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Director de películas inolvidables, como Pelotón, JFK, Nacido el 4 de julio, Wall Street, Expreso de Medianoche, y Nixon, Oliver Stone tiene en su haber un formidable catálogo de más de 20 producciones cinematográficas que constituyen auténticas obras de arte del cine moderno, algunas controvertidas y, la mayoría, aclamadas por la crítica. Es un cineasta —o “dramaturgo”, como él se define— que no ha temido para abordar una amplia variedad de temas complejos y polémicos. Fue precisamente su capacidad para crear un relato elocuente y atractivo el foco de la entrevista que le realicé en mayo pasado, durante el evento WOBI on Marketing, en México.
Conocerlo en persona fue una experiencia intimidante. No por su fama ni por el hecho de que haya sido galardonado por la Academia de Hollywood en tres oportunidades, sino porque de inmediato se percibe la intensidad inquietante y la inteligencia natural de un individuo profundamente serio y apasionado. Un hombre cuyo respeto hay que ganarse y a quien no le interesan las conversaciones frívolas.
En Stone, nada es liviano. Ni su contextura física (mide más de 1,80 m) ni los temas que desatan su imaginación e inspiran su arte: la guerra, los medios, la política, la economía. Cuando habla de ellos cautiva a quien lo escucha con su energía y fervor, y son los que sirvieron de telón de fondo a la entrevista de una hora, para desentrañar qué lo ha convertido en un narrador tan convincente y poderoso.
Una vida de película
Para entender la obra de Stone hay que conocer sus antecedentes. Sus años de formación, en las décadas de 1950 y 1960, impactaron enormemente en su trabajo posterior, como escritor y director. Nació en una familia acomodada de la ciudad de Nueva York, poco después de la Segunda Guerra Mundial. Su padre era un agente de Bolsa, ferviente conservador que respaldaba al presidente Dwight D. Eisenhower. Sin embargo, la vida de Stone tomaría un rumbo diferente. Aunque logró ingresar a Yale, abandonó los estudios en 1965. Cuando le pregunté por qué, mencionó una “cierta actitud pretenciosa y soberbia” de sus compañeros de clase que lo hacía sentir incómodo. Recordó, explícitamente, a uno de ellos: George W. Bush, quien luego sería presidente de los Estados Unidos.
Decidido a salir y ver el mundo, viajó a Vietnam y trabajó como maestro durante dos semestres. Después se enroló en la marina mercante y viajó por Asia antes de emprender el regreso a su país, donde hizo un nuevo intento en Yale. Sin embargo, lo obsesionaba la idea de convertirse en un gran novelista —como Norman Mailer, precisó— y abandonó por segunda vez la universidad para terminar el libro que estaba escribiendo. Cuando los editores lo rechazaron, Stone se sintió devastado.
Perdido y sin rumbo, optó por regresar a Vietnam, esta vez como soldado voluntario al frente de batalla. Pasó allí 15 meses, entre 1967 y 1968, durante el peor período de la guerra. Fue herido dos veces, y condecorado con la Estrella de Bronce por su heroísmo y el Corazón Púrpura por los servicios prestados. “Volví alienado y sin capacidad de reacción —rememoró—. Me llevó muchos años poder ‘civilizarme’, por decirlo de algún modo”.
Por fin, decidió inscribirse en la universidad de Nueva York para estudiar cine. ¿Cuál fue el motivo de ese interés? “Al final de mi estadía en Vietnam, cuando logré sentirme un poco más cómodo, compré una pequeña cámara —una Pentax— y tomé fotografías de la campiña vietnamita, los soldados y aldeanos. Esas imágenes se convirtieron en la base de mi interés por la visualización. Más adelante, en la universidad, pude combinarla con mi inquietud por la escritura de novelas, hasta que aprendí el oficio de director cinematográfico”. Martin Scorsese fue uno de sus profesores, y quien le dio el consejo que aplicaría a lo largo de toda su vida: mantener el estilo personal, ir de abajo hacia arriba y de adentro hacia afuera.
Persiguiendo la verdad
Si bien ganó el Premio de la Academia en la categoría al mejor guión con Expreso de Medianoche, en 1979, solo a mediados de los 80 tuvo la oportunidad de dirigir: Salvador, en 1985, y Pelotón, en 1986. Esas dos películas consecutivas pusieron en marcha su carrera como director en Hollywood, aun cuando en el trayecto, según sus palabras, hubo innumerables guiones rechazados y muchos momentos dolorosos.
Una característica definitoria de muchas de sus películas es la complejidad. ¿Un ejemplo? JFK. Relata la historia de una conspiración gubernamental para asesinar al presidente John F. Kennedy. Dura más de tres horas e incluye numerosas líneas argumentales y un despliegue de personajes diferentes que, en ocasiones, hacen que resulte difícil seguir el hilo conductor. ¿Cómo hizo para mantener el interés de los espectadores durante todo el filme? “Teníamos a favor la búsqueda de la verdad. Creo realmente que las fuerzas criminales del Gobierno asesinaron a Kennedy y quería transmitir esa idea. Pero como era una idea de gigantescas proporciones, tenía que ir presentándola de manera gradual y trabajar para que la audiencia terminara aceptándola. La búsqueda de la verdad es un factor de motivación en la mayoría de mis guiones y muchas de mis películas. Se va descubriendo poco a poco, como una cebolla a la que se le quitan las capas”.
Al igual que otros filmes de Stone, JFK generó una gran controversia entre quienes discutían la exactitud del relato. ¿La controversia es algo que disfruta y que busca de manera intencional? “Para nada. Disfruto captando la atención. La controversia es dañina. Lamentablemente, con lo que hago, siempre termino irritando a algunas personas. Ser amado por todos debe ser grandioso, pero hasta ahora no me ha sucedido”.
La búsqueda de significado
Si no se propone ser controvertido, ¿qué busca lograr con sus filmes? ¿Qué emoción o qué reacción desea provocar? “No se trata de conseguir una reacción. Algunas personas siempre plantearán una pelea, otras siempre me odiarán. Parto de algo pequeño, guiado por mi pasión, y hago las cosas lo mejor que puedo, dejando caer los dados dondequiera que sea. JFK empezó siendo una historia de detectives; un hombre pequeño que investiga en un pueblo pequeño. De allí nació una historia mucho más grande, sin pretensiones de hacer una película que educara a los estadounidenses. Me interesa hacer películas que conmuevan”.
Dado el tema central de sus producciones, todo parecería indicar que a Stone lo conmueve la historia y, en especial, los momentos trascendentales del pasado reciente de los Estados Unidos. Su última obra —cuya realización le llevó cinco años— es un documental llamado The untold history of the United States. ¿Se ve a sí mismo como un historiador? “No, soy un dramaturgo, pero amo la historia como objeto de estudio para llevar a la pantalla. Soy un dramaturgo histórico. Los historiadores están limitados por los hechos. Eso no quiere decir que nosotros los distorsionemos; lo que hacemos es encontrar inspiración en ellos. De eso se trata el arte dramático. Pienso que encierra una gran verdad, y es la razón por la que vuelvo continuamente a él”.
Cuando la entrevista estaba por concluir proyecté un pequeño clip del final de Pelotón, en el que el protagonista deja el escenario de su última batalla, brutal y sangriento. Su monólogo termina así: “Aquellos que logramos salir vivos, tenemos la obligación de volver a construir, de enseñarles a los demás lo que sabemos y, con lo que queda de nuestras vidas, tratar de encontrar la bondad y darle un significado a la vida”. Fue fascinante ver a Stone mirando esa escena que debe haber visto más de mil veces y, aun así, sentirse visiblemente conmovido.
“Recordar, recordar, recordar. De eso se trata la historia. Siempre trabajé para recordar. Y sigo haciéndolo. Todos los que hemos experimentado la guerra y nos manchamos las manos con sangre sabemos que no somos perfectos; todos cometimos terribles errores. El final de Pelotón es el credo de un soldado, y creo que es una de las mejores cosas que escribí. Espero seguir viviendo de acuerdo con ese precepto y que, algún día, esté escrito en mi tumba”.
A pesar de que tiene 68 años y dejó la jungla de Vietnam hace más de 45, la búsqueda de significado de Oliver Stone todavía no ha terminado.
Experiencia extrema
Pelotón, la historia semiautobiográfica de un joven que lucha en la guerra de Vietnam, sigue siendo uno de los filmes más icónicos de Stone. Aunque escribió el guión en 1976, le tomó 10 años concretarlo en la pantalla grande. Nadie quería producir la película porque la consideraban excesivamente realista y deprimente. Sin embargo, Stone estaba seguro de que en esa autenticidad radicaba la fuerza de Pelotón. Por otro lado, la mayoría de las películas de guerra no le gustaban, en especial porque los actores le parecían poco convincentes. “Demasiado blandos”, dijo. Y él se proponía reflejar la experiencia vivida en Vietnam, donde lo más característico era el agotamiento. “Dormíamos muy poco, siempre estábamos sucios, incómodos, y nos sentíamos desdichados”.
¿Qué táctica empleó para lograr el mismo clima en la ficción? Lo contó así: “Llevamos a los actores a un campo de entrenamiento militar ubicado en la jungla de Filipinas, donde pasaron dos semanas. Aprendieron cómo funcionaban las armas, aprendieron a disparar, pero sobre todo los tratábamos mal. Les dábamos raciones de comida fría y no los dejábamos dormir. Los hacíamos levantar a cualquier hora y los atacábamos. Al cabo de las dos semanas, esos actores se volvieron tan malos y repugnantes que estaban dispuestos a matar a cualquiera, incluyéndome a mí. Después del entrenamiento en la jungla fueron directamente a grabar la primera escena de la película”. Ese mismo nivel de investigación, de atención a los detalles y realismo fueron los rasgos que habrían de caracterizar toda la obra de Stone.
FUENTE: HSM Group // www.wobi.com
Director de contenidos de WOBI.