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La autora explica que la división sexual del trabajo asigna hoy a las mujeres la mayor responsabilidad por el cuidado y el trabajo doméstico. Los efectos sobre sus oportunidades económicas son evidentes: mayores tasas de inactividad, desempleo, subempleo y precariedad laboral y brechas en sus ingresos. El Estado debe reducir las barreras que impiden el ejercicio de sus derechos económicos y limitan tanto su autonomía económica como su contribución a la reducción de la pobreza y al desarrollo.
Serafini explica que para avanzar hacia la igualdad de género, el mayor cumplimiento de los derechos laborales y la garantía de los derechos humanos de las personas con necesidades de cuidado, es urgente la implementación de una política integral de atención que contemple las tres siguientes aristas: Normas y políticas vinculadas a organizar el “cuidado” de los miembros del hogar y personas bajo responsabilidad de trabajadoras/es asalariadas/os; políticas sociales dirigidas a la protección de personas que requieren cuidados, y políticas sociales dirigidas a quienes cuidan.
Estructura etaria
Los cambios en la estructura etaria de la población indican que la proporción de niños y niñas se redujo y aumentó la de personas mayores, lo cual implica poner en la agenda unas políticas de cuidado con enfoque de género no solo dirigidas a la niñez, sino también al envejecimiento. Este estudio eleva un análisis de las desigualdades entre hombres y mujeres en la asignación del tiempo entre el trabajo remunerado y el no remunerado (trabajo doméstico y cuidado). Para ello, se utilizaron datos de personas de 18 años y más de edad, procesados a partir de la Encuesta de Uso del Tiempo (EUT) realizada en 2016.
Por otro lado, las profundas transformaciones sociales y demográficas que está viviendo el país, obligan a analizar el rol del cuidado como un obstáculo para la reducción de la pobreza y de las desigualdades, siempre según el citado estudio.
Población adulta mayor
Paraguay se ha caracterizado históricamente por ser un país joven teniendo en cuenta su estructura etaria. Sin embargo, su perfil demográfico está cambiando rápidamente por el aumento de la población adulta mayor. A la par de la reducción de las tasas de fecundidad, se verifica un aumento de la esperanza de vida al nacer: se está transitando de una sociedad cuya principal preocupación era la infancia, hacia otra donde las demandas sociales y económicas se multiplican y se vuelven complejas.
Los niños, niñas y adolescentes siguen requiriendo políticas de amplia cobertura, sobre todo en ámbitos donde existen vacíos importantes, como en la primera infancia. El bono demográfico exige mayores esfuerzos en políticas educativas y laborales, y el creciente grupo de personas adultas mayores demanda políticas de ingreso, salud y cuidado.
El aumento de las credenciales educativas de las mujeres, su mayor conocimiento y acceso a salud sexual y reproductiva redujeron las tasas de fecundidad, retardaron el nacimiento del primer hijo y aumentaron el lapso entre un nacimiento y otro. En el ámbito económico estos cambios aumentaron su oferta laboral, a la par de un incremento de la demanda, lo que se tradujo en una creciente participación económica femenina.
Las mujeres acumulan una carga de trabajo superior derivada de su mayor responsabilidad en actividades domésticas y de cuidado, que deberían ser compartidas con el Estado y los hombres. Estas actividades, aun estando invisibilizadas, contribuyen a la formación de la fuerza de trabajo, subsidian el costo de la canasta básica de bienes y servicios necesarios para la subsistencia y el bienestar de las familias y producen bienes y servicios. Siendo ellas las principales “cuidadoras” en los hogares y considerando los escasos avances en la corresponsabilidad de los hombres en estas tareas, y la baja cobertura de los servicios de cuidado, tanto públicos como privados, la ampliación de las credenciales educativas no se traduce de manera directa y proporcional en oportunidades económicas.