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Este escrito quiero hacerlo como una humilde ofrenda a un grupo de mujeres que tuvieron el coraje de ser diferentes. A muchos les parecerá poca cosa; a otros, que era su obligación; pero, considerando el contexto en que vivimos, con una conducta menguante, en el que la honestidad fue suplantada por el poderoso caballero Don Dinero, donde la ética es un artículo de lujo y casi olvidado, estas palabras quedarán cortas.
Se trata de las tres juezas que sentenciaron a los acusados en el “robo del siglo” de la Caja de Jubilados de la Itaipú; me refiero a Mesalina Fernández, Rosarito Montanía y María Esther Fleytas. En el mismo podio y en la misma altura elevo a la fiscala Victoria Acuña y la periodista Mabel Rehnfeldt. Mi gratitud vitalicia para ellas y me atrevo a decirlo en nombre de todos los jubilados, de los trabajadores activos, que vendrán en el futuro a nuestro grupo.
Al final, la Cajubi fue pensado para esta etapa de nuestras vidas donde el andar ya se vuelve lento y los recuerdos difusos. Es otro motivo más; lo escrito queda en los anales, porque las palabras dichas las lleva el viento.
No tengo memoria de haber pasado esto en mi vida de trabajador en la Itaipú. Jamás he visto a ningún juez condenar a ningún corrupto de Itaipú, y miren que hubo muchos. Jamás he visto tamaño coraje en ningún juez “masculino” paraguayo. Y el amable lector sabe el déficit hormonal de fiscales y jueces, especialmente de aquellos que tratan los problemas del narcotráfico. Sabemos también que existen policías activos, con todo su arsenal, chalecos antibalas y su artillería, que desconocen hasta la más simple orden de detención contra estos personajes de la narcopolítica o de cuyos cuarteles desaparecen toneladas de cocaína.
Es por ello que estas kuña-toro, como se las califica cariñosamente en nuestro idioma vernáculo a las mujeres heroicas, sacrificadas y honradas, merecen todo nuestro respeto. Nos han dado una lección de honestidad, eficiencia y una alta resistencia ante la tentación.
¿Piensan ustedes, queridos lectores, que estas mujeres no habrán recibido ofertas por sus sentencias? ¿Será que estos avivados no les habrán enviado un mensajero portando unos “verdes” a cambio del archivo, la desestimación y el sobreseimiento de sus causas?
Muchos dicen: “todavía falta mucho”; son dos juicios más hasta llegar a los 180 millones de US$. Faltan más personas involucradas y la recuperación de ese patrimonio de trabajadores por su dueña original, la Cajubi. ¿Será que vendrán otros fiscales y otras juezas con la misma estatura moral? ¿Será que algún juez de la república se animará alguna vez a condenar a un narcotraficante a 30 años de prisión, más la confiscación de todo su imperio económico? ¡Déjenme soñar, queridos lectores! Alguna vez, al menos nuestros hijos y nietos verán eso.
Tal vez nuestras “residentas”, aquellas que decidieron morir al lado de sus hijos y sus maridos en las batallas de Piribebuy, Isla Po’i y Acosta Ñu, no tuvieron un nivel académico, conocimientos jurídicos, el aplomo y la precisión en sus investigaciones, pero hasta hoy las recordamos por su coraje. Hago este paralelismo, guardando las circunstancias y anhelando que nuestras juezas no lleguen al sacrificio supremo para que los paraguayos tengamos que creer de nuevo en un Paraguay pyahu.
Termino esto con una expresión de deseo: si existiesen diez jueces de este tamaño, el Paraguay realmente volvería a ser grande como en la época de Rodríguez de Francia y los López.
(*) Ex secretario general del Sticcap, jubilado de Itaipú.