El burro de Balaam

Iniciar un artículo como este no es fácil. A las personas ilustradas que acostumbran leer esta columna no se los puede aburrir con obviedades ni mucho menos con nimiedades. ¿Recuerda el lector aquel pasaje bíblico del profeta Daniel, quien fuera lanzado a los leones por el dueño del mundo de entonces, el rey Nabucodonosor? Antes de ello y a pesar de ello, llevó a la cúspide económica al imperio; consecuentemente, el rey lo apreciaba sobremanera, pero sus ministros, gobernadores (sátrapas), jueces y generales, lo odiaban. El hecho se agravó porque Daniel era extranjero, un israelita.

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¿Recuerda también cómo conspiraron contra él los sátrapas del imperio? Celosos del poder de este foráneo lo intrigaron ante Nabucodonosor por no arrodillarse ante su efigie, el cual mandó erigir para recordar a los pueblos, decreto de por medio, quien era dueño del mundo. Todos saben como terminó la historia: Daniel exaltado y los sátrapas devorados, junto con todas sus familias, por los leones. El poder de Daniel provenía del dominio propio. Había decidido en su corazón no “contaminarse con la comida del rey” (contratos, coimas, orgías).

A veces se repite esta historia en forma sistemática en todos los tiempos y naciones, pero pocas veces identifican y respetan a los consejeros sabios. Normalmente prefieren a los lisonjeros, dúctiles y adulones; son más rentables y no demuestran los errores del jefe. Dicen que Stroessner, además de sus sátrapas y obsecuentes, tenía también un “Daniel”, un filósofo cristiano llamado Reinaldo Decoud Larrosa, hombre sencillo, pero sabio, a quien el presidente respetaba. Muchas aberraciones fueron evitadas por sus consejos. ¿Cuántas vidas habrá salvado?

Guardando las distancias del profeta, en Itaipú existen unos pocos con algunas características de Daniel, pero muchos con la malicia de los sátrapas. Estoy en esta empresa desde los 18 años; hoy tengo 53 y conozco este principado y su corte, como si lo hubiera parido. La “patria contratista” permitió que unos pocos amasaran inmensas fortunas con el sudor de miles de trabajadores y unos pocos sabios.

La estrategia de los sátrapas y sus secuaces es siempre la misma; te invitan primero a “degustar la comida del rey”, si aceptas, pasas al otro nivel donde prueban tu lealtad con una tentación mayor. Tu silencio cómplice es compensado con un poder interno y una cuenta externa. Si no aceptas las reglas, te persiguen, te humillan, te queman en los hornos y luego te lanzan a la fosa de los leones. Si no tienes la protección del profeta Daniel, acabas muerto cívica, laboral y socialmente. Les irrita cuando respondes: no gracias; dan por un hecho que somos adictos o tolerantes al caviar de los contratos sobrefacturados, convenios de desvalijamiento y obras fantasmas. En su código de vida solo entran el cómplice o el enemigo. El “amigo” debe ser completo, buen recaudador, tesorero silencioso y guardián implacable de la prebenda y el clientelismo político.

Usted y yo amable lector estaremos, temprano o tarde, bajo la tierra, porque esa es la ley natural. Entonces, algunos que estamos más cerca de la extrema-unción que de la primera comunión, o dicho de otra forma, más cerca del final que del comienzo, podemos darnos dos lujos: decir la verdad y no temer más que a Dios.

Recuerdo permanentemente a los lectores de esta columna que uno de los tesoros más grandes que tiene el Paraguay es la tierra; los suelos son ricos por su fertilidad, por sus aguas superficiales y sus acuíferos. Su clima es incomparable pues no tiene extremos térmicos, tampoco huracanes, volcanes y terremotos. Un paraíso, comparando con Israel que cultiva en el desierto y aún así, de sus graneros manan “leche y miel”. El único problema nuestro es la distribución de los frutos; la mayoría está en manos extranjeras y de una oligarquía que obtuvo su capital inicial de la corrupción del Estado. El otro tesoro que paulatinamente lo vamos consumiendo es la energía que proviene del río Paraná.

Lastimosamente, mientras el Brasil continúe su “marcha hacia el Pacífico” y la Argentina siga fiel a sus antiguas pretensiones de dominar el cono sur, esta lucha económica-energética será difícil. Por ello me tomé la libertad de tabular los perfiles de los sátrapas de 60 Hertz y los patriotas de 50. No juzgo, solo analizo en bases a mi experiencia personal y datos históricos.

Oré al Creador y le pedí sabiduría. No sé si me dio la misma dádiva que le dio a Salomón o la que le dio al burro de Balaam, profeta de Dios que no veía al Ángel que estaba con una espada en su camino para impedir una misión en contra de su pueblo; mientras el burro sí y lo decía en voz alta, en idioma hebreo. Como dice el profeta, si yo no hablo, las piedras u otro burro hablarán de cualquier manera.

Silencio

Tu silencio cómplice es compensado con un poder interno y una cuenta externa. Si no aceptas las reglas, te persiguen, te humillan, te queman en hornos.

(*) Ingeniero Senior II, exsuperintendente de Energías Renovables.

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