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Desde que los bancos concedieron los primeros créditos están expuestos a quebrar, y para que una intermediaria financiera quiebre basta con que sus reservas no sean suficientes para atender a sus pagos. Por lo tanto, cuantas más reservas tenga un banco por unidad de depósitos –cuanto mayor sea su coeficiente de caja– más difícil sería que el banco quiebre. Desgraciadamente, cuanto mayor es el coeficiente de caja de un banco, la proporción de créditos concedidos por unidad de depósitos es menor y, en consecuencia, los beneficios del banco también son menores.
Así pues, llevados por su afán de aumentar sus beneficios, los bancos tienden a reducir al máximo sus coeficientes de caja y a veces incurren en riesgos que ponen en peligro los ahorros de sus impositores, la propia supervivencia del banco y, si se llegara a producir un pánico financiero generalizado, incluso la supervivencia de todo el sistema bancario.
El coeficiente de caja obligatorio que impone un Banco Central hace más difícil que esto ocurra.
Desde la última crisis financiera en Paraguay ocurrida entre 1995 y 2002, nuestro Banco Central ha reforzado los requerimientos para que las entidades bancarias incrementen sus reservas.