¿Por qué nos cuesta tanto decir “no sé”?

Tenemos terror a la incertidumbre. De hecho, los mitos y leyendas, así como muchas otras creencias, han surgido como explicación a algún fenómeno que presenciamos pero sobre el cual nuestro limitado conocimiento no conoce la respuesta. Entonces, tenemos la capacidad de imaginar alguna historia que le otorgue coherencia a la situación en particular.

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Así, todos tenemos opiniones de pasillo, la mayoría inofensivas, que sirven de catarsis para debatir sobre un partido de fútbol, por ejemplo, pero cuando nos convertimos en opinólogos, emitiendo opiniones y calificaciones sobre cuestiones laborales y dando respuestas que podrían ser incorrectas o incompletas, es cuando nos enfrentamos a la crítica externa, pues nuestra imaginación se ha convertido en una farsa y corremos el riesgo de ser catalogados como poco profesionales.

El cerebro nos traiciona

El cerebro ama la certidumbre; entonces, busca siempre el bien o el mal, el negro o el blanco; en esencia, buscamos la comodidad del yin y el yang, estos dos conceptos del taoísmo que expresan la dualidad presente en todo lo que existe en el universo.

Así, las fuerzas fundamentales, opuestas y a la vez complementarias, que se encuentran en todas las cosas nos refuerzan la idea de que cada ser, objeto o pensamiento posee un complemento y, por lo tanto, no existe un estado puro ni tampoco en absoluta quietud, sino que todo permanece en una continua transformación.

Cualquier idea puede ser vista como contraria desde otra óptica; por tanto, toda categorización que realicemos la hacemos por conveniencia y para adaptar la realidad a nuestras propias creencias y teorías desde el lugar donde hemos conocido la vida a través de nuestras experiencias.

Quizás por ello los fanáticos (de teorías económicas, de política, religión, de clubes de fútbol o de lo que sea) son tan cerrados en sus declaraciones, no quieren cambiar de tema pero tampoco están dispuestos a cambiar de opinión. Es muy extraño encontrar a alguien que admita que le gustan algunas propuestas de la derecha y también algunas propuestas de la izquierda, como si el “mezclar” conceptos fundamentales de las ideologías hiciera algún daño a la coherencia del mundo. Estamos todo el tiempo en el juego del todo o nada.

Quizás ese sea el principal motivo por el cual un profesional, del área que sea, asume que debe saber todas las respuestas de la ciencia que lo acredita como especialista, más aun cuando cuenta con un título universitario. Pero si lo único constante es el cambio, pareciera cierta la frase acuñada por Robert Burton, quien afirma que en nuestra necesidad de tener razón subyace, de hecho, nuestra necesidad de sentirnos bien. Entonces, tendemos a la propensión a la certeza para satisfacer el bienestar, pudiendo incluso sesgar nuestro pensamiento.

Entonces, el razonamiento que significaría reconocer ignorancia sobre un tema en particular y nos permitiría buscar ayuda en otros especialistas puede ser dominado por el sentimiento egoísta de obtener bienestar desde la certidumbre del conocimiento, y si no lo tenemos podemos ser capaces de imaginarnos las respuestas e incluso, cuando ellas nos llevan a un resultado negativo, de inventar excusas para justificar el motivo absolutamente lógico y profesional por el cual tomamos determinada acción.

Formar o deformar

Los sentimientos que nos dominan pueden influir en la formación o deformación de nuestros pensamientos y, por ende, de nuestras opiniones. Decir no puedo o no sé no te hace débil ni fracasado. Reconocer las limitaciones nos hace humanos, todos somos vulnerables a los problemas y a las necesidades e, inclusive, la sensación de seguridad en los demás puede verse influida positivamente cuando encuentra un profesional humilde que reconoce sus propias limitaciones y es capaz de solicitar colaboración de otros especialistas.

No admitir nuestro desconocimiento es la mayor demostración de ignorancia. El desconocimiento es inevitable, no podemos saber todo. Eso no solo es imposible sino que, además, nos otorga la maravillosa posibilidad de seguir aprendiendo; pero la ignorancia es dañina, pues radica en no asumir la falta de conocimientos y, en consecuencia, negarse a aprender.

Quizás, el reconocimiento de algo que no sabemos sea la única posibilidad de aprendizaje diario que tenemos; sin embargo, el pensar que los demás nos contratan para brindar un servicio en el que estamos obligados a saber todas las respuestas es un error común en la mayoría de las profesiones y tiene consecuencias nefastas, pues tarde o temprano el cliente (o tu jefe) se percata de ello y disminuye sustancialmente la categoría profesional que esperaba.

Además, el solicitar tiempo para evaluar adecuadamente una situación puede ayudarte a encontrar toda la información que precisas antes de dictaminar con tu opinión al respecto. No te aventures a dar respuestas sin contar con todas las variables que podrían afectar a tu criterio profesional. Así como sería irresponsable que un médico diagnostique por teléfono, en cualquier profesión es crucial contar con los elementos que impactan a la situación antes de proceder a emitir un diagnóstico o un tratamiento.

Pero al jefe le cuesta admitir que no sabe; al fin y al cabo, lo pusieron de jefe para que controle y supervise, ¿cómo haría esa tarea si no conoce en detalle lo que hace cada colaborador? En realidad, el jefe es quien guía, coordina y lidera; no tiene por qué saber todo; si lo supiera, quizás no necesitara del equipo.

Reconocer el buen trabajo y el aporte de cada colaborador es crucial para que el líder de un equipo se luzca. Los jefes que admiten desconocimiento ante ciertas técnicas que son dominadas por los colaboradores difícilmente sean percibidos como inútiles, sino que, al contrario, podrían aportar desde sus propias luces para coordinar mejor los resultados de todo un equipo.

Cuando un jefe busca lucirse en lugar de brindar los resultados del grupo, es cuando los colaboradores perciben que los errores serán sancionados y perseguidos, pero sus aciertos o buenas ideas serán considerados como parte de lo que “tenía luego que hacer”, o será el jefe quien se luzca con ellas. Con esta actitud solo se logra desmotivación.

Hay que tener mucho cuidado con el arte de encubrir la ignorancia, pues anda codo a codo con la mentira, e incluso en algunos casos se parecen demasiado. Saber o no saber parecería ser la cuestión, y como no sabemos todo, aparentamos que sabemos y nos encontramos con informes de organización y métodos, de disciplinas empresariales, de diagnósticos situacionales, de eficiencia de producción, de marketing y ventas que son verdaderas obras de arte en el encubrimiento de la ignorancia.

En lo personal, cuando me presentan a un experto en empresas que me dice que sabe todo sobre algún tema, tengo muchas ganas de saludarlo con respeto y darme la vuelta para salir corriendo. Ser consultor no es sinónimo de enciclopedia; no se entrega un informe copiando artículos de internet o editando cuadros de libros de textos universitarios. Ser consultor empresarial es una profesión que anda golpeada por chantas que visten bonito y hablan como si supieran, pero a los cuales, por suerte, los empresarios ya saben distinguirlos.

Sigamos hablando de dinero, porque así aprendemos a manejarlo mejor.

Decir no

Decir no puedo o no sé no te hace débil ni fracasado. Reconocer las limitaciones nos hace humanos, todos somos vulnerables a los problemas.

Desconocer

No admitir nuestro desconocimiento es la mayor demostración de ignorancia. El desconocimiento es inevitable, no podemos saber todo.

gloria@ayalaperson.com.py

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