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Estos pillos llegaban, se dedicaban al contrabando, a la ganancia fácil, luego a la política y, como una especie de defensa de sus intereses, se adueñaban de un medio radial o un pasquín con el mote de diario, con alta pestilencia de periodismo amarillo.
El análisis que me gustaría enfocar hoy es el enorme perjuicio económico y social que le han hecho a la nación estos señores que, bajo el nombre congraciado y bonachón de “don” o karai, se pasan robando a las arcas del Estado y por ende a la salud, la educación, la infraestructura y la dignidad de las personas.
Su método es simple, reparten las migajas que caen de sus opíparas mesas de contrabandistas entre los pobres e ignorantes de los barrios periféricos; así consiguen sus bancas de concejales, intendentes, gobernadores o diputados y senadores.
Con esta credencial política, adueñarse de las oficinas de recaudación de toda la frontera ya es fácil y, con esto, perpetuarse en el poder.
Son maestros del disfraz y la dramatización. Hacen “trabajos sociales” como enterrar muertos, repartir medicamentos y víveres, con dinero ajeno o del Estado, atención sanitaria mínima o cualquier favor, que podría incluir hasta “alzar el hijo”, es decir salirle de padrino al vástago del miserable necesitado.
Estos ingenuos, similares a los que el traficante colombiano Pablo Escobar Gaviria mantenía como semiesclavos o mercenarios en Medellín, Colombia, de los años 80, miran impotentes cómo los “patrones” se llevan la parte del león. Lo nefasto y peligroso en este negocio es que una vez que entras ya no puedes salir, por lo menos vivo.
Los señores de la frontera no tienen ningún escrúpulo o rubor. Luego de matar a sangre fría a cualquier molestoso o a la competencia, son capaces de sentarse en las primeras filas de los templos y clubes de beneficencia.
Apadrinan a rateros, traficantes de autos, delincuentes iniciales y veteranos del contrabando de armas, cigarrillos y electrónicos. Nunca importó si la mercadería olía a lapacho, marihuana, cocaína, cigarrillo, whisky o perfume francés; el lucro es rápido y sin moral.
Estos mafiosos tienen una vida cara, tienen una clientela política que mantener, amantes tuneadas y vestidas en las mejores tiendas, una frondosa guardia pretoriana que alimentar y unos hijos “nini” (ni trabajan ni estudian), por lo tanto hacen cualquier “arte” para recaudar y permanecer en el círculo de poder.
Los secuaces de la mafia organizada ocupan todos los pasillos de la administración pública: son informantes en las fiscalías y en los juzgados, son recaudadores y “vistas” en las aduanas; medran hasta en las cárceles donde protegen a los pocos que caen en desgracia. Son los ojos y oídos que blanquean a sus jefes.
Las mafias tienen una estructura especializada y están infiltradas en todos los estratos de la sociedad; de ahí la dificultad en su eliminación o por lo menos su disminución.
Todos comentan, por ejemplo, que en la triple frontera se maneja un capital comercial de 20.000 millones de dólares americanos. Ya se imaginaron que el 10% de esa cifra daría muchas soluciones sociales verdaderas a la zona.
Pero esto no es nuevo. Se originó durante la dictadura stronista. Quién no sabe que el general Rodríguez (Andrés), sucesor de Stroessner, encabezaba una red internacional de narcotráfico. Salió en Selecciones de Reader’s Digest y si uno cliquea sobre Google obtendrá la información al instante.
Triste resulta sin embargo que, habiendo caído la cabeza que lo sustentaba, con Escobar Gaviria muerto y el general Noriega en una cárcel de alta seguridad en los Estados Unidos, la estructura mafiosa continuara intacta en la nueva república; es más, muchos dicen que se ha robustecido, se ha especializado y adquirido “tecnología” de última generación. Antes Paraguay era un país de tránsito, hoy es productor y centro de operaciones.
Las mafias organizadas prefieren las zonas fronterizas y las boscosas, pues en las mismas encuentran protección. Son las viejas tinieblas que encubren a los discípulos de Satán. Allí se inician en el “duro trabajo” de generar sus fortunas, junto con sus capangas y sicarios. Estas gavillas nunca trabajaron sin un mecenas político, mayoritariamente del Partido Colorado, aunque últimamente ocuparon otros partidos tradicionales.
La historia de los “señores de la frontera” siempre es la misma: generan sus fortunas con el contrabando, adquieren sus estancias manufactureras, sus pistas clandestinas y otras “pantallas” comerciales que incluyen radios, despachos aduaneros y depósitos de mercaderías. Todos ellos han sido publicados por la prensa libre, con suficientes evidencias para estar detrás de las rejas por varios años, sin embargo gozan de buena salud.
Las causas penales o, en la mejor de las hipótesis, civiles varían entre enriquecimiento ilícito, lesión de confianza, evasión de impuestos, asociación ilícita para delinquir y otras “virtudes” que en cualquier país civilizado los dejaría, como mínimo, fuera del circuito político.
Sin embargo, la mafia nos es plaga exclusiva del Paraguay. La historia y las crónicas internacionales nos muestran que las zonas fronterizas de todo el mundo son muy proclives a la criminalidad. Podemos verlo desde la frontera de México con EE.UU. hasta en las aduanas de míseros países africanos y árabes. En las zonas fronterizas, junto con las “favelas” y villas miserias, acostumbran refugiarse traficantes, asesinos a sueldo, mega y minicontrabandistas, tejiendo una red de promiscuidad y violencia.
Me sumo a la agonía de la sociedad libre, al luto del diario ABC y a la impotencia del pueblo en general con estas palabras inmortales: “No desmayes delante de ellos, porque Jhavé tu Dios está en medio de ti, Dios grande y temible” (Deuteronomio 7:21).
Frontera
La historia de los “señores de la frontera” siempre es la misma: generan sus fortunas con el contrabando, adquieren sus estancias manufactureras...
(*) Vicepresidente de la Sociedad de Ingenieros Liberales del Paraguay, SILP