Naturaleza de los impuestos

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Las iniciativas de modificación de leyes orientadas a elevar o crear nuevos impuestos que se discuten en las últimas semanas merecen una reflexión objetiva, crítica y desapasionada, en la que los criterios económicos y técnicos deben primar sobre otros intereses. Los impuestos tienen una justificación económica, social y hasta ética, pues son los recursos financieros que dispone el Estado para organizar, guiar y dirigir la vida de toda la sociedad. Con los recursos obtenidos mediante los impuestos se financian las obras públicas, como las infraestructuras viales (rutas, puentes, calles, etc.) y sociales (construcción de escuelas, hospitales, centros recreativos, etc.) y los servicios básicos (salud, educación y otros) que demanda toda sociedad.

El impuesto debe tener la virtud de la equidad, es decir, debe evaluar el peso impositivo sobre el que aporta o paga, sin que afecte la competitividad de este. En otras palabras, el impuesto no puede considerarse como un castigo a ningún sector de la ciudadanía, no debe afectar de forma significativa la capacidad de trabajo o de producción.

El esquema montado por el economista norteamericano Arthur Laffer para explicar el punto óptimo del valor de los impuestos, conocido también como curva de Laffer, resulta ilustrativo. El modelo teórico de Laffer indica que si un impuesto es demasiado alto, generaría altos incentivos para la evasión impositiva, además de castigar a los sectores productivos y al consumo. Sin embargo, una vez determinado el punto óptimo del impuesto, reflejado por una tasa impositiva óptima, se generarían incentivos positivos para el pago de los impuestos.

En el caso del Paraguay, según la consultora Investor Economía, la Ley de Adecuación Fiscal del año 2004 tuvo resultados muy positivos, no solamente en relación con los impuestos, sino sobre todo con el incremento creciente de la formalidad en la economía. En este sentido el IVA ha sido el factor clave de formalización de varios sectores, posibilitando no solo mayores ingresos monetarios al fisco, sino, sobre todo, incorporando a más contribuyentes.

Más allá del destino de los impuestos, que pueden ser socialmente necesarios y deseables, la modificación inadecuada de la estructura impositiva termina generando desajustes mayores en la economía, que a la larga se resentirá y tendrá un desempeño menor. La consecuencia directa de una economía que se mueve a velocidades menores será indefectiblemente una reducción en la recaudación impositiva. En este esquema, el Estado conspira contra sus propios intereses, bajo un modelo aparente y ficticio de ventajas por ingresos superiores que son solo temporales.

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