Principado de Itaipú

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“Querían ganar el cielo sin perder la tierra” (Ortega y Gasset)

Un principado es una forma de gobierno en la que el jefe de Estado es un príncipe. Este modelo de gobierno medieval aún sobrevive en el mundo contemporáneo en solo dos países, en forma dependiente: España e Inglaterra. Los títulos de príncipe de Asturias y príncipe de Gales lo ostentan los herederos a las coronas de España y Reino Unido, respectivamente. Los otros tres principados son independientes: Liechtenstein, Mónaco y Andorra.

Sin embargo, el 26 de abril se cumplieron 42 años del nacimiento de un nuevo principado de hecho en Latinoamérica, el de Itaipú.

Mucho se ha escrito al respecto de su autonomía, de su poder económico, de su deuda social, de su capacidad de formar fortunas privadas y de la gran corrupción que se contrapone a su gran capacidad productiva. Por supuesto que los administradores de turno prefieren mantener ese estado en lugar de transparentar y someterlo al Estado soberano. El oscurantismo itaipuniano formó la casta más poderosa de nuestra historia, al que un político denominó: “barones de Itaipú”.

La torta de Itaipú es inmensa, pero es privativa a un club selecto. En esta élite no ingresa cualquiera, solo personas que conocen a fondo las artes de las sobrefacturaciones, subcontrataciones y contrataciones fantasmas. Tiene que estar convencido de que Paraguay “solo puso el agua” y que “de la nada hoy tiene un patrimonio evaluado en 70.000 millones de dólares, cuya mitad será nuestra en 2023”.

Últimamente se han asociado a la rosca algunos artesanos contables, especializados en “guardar” los ingresos de los altos directivos, sin la terrible mordacidad de la SET, la Contraloría y otros organismos molestosos. Este club económico es rotativo, independente de los partidos, de la capacidad técnica y hasta de la tendencia ideológica del gobierno de turno. El que llegó lo conquistó, lo elitizó y lo sodomizó. Solo varió el método.

El Estado de Itaipú es tan poderoso que compite en poder económico con cualquier ministerio, sea el MOPC, el de Defensa o del Interior. La binacional es tan vital para las intenciones políticas de los partidos gobernantes que el que lo encabeza debe ser de doble propósito: fiel recaudador y brillante prestidigitador. Lo que menos interesa a esta élite son los intereses de la nación.

Itaipú es una gran “caja chica” de los presidentes de turno y está protegido en los más altos niveles del poder político; es que todos “ligan” algo: algún contratito, algún pariente dentro del cuadro propio, alguna beca o alguna obra para su comarca. Con los “gastos sociales”, históricamente, el Paraguay manejó las campañas políticas disfrazadas de responsabilidad social; su similar brasileño hizo lo mismo manteniendo a raya a los poderosos empresarios, los líderes emergentes de la izquierda y los “prefeitos” y gobernadores regionales.

La “caichiña” de Itaipú no es solo privativa de los paraguayos. Gracias a las investigaciones políticas y judiciales se sabe que el perjuicio también fue “o maior do mundo” en el Brasil. El exconsejero de Itaipú y extesorero del PT, Vaccari Neto, es la prueba más contundente y nos podrá dar cátedras al respecto.

Ante todo esto ¿puedo acaso festejar la cesión de energía renovable por 32 años, a precio de costo, mientras la Petrobras me vende el combustible fósil más caro del mercado regional? ¿Puedo acaso degustar el caviar y champaña en este principado que cumplió 42 años de claudicación, vendiendo su soberanía por migajas para el pueblo y lomito para una pequeña oligarquía? ¿Cómo olvidar nombres o apellidos como Sapena Pastor, Alberto Nogués, Gustavo Stroessner, Wasmosy, Facetti y los nuevos ricos que, estoy seguro, guardan sus fortunas en algún paraíso fiscal?

Alguna vez sabremos dónde están estos fondos de la felonía, así como se supo aquel millón de dólares guardado en Islas Caimán por uno de los imputados de la Cajubi.

Si un presidente de la caja de jubilados llegó a tener eso, ¿cuánto habrá amasado un director de Itaipú?

El principado de Itaipú merece que un estadista lo reconquiste, lo reconvierta y lo anexe nuevamente a sus Estados soberanos e independientes: la República del Paraguay y del Brasil.

La Itaipú debe bajar de su peldaño aristocrático a una simple usina generadora de energía y los barones, duques y príncipes que la componen deben abdicar de sus títulos nobiliarios a favor de administradores austeros, elegidos por concurso así como los ministros de la Corte.

El jefe de los directores de Itaipú y Yacyretá debe ser un simple ministro de energía y no un monarca al estilo Luis XIV que cuida su corte y descuida a sus súbditos.

La Itaipú debe depositar sus ingresos al fisco y no a “programas de desarrollo” que quedan diluidos de responsabilidad, independientes del Congreso y sin rendir cuentas a nadie. Hoy es el negocio perfecto: si sale mal, no pasa nada; si sale bien, el partido gana, el presidente inaugura y unos pocos se lucen.

Así como se manejó en estos 42 años de creación y 32 de generación, el principado de Itaipú solo favoreció a las aristocracias de turno y muy poco a los plebeyos, que fueron creciendo en número y en miseria.

Paraguay sigue siendo el penúltimo en desarrollo integral en América Latina y siempre está con índices africanos en salud, educación, ciencia y tecnología. Al récord energético de Itaipú solo le supera el récord de inequidad e injusticia energética regional.

Sin embargo, en este mar de paradojas e ironías hubo algunos aciertos. Son pocos, pero existen: la libertad sindical, la isonomía (a trabajos iguales, salarios iguales, sin importar nacionalidad), la calidad energética lograda con sus trabajadores y técnicos brillantes; algunos proyectos con características de políticas de Estado como la del abastecimiento energético con paneles solares a 10 comunidades indígenas y a la unidad militar de Joel Estigarribia, Chaco; las becas a los pobres; las becas de posgraduación y otras contadas con los dedos de las manos y que escapan del miserable concepto de asistencialismo.

Factor K

Por otro lado, si sumamos el famoso “factor K” de las contrataciones, de la “consultorías” millonarias de los barones, de las sobrefacturaciones y todo lo ejecutado en los “gastos sociales” durante la última década, tranquilamente podríamos construir otras dos líneas más de 500 kV, la exclusa de navegación u otras obras faltantes.

Según Jeffrey Sachs, la hidroeléctrica ya fue totalmente cancelada, solo nos falta terminar las obras que están asentadas en el tratado, pero que nunca fueron atendidas por nuestros socios y sus compinches paraguayos.

Es por ello que festejaré a solas, escuchando el réquiem de Mozart, estos 42 años de entreguismo y claudicación. Llevaré en mis manos las recomendaciones del economista Jeffrey Sachs y la declaración de ilegalidad de la deuda por parte de la Contraloría General.

De luto y vestido de negro, invitaré a mi compañero de luchas Blas Cañete, e iremos a tomar un café. A propósito, hace un par de días Blas firmó su pase a retiro del cuadro propio. Hoy deja de ser guerrero con libertad condicional y pasa a ser un gladiador independiente, con un solo jefe: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Me despido con este pensamiento: cuando los príncipes se corrompen, nacen las grandes revoluciones y caen los imperios.

La caja

Itaipú (el principado de) es una gran “caja chica” de los presidentes de turno y está protegido en los más altos niveles del poder político.

“Barones”

El oscurantismo itaipuniano conformó la casta más poderosa de nuestra historia, al que un político, con acierto, denominó: “barones de Itaipú”.

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