¿Cuándo realmente aprendemos?

Muchos se preguntan cómo se produce el aprendizaje. Para absorber el máximo de conocimientos útiles para nuestro desarrollo es necesario cuestionarnos constantemente y plantearnos nuevos desafíos.

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Ciertas ideas que creemos incuestionables limitan y orientan nuestra visión de la realidad. ¿Tenemos esas ideas o ellas nos tienen a nosotros? Los adultos aprendemos si logramos identificarlas, reflexionar sobre ellas y, llegado el caso, reemplazarlas por otras más adecuadas.

La madurez no marca el final, sino el comienzo de un proceso de desarrollo que tiene a cada persona como protagonista y único responsable. Aprender es mucho más que acumular conocimientos. Se trata de expandir nuestra capacidad de darle sentido a la realidad.

Metáforas

Con el paso de los años se producen cambios en la relación que establecemos con ciertas ideas, personas, organizaciones o actividades. Esto ocurre con la forma en la que concebimos el aprendizaje: en distintos momentos de nuestra vida lo asociaremos con diversas palabras, como sueño, plan, ensayo y error o adaptación. Llamaremos a esas palabras metáforas.

Robert Kegan, experto en Aprendizaje de Adultos y Desarrollo Profesional de la universidad de Harvard, sostiene que no tenemos esas metáforas, sino que ellas nos tienen, y que lo hacen porque limitan nuestra capacidad de pensar.

Ahora bien, ¿qué hace que abandonemos unas metáforas y adoptemos otras? Ese cambio, de por sí, ¿puede ser llamado aprendizaje? Aprender no siempre implica cambiar de metáforas, sino hacerlas propias.

Jean Piaget, psicólogo suizo que estudió cómo aprenden los niños, estableció una serie de etapas en las que ellos van adquiriendo determinadas capacidades. Por ejemplo, hay una edad en la que no pueden captar adecuadamente el volumen de los objetos porque su mente, que razona de un modo bidimensional, aún no está lo suficientemente desarrollada como para manejar esas variables.

La última de las etapas que definió Piaget comienza en la adolescencia y comprende todo el resto de la vida de la persona. Respecto de esto, Robert Kegan se pregunta si, llegada la madurez, la capacidad de aprender realmente entra en una meseta. Y concluye justamente lo contrario: que los adultos continuamos desarrollando nuestra mente de un modo escalonado, similar al de los niños.

Durante la adultez, seguimos abordando la realidad a través de ciertas variables que conforman verdaderos sistemas de pensamiento, capaces de determinar la forma en la que sentimos nuestros problemas. Así, un ejecutivo que ve el mundo con variables que identifican dualidades, encontrará posturas opuestas en todo lo que analice, aunque la realidad esté llena de matices.

Por fortuna, los adultos gozamos de la capacidad de identificar esos sistemas para luego mejorarlos o reemplazarlos por otros más adecuados. Es, entonces, cuando aprendemos. Según Kegan, el aprendizaje del adulto se define como el pasaje entre ser tenido por ciertos sistemas y comenzar a tenerlos como objetos propios.

Información y transformación

Debe quedar claro que aprender no equivale a incorporar y acumular conocimientos. Aquel ejecutivo, que antes sirvió como ejemplo, puede estar muy informado acerca de muchas cosas y, sin embargo, seguir viendo dualidades en ellas.

El aprendizaje no se da en el nivel de la información, sino en el de la transformación. Es allí cuando resulta posible expandir la capacidad de aprender, en la medida en que logremos darle un sentido más amplio y complejo a los problemas que se nos presentan.

Desafío y aprendizaje

Durante la niñez y la adolescencia no manejamos muchas ideas propias. Es recién en la madurez cuando comenzamos a actuar y construir sentido con razones propias, independientes de la motivación de obedecer o desobedecer los mandatos de la autoridad.

Llegada esta etapa, ya estamos en condiciones de ingresar en el proceso de desarrollo que nos permitirá ampliar progresivamente nuestra capacidad de dar sentido a la realidad. Y podremos hacerlo en la medida que diversos problemas nos desafíen, nos lleven a cuestionar paradigmas que teníamos como dados, firmes e incuestionables.

Se habla de desafío porque, de un momento a otro, las cosas dejan de ser tan homogéneas como pensábamos, lo cual nos inquieta y plantea un problema. Ante esta situación, se abren dos posibles caminos: el rechazo y el aprendizaje.

La madurez no marca el final, sino el comienzo de un proceso de desarrollo que tiene a cada persona como protagonista y único responsable. Aprender es mucho más que acumular conocimientos. Se trata de expandir nuestra capacidad de darle sentido a la realidad.

El aprendizaje no se da en el nivel de la información, sino en el de la transformación. Es allí cuando resulta posible expandir la capacidad de aprender.

Catedrático de IAE Business School.

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