La necesidad de planificar el crecimiento, adelantarse y adaptarse a los cambios

El periodo de crecimiento económico que experimentó el país en la última década, con promedios anuales de crecimiento del producto interno bruto (PIB) del 4,5%, desnudó un conjunto de falencias y debilidades de infraestructuras e institucionales que se venían arrastrando desde hace décadas. En otras palabras, el crecimiento económico fue tan acelerado, intenso y en cierta forma inesperado, que hubiese podido tener un mayor impacto si las condiciones de infraestructura y de capital humano se hubiesen preparado mejor. El país no estaba adiestrado para el nivel de crecimiento económico, ni las infraestructuras, no solo las de comunicación sino también la logística, los equipamientos empresariales y, el factor no menos importante, los recursos humanos.

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La transición de una economía poco diversificada, con muy pocas cadenas de valor, a otra de mayor actividad, exigió una adaptación y mejoramiento continuo de las infraestructuras y los servicios. Una buena parte de los agentes económicos comenzaron a observar oportunidades de expansión e innovación, atendiendo la ampliación del tamaño de la oferta.

Varios procesos simultáneos ocurrieron en la última década: expansión e intensificación de la agricultura y la ganadería, impactando en el mayor número de empresas y trabajadores en los distintos eslabones, el crecimiento de los sectores de comercio y servicios, que aprovechaban los mayores ingresos y la mayor cantidad de gente con empleo, es decir un aumento de consumidores.

Rápidamente los distintos sistemas de producción, acopio, así como las infraestructuras viales, los servicios públicos e inclusive las estructuras urbanas mostraron las serias limitaciones en cuanto a la capacidad de carga. Muy pocas fueron las políticas públicas que se anticiparon y lograron mejorar el desempeño en algunos servicios. Por lo general, el crecimiento económico y el conjunto de modificaciones que se produjeron en las estructuras productivas y sociales no estuvieron acompañadas con la velocidad ni intensidad necesaria o requerida.

La principal característica de la evolución de los sistemas económicos ha sido la inercia, entendida como la fuerza que se autodirige a sí misma, sin más directrices u orientaciones que las provenientes de las actividades productivas.

Paradójicamente, el crecimiento económico generó nuevos problemas y limitaciones que exigían soluciones nuevas, creativas y alternativas, donde el principal responsable era el Estado, justo el actor que menos se había adaptado a las nuevas condiciones.

No han existido planes nacionales y menos aún sectoriales que hubiesen podido orientar, organizar o adelantarse a los cambios que venían.

La crisis de la planificación central de la década de 1980, y la emergencia del concepto de la descentralización, aparecida en la década de 1990, parece que no crearon las condiciones para pensar de forma orgánica en las posibilidades, recursos y habilidades de desarrollo nacional.

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