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En estos primeros días del 2019 se han observado de nuevo un puente lleno de vehículos, particulares y de transporte público, tratando de transponer la frontera, esperando horas y horas en las filas que apenas se mueven, a raíz de los lentos controles migratorios y aduaneros con los que se tortura a los que pasan hacia Encarnación a buscar mejores precios para los productos de primera necesidad, juguetes y electrónicos, o aprovechar los sitios de veraneo para escapar al fuerte calor de esta temporada.
De paso, quedan atrapados también en esa trampa migratoria binacional los pasajeros de los buses de larga distancia que deben cubrir su itinerario rumbo a Buenos Aires u otras ciudades argentinas. Las quejas son permanentes, pero no han logrado “conmover” a las autoridades responsables de esta situación; es más, pareciera que han tenido un efecto contrario, de acuerdo a lo observado en el lugar.
Lo curioso del caso es que si uno opta por cruzar la frontera argentino-paraguaya en el “trencito” del Ferrocarril Internacional Casimiro, cuya explotación está a cargo de una empresa argentina del mismo nombre, el paso es cien veces más ágil. Hasta las 18:30 horas, aproximadamente, hay servicio ferroviario cada 15 minutos. El tren, de dos vagones para unas 70 personas cada uno, cruza sobre el río Paraná en 8 minutos, y en situaciones normales, en la fila de migraciones no se tarda más de 20 minutos. Los posadeños y ciudadanos de otros sitios (había, por ejemplo, días pasados una familia entera de Jujuy en la fila) pasan aparentemente sin problemas los controles aduaneros con sus mercaderías adquiridas en Encarnación, y el control migratorio es más que ágil.
Ante esto no se entiende lo que ocurre con automovilistas y con quienes viajan en los buses, que deben descender con todos sus bártulos.
Hay que tomar algunos cuidados
Ahora, en el caso del tren, cuya tarifa es de G. 12.000, los turistas que cruzan desde Paraguay sí deben cuidarse de lo que cobran los taxistas posadeños apostados en la cabecera del puente. Exigen 300 pesos (unos G. 45.000) por un viaje hasta el centro de Posadas. Un veterano taxista de una parada céntrica confirmó que los del puente son unos aprovechadores, que la tarifa normal es de 192 pesos (G. 28.800). No nos consta, pero si ocurriere lo mismo en el lado paraguayo, debería cuidarse un detalle como ese. Los vecinos no deberían aprovecharse de esa forma unos de otros, porque es otro punto en contra para una integración más válida y sana.
A pesar de todo, el cruce es incesante y los taxistas de Posadas creen que con una mayor agilización del cruce ganarían todos, incluso ellos, que podrían hacer más viajes hacia Encarnación y generar más ingresos.
De eso se trata, de que el comercio y el turismo entre ambas fronteras se multipliquen, que se genere un mayor intercambio, que las divisas circulen, que los ingresos sean mayores y que todos ganen. Ya está probado que el control fronterizo cansino, extremadamente meticuloso, no frena a la gente, solo la tortura, pues de igual forma sigue el intenso tráfico en ambos sentidos.
Ya sabemos que algunas autoridades argentinas han prometido poner más funcionarios y casillas de migración en el puente, y también lo han hecho las paraguayas, pero por uno u otro motivo esas promesas no se han trasladado a los hechos.
También en otros pasos fronterizos
Otros informes indican que en estos días situaciones peores se han vivido en el paso entre Clorinda (Argentina) y Puerto Falcón (Paraguay), donde pasajeros de algunos buses debieron esperar hasta siete horas para pasar la frontera, aunque en este caso podría explicarse por el masivo retorno por dicha vía de compatriotas residentes en el vecino país que vinieron a pasar las fiestas con sus familiares.
En esta circunstancias no estaría de más que las autoridades paraguayas, si realmente tienen el interés para ello, pongan mayores esfuerzos en negociar con sus pares argentinos la agilización en los pasos fronterizos comunes.
La integración se hace hoy con un desmesurado e injusto sacrificio por parte de los ciudadanos. Las autoridades son los que firman acuerdos y más acuerdos, como el Tratado del Mercosur, y luego se desentienden de la necesidad de la gente de frontera de comerciar entre sí y de compartir sus recursos turísticos.