Competitividad y ventaja comparativa dinámica

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La competitividad no surge por generación espontánea. Se debe preparar a la fuerza de trabajo, a los empresarios, y a los funcionarios públicos para que ayuden en vez de obstaculizar. Se debe mejorar y ampliar la infraestructura física para abaratar el costo de electricidad, de agua, de transporte, de almacenamiento y procesamiento de insumos y materia prima. También se debe mejorar y ampliar el sistema de telecomunicaciones y reducir el costo de su utilización.

¿Cómo se prepara a la fuerza de trabajo? Mediante la educación general, técnica- vocacional, el adiestramiento en el trabajo. (on the job training) y la profesional.

La educación de tipo general provee a la persona la base para aprender con mayor facilidad lo que se requiere para desempeñarse en cualquier empresa después de un período de aprendizaje en la misma La técnica vocacional prepara para realizar trabajos en campos específicos. Por último, la educación profesional faculta a la persona para realizar labores complejas relacionadas a cada una de las profesiones. Los estudios superiores en administración prepara para la dirección de empresas productoras de bienes o de servicios. El avance en los métodos de producción y marketing requiere capacidad para la planificación, coordinación de múltiples recursos y ejecución de proyectos.

¿Por qué es necesario lograr ser competitivo? Simplemente porque de lo contrario seremos desplazados como productores de bienes o servicios por otros países que producen a menor costo. La consecuencia de la pérdida de competitividad es el cierre de empresas, el aumento del desempleo, la disminución del ingreso y de la recaudación fiscal y, por consiguiente, la menor capacidad del Estado de proveer servicios a la población. En pocas palabras, no ser competitivo conduce a la caída o, cuando menos, al estancamiento del nivel de ingreso de la población, al aumento de la pobreza y deterioro en la calidad de vida y a la emigración de la población joven y potencialmente más productiva.

En una economía dinámica, en la que surgen nuevas industrias con mayor valor agregado y rentabilidad que reemplazan a las desplazadas y crean nuevos puestos de trabajo, la pérdida de competitividad en algunos sectores no es tan grave. Pero aun en estas economías, el cierre de empresas ocasiona desempleo estructural, en que parte de la mano de obra no es reabsorbida, porque las nuevas industrias requieren diferente tipo de habilidades y conocimientos. Es para solucionar este problema que el gobierno del Presidente Obama insiste en la necesidad de reeducación de los trabajadores desplazados, ya que el cierre de muchas empresas es permanente, porque ya no son rentables o porque sus operaciones fueron trasladas a otros países con mano de obra y costos sociales más bajos.

El problema de la falta de competitividad es más grave cuando en el país no emergen nuevas industrias ni fuentes de trabajo. Esto tiende a ocurrir en países de menor desarrollo, pero también puede ocurrir en países de mediano desarrollo. El ejemplo más cercano y patético de la pérdida de competitividad fue la Argentina en la época de Menem y de los gobiernos que le siguieron. Cientos de empresas argentinas desaparecieron y el desempleo alcanzó niveles nunca visto antes. La pérdida de competitividad de la industria argentina se debió en gran medida a las políticas adoptadas por los gobiernos de ese país como, por ejemplo, la insistencia en mantener la paridad del peso con el dólar, cuando el Brasil permitió una importante depreciación del Real. Pero no es nuestro propósito analizar lo que ocurrió en la Argentina, sino citar la experiencia del país vecino a modo de ilustración de las consecuencias de la pérdida de competitividad.

Es importante destacar que la competitividad no se basa necesariamente en las ventajas comparativas absolutas que resultan del tamaño de la población, de la posición geográfica y de los recursos naturales de un país. La competitividad requiere mano de obra calificada, capital e infraestructura. Estos requisitos son susceptibles de ser creados mediante políticas adecuadas. No son precisamente los países mejor dotados de recursos naturales los más desarrollados y competitivos. La teoría de las ventajas comparativas relativas formuladas por David Ricardo dos siglos atrás es más apropiada para entender la tendencia a la especialización, pero casi siempre se la presenta en forma estática y se la usa para justificar seguir haciendo lo mismo año tras año y década tras década. También se la usa como argumento a favor del comercio libre sin prestar atención a los supuestos que deben darse para su validez, convirtiéndola así de teoría en ideología. La teoría sostiene que el intercambio comercial entre países es ventajoso, a pesar de que puedan haber marcadas diferencias de productividad entre los mismos. No pretendemos disputar la validez de la proposición de que a cada país le convendría especializarse en la producción de bienes o servicios con menor costo de oportunidad y obtener los demás productos mediante el intercambio comercial. Tratar de producir todos los bienes que la población desea, independientemente del costo de oportunidad, es ineficiente, mientras que la especialización es eficiente y con el intercambio todos salen ganando.

Pero casi siempre se omite señalar que uno de los supuestos es la existencia de pleno empleo y que las ventajas comparativas relativas no son algo que Dios asignó a cada región o población del planeta y que deben permanecer fijas indefinidamente. Si bien es mucho más difícil alterar las ventajas comparativas absolutas que derivan de la dotación de recursos naturales, las relativas son dinámicas y pueden ser desarrolladas mediante políticas diseñadas e implementadas para el logro de ese objetivo. El problema de muchos países en vía de desarrollo es que sus ventajas comparativas absolutas y relativas se hallan en actividades que no son de alta rentabilidad, o que no estimulan la formación de “clústers”, es decir, de grupos de empresas relacionadas, proveedoras de insumos o de procesamiento de sus productos que se alimentan mutuamente. Otro problema es que, por lo general, los países menos desarrollados son productores de materia prima que están sujetas a variaciones bruscas de demanda y de precio. Evidentemente, si cae la demanda del producto de un país, de poco le sirve tener ventaja comparativa en su producción, ya que no puede aprovecharla. Así muchos países productores de bienes primarios sufren grandes variaciones en sus ingresos y en la recaudación fiscal.

De lo antedicho se colige que un país que se propone escapar del subdesarrollo debe recordar que las ventajas comparativas relativas son dinámicas y pueden desarrollarse en áreas de la economía donde previamente no existían. Para ello necesita diseñar e implementar políticas que apunten al logro de ese objetivo. Eso fue lo que hicieron los países Asiáticos como el Japón y Corea del Sur. En el caso de Japón basta con citar como ejemplos la industria automotriz, la de televisores, pantallas para TV y computadoras, cámaras fotográficas y muchas otras más. Corea se halla en proceso de desarrollar ventaja competitivas en la industria automotriz, telecomunicaciones y en varias otras, y es probable que ya lo haya logrado. Alemania, con incentivos del Gobierno, esta creando ventajas comparativas relativas en la producción de tecnologías denominadas verdes por ser favorables al medioambiente. Brasil no hace muchos años solo tenía tres o cuatro productos de exportación, entre los que destacaba el café, pero logró una impresionante diversificación, no solo en la agricultura, sino también en la producción industrial. Sus gobiernos han impulsado el desarrollo de ventajas comparativas relativas en diferentes sectores de la economía, incluyendo la aeronáutica. En efecto, la creación por el gobierno de la empresa Embraer permite actualmente al Brasil exportar aviones a varios países del mundo, incluyendo los Estados Unidos.

Para el desarrollo en nuestro país de ventajas comparativas relativas en actividades con mayor potencial de crecimiento e ingresos es necesario una política de apoyo mutuo entre los varios estamentos de la sociedad. Específicamente, es necesario que el Gobierno, el sector privado y los centros de educación colaboren estrechamente. Se debe fomentar una relación simbiótica entre estos grupos en pos de objetivos acordados. Los empresarios deben apoyar la labor de los centros educativos e institutos de investigación, no solo con palabras sino también con aportes regulares de fondos o dando becas a sus empleados y a los estudiantes sin medios para costear sus estudios. Asimismo, deben ofrecer a los estudiantes la oportunidad de realizar pasantías en sus empresas, preferentemente remuneradas. Además deben opinar sobre el tipo de currículo de los diversos programas de estudio e interesarse en la calidad de la educación, y no solo quejarse de las deficiencias. No deben considerar dichos aportes como gastos, sino como inversión rentable para sus empresas. No es razonable que el empresariado espere que toda la responsabilidad de formar a sus futuros trabajadores recaiga exclusivamente sobre el Estado y sobre los padres de los alumnos. Muchos padres no están en condiciones de financiar los estudios de sus hijos.

Una forma de aporte de los empresarios no muy costosa y de gran beneficio, tanto para sus empresas como para el país, es dar becas para el estudio del inglés en los varios centros especializados en esta actividad. Las horas de estudio dedicadas a la enseñanza de esta materia en los colegios no son suficientes para su utilización efectiva. La utilidad del manejo del inglés es innegable, ya que este idioma funciona como lingua franca. Los europeos, asiáticos y africanos estudian inglés y se comunican con el resto del mundo en este idioma. Además, el conocimiento del inglés abre puertas a nuevos conocimientos de todo tipo, incluyendo el técnico y científico al que cualquiera puede acceder a través de internet. Por ejemplo, las universidades norteamericanas, como las famosas MIT y Stanford, ponen varios cursos en la web, y cualquiera puede acceder gratuitamente a ellos. Además del empresariado, el Estado debe jugar un papel importante en la creación de nuevas ventajas comparativas, pues es difícil que el sector privado lo haga solo. La razón reside en que muchos proyectos y tareas para sentar las bases no son rentables y, por tanto, su realización no es de interés al empresario privado. Como se mencionó al comienzo, para el desarrollo se necesita preparar a la fuerza de trabajo, capacitar cuadros gerenciales, crear nueva infraestructura física, y mejorar y ampliar las existentes.

En nuestro país hay algunos ejemplos exitosos de colaboración entre el Estado, empresarios y la universidad que merecen ser resaltados. La ganadería ha mejorado gracias a esa colaboración. Mediante la investigación y experimentación se logró el desarrollo de una semilla de algodón muy buena Reba 360, que dio ventaja competitiva a nuestros productores. Lamentablemente se perdió esa ventaja. Esto indica que no solo es necesario crear ventajas, sino sustentarlas. Otro ejemplo reciente es el cultivo del trigo. Unas décadas atrás todo el trigo que se consumía se importaba de la Argentina.

Se creía que las condiciones climáticas de nuestro país no eran aptas para el cultivo del trigo, pero debido a la investigación, experimentación y desarrollo de nuevas semillas se logró implantar el cultivo en nuestro territorio, y actualmente la producción no solo satisface la demanda nacional, sino que el excedente se exporta y genera divisas para el país. Pero hay que recordar que al comienzo la producción local de trigo recibió cierta protección. Estos ejemplos deberían alentar a los empresarios, educadores y ministros del Gobierno a trabajar en estrecha colaboración para crear nuevas actividades económicas con ventaja comparativa.

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