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La falta de insumos y medicamentos en los hospitales públicos es lacerante. Existe tierra y mano de obra ociosa en el campo, pero la primera está concentrada en el 5% de la población, mientras que el segundo factor de la producción, el trabajo, emigró a las ciudades, formando los cinturones de pobreza.
Por falta de asistencia técnica y crediticia, más del 90% de los productos frutihortícolas que se comercializan en los mercados son de extrazona y derivan del contrabando. La deforestación masiva es practicada, en forma permanente y salvaje, inclusive en el más alto nivel del poder nacional.
La mendicidad de niños en la calle y la desidia hacia las comunidades indígenas es, desde la conquista de América, lo más degradante en Latinoamérica. Niños se prostituyen por pan en los semáforos, otros mueren drogados de crack y cola de zapatero; es una tristeza, en un país donde mana leche y miel. Un porcentaje alto de la sociedad paraguaya, incluida en la pobreza, sufre el síndrome de emaciación (desnutrición). Esta se ubica en la franja de la extrema pobreza.
Y lo más duro e irónico es que también nuestra infraestructura del sector energético sufre de raquitismo. No se le dio el alimento básico de cualquier sistema: la inversión. Lo fundamental para que la ANDE recupere su salud económica, financiera y técnica es la autarquía. Por falta de inversiones esta institución no crece y tampoco engorda. Es un enano institucional, lleno de plagas y enfermedades.
Para colmo de males, el poder administrador de un país en vías de desarrollo, como el nuestro, decide ejecutar obras innecesarias en el corto plazo, las Pequeñas Centrales Hidroeléctricas (PCH). En este paquete, que huele más a negociado que a un negocio rentable y razonable, se instala una cofradía de constructores de obras públicas que no aprendieron a vivir sin el Estado. Son como unos mega-parásitos que se acostumbraron a la vida cara y a la poca vergüenza.
La inviabilidad de estos proyectos, como los del Ypané, Aña Cua y otros, ya lo hemos demostrado en entregas anteriores. Son proyectos absurdos e innecesarios, a corto plazo. Es, reiteramos, producto de los “técnicos 3NI” (ni piensan, ni trabajan, ni tienen conocimiento del tema). Un agravante es que el brazo Aña Cua está en territorio exclusivamente paraguayo, consecuentemente, no forma parte del Tratado de Yacyretá. Para que sea legal y razonable, debe pasar por el poder legislador, indefectiblemente. En todos los pueblos civilizados y demócratas, el Congreso es el que autoriza cualquier negocio que involucre la soberanía nacional.
El raquitismo energético nacional no tiene venas (transmisión en 220 y 500 KV), no tiene pulmones (transformadores) y su cabeza (la ANDE) está enferma de inanición. Los huesos de la distribución en media y baja tensión no ofrecen ninguna seguridad, ¡ni para aguantar su propio peso! Si alguien quiere formar alianza con este cuerpo enfermo (potenciales inversionistas), deben revitalizarlo antes. Urge internarlo y alimentarlo con honestidad y trabajo.
¿Será que los electores hoy votan o botaran a los inútiles. No sabemos. “La ignorancia de un votante en una democracia, pone en peligro la seguridad de todos”, decía John F. Kennedy. Si la opción de “cambio” proviene del stronismo tenemos cero chance. El abismo nos espera; y como dijera el “padre de la tierna podredumbre”, en este caso “daremos un paso hacia adelante”. Está en nuestras manos elegir un nuevo Paraguay.
(*) Funcionario técnico de Itaipú Binacional.