Hacia una nueva ruralidad

La economía y la sociedad paraguaya han estado muy vinculadas al mundo rural. La población mayormente rural hasta hace pocos año y la presencia relevante de las actividades productivas agropecuarias hacen del mundo rural el espacio privilegiado de varios procesos sociales y económicos. La forma tradicional de aproximarse a las zonas rurales fue a través de los diferentes rubros agrícolas y pecuarios, donde tal o cual cultivo y cría de animales formateaban a las diferentes regiones. De esta forma, se asociaban algunas regiones a cultivos o rubros específicos. Guairá era cañera, así como Misiones era ganadera.

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Según la consultora Investor Economía, en la actualidad las zonas rurales experimentan procesos internos y externos de transiciones profundas y aceleradas. Desde adentro, las zonas rurales tradicionales o la ruralidad clásica paraguaya han modificado y diversificado su esquema productivo, que ya no depende exclusivamente de los ingresos por la comercialización de productos agrícolas. Nuevas actividades productivas, como las cadenas de valor del sésamo, la mandioca para almidón, los cítricos para jugo, entre otros, han remplazado al antiguo sistema del monocultivo del algodón. De igual forma, las fuentes de recursos financieros asociadas al empleo y a las remesas tanto internas como externas, a lo que debe agregarse el empleo cada vez mayor en el sector terciario, aunque parezca extraño en áreas rurales, reconfigura internamente el mundo agrícola que deja de ser eminentemente rural.

Las transformaciones externas están dadas por los cambios que se producen fuera del mundo rural, pero que lo afectan con distinta intensidad. Desde el aumento del dinamismo urbano a la revolución de las telecomunicaciones, pasando por una mejor dotación de infraestructuras de comunicación, la diversificación de la oferta de servicios y un modelo cultural basado en el consumo, llevan a considerar la dicotomía tradicional entre las zonas rurales y las urbanas, entre el mundo rural apacible y la ciudad ruidosa, o entre de un modelo de vida precapitalista a otro de perfil claramente capitalista e integrador.

El despoblamiento rural, proceso sostenido en casi todos los países del mundo, es un indicador más de los cambios sociales y económicos que vienen ocurriendo. Los jóvenes rurales, protagonistas principales de la fuerza laboral, parece que prefieren la ciudad como modelo de vida futura, ya sea habitándola o mediante desplazamientos cotidianos. La nueva ruralidad tiene una cara adulta y adulta mayor, que necesariamente deberá beneficiarse de políticas públicas que aseguren un esquema poblacional más equilibrado, o mejor dicho, que provean las condiciones y oportunidades para el desenvolvimiento pleno de los jóvenes.

La nueva ruralidad no es simplemente la sumatoria de cambios estructurales que han experimentado las zonas rurales, es además una oportunidad de comprender las trasformaciones que se inscriben en un marco modernizador de estructuras muy antiguas.

En un país culturalmente rural, asumir la nueva ruralidad, comprenderla y adaptarse a ella, son desafíos impostergables para reformular los planes, programas e intervenciones específicas orientados no a frenar las fuerzas modernizantes ni a volver con nostalgia al pasado, sino a concebir esquemas de vinculación eficiente y armónica entre los diferentes modelos productivos agrícolas, los nuevos usos del espacio no agrícolas.

Comprender los mecanismos que impulsan y sostienen la nueva ruralidad es el primer paso para adaptarse a los cambios, así como para redescubrir las oportunidades que se presentan en el nuevo ámbito rural, con actividades y valorización de diferentes recursos. El abordaje territorial, que permite analizar el mundo rural desde adentro, pero incorporando las interrelaciones con el espacio contiguo, es una herramienta privilegiada para encontrar las respuestas a los desafíos de la nueva ruralidad.

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