ejecutivo que ve el mundo con variables que identifican dualidades, encontrará posturas opuestas en todo lo que analice, aunque la realidad esté llena de matices.
Por fortuna, los adultos tenemos la capacidad de identificar esos sistemas, para mejorarlos o reemplazarlos por otros. Es, entonces, cuando aprendemos. Según Kegan, el aprendizaje del adulto se define como el pasaje entre ser tenido por ciertos sistemas y comenzar a tenerlos.
Así, se abren nuevos interrogantes: ¿cómo se produce este pasaje y en qué situaciones?, ¿el aprendizaje es siempre una respuesta adaptativa a los cambios del entorno o podemos propiciarlo?, ¿todos los sistemas que nos tienen pueden ser cambiados?
Desafío y aprendizaje
La familia en la que nos criamos nos inculca ciertas ideas y normas sobre cuestiones morales, políticas, religiosas y laborales, entre muchas otras dimensiones. Durante la niñez, esos sistemas nos “tienen”. Llegada la adolescencia, tampoco manejamos muchas ideas propias: tendemos a aferrarnos a roles que nos sujetan, o bien nos dejamos tener por otros para mostrar nuestra rebeldía. Es recién en la madurez cuando comenzamos a actuar y construir sentido con razones propias, independientes de la motivación de obedecer o desobedecer los mandatos de la autoridad.
Llegada esta etapa, ya estamos en condiciones de ingresar al proceso de desarrollo que nos permitirá ampliar progresivamente nuestra capacidad de dar sentido a la realidad. Podremos hacerlo en la medida que diversos problemas nos desafíen, nos lleven a cuestionar paradigmas que teníamos como dados, firmes e incuestionables. Esto suele ocurrir cuando la persona ingresa a la universidad; comienza a interactuar con gente diversa y nota que hay otros modos coherentes de desarrollar la vida e interpretar la realidad.
Se habla de “desafío” porque, de un momento a otro, las cosas dejan de ser tan homogéneas como pensábamos, lo cual nos inquieta y nos plantea un problema. Ante esta situación, se abren dos caminos: el rechazo y el aprendizaje. En el primero, nuestra reacción es calificar lo diverso como irracional, absurdo o inadmisible y refugiarnos en lo conocido, en lo que es cómodo. El problema queda casi solucionado, pero nuestras metáforas siguen teniéndonos. Pero si decidimos transitar lo segundo, es decir, el camino del aprendizaje, el encuentro con las explicaciones alternativas hará que reflexionemos, para luego conservar o reemplazar el sistema que nos tenía. En ambos casos, habrá aprendizaje porque dejaremos de ser tenidos por un sistema y pasaremos a tenerlo.
Lo ideal es lograr un equilibrio y una interrelación entre el desafío y apoyo. Para eso, puede ser útil pensar el aprendizaje como el acto de subir una escalera: estamos afirmados en un pie (apoyo), pero con el otro intentamos avanzar (desafío); y cuando logramos la estabilidad en el nuevo escalón, nos sentimos en condiciones de dar el paso siguiente.
Queda claro, entonces, que el aprendizaje no es un producto necesario del paso del tiempo ni de la acumulación de conocimientos. Aprendemos según lo que somos capaces de hacer en ese tiempo y con esos conocimientos. El adulto decidido a desarrollarse sabe que él y solo él es dueño de su propio aprendizaje. Entiende, a su vez, que debe hacerse cargo y que la única forma de hacerlo es comenzar a ponerse los problemas al hombro. Aprender es posible, pero requiere que estemos dispuestos a cuestionar nuestras ideas, desde las más superficiales hasta aquellas en las que encontramos sustento y seguridad.
(*) Director del programa Liderazgo: conflicto y coraje, de IAE.