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Como todas las generalizaciones, este tipo de descripciones basadas en estereotipos me resultan particularmente odiosas, pero evidentemente hay que admitir que también revisten cierta utilidad a la hora de realizar comparaciones. Esta vez, en lugar de mirarlos a ellos, quisiera plantearte que nosotros nos miremos al espejo, ¿me acompañas? Veremos cómo nos reconocemos los nacidos entre las décadas de 1965 a 1980, que componemos el colectivo denominado “Generación X”.
¿Quién nos crió y a quiénes criamos?
Si estás entre los 35 y 50 años de edad, podemos afirmar que tenemos en común varias cosas. Crecimos en la era analógica y ya siendo jóvenes vivimos la llegada de la era digital, así que ya no te quedó otra que aceptar las reglas de la tecnología y la conectividad, por lo que cada vez que dominás algo y lo vuelven a cambiar, probablemente sientas un poco de frustración por la rapidez de la innovación tecnológica.
Quizás te sientas cómodo con los patrones culturales de las organizaciones, como las jerarquías donde el jefe impone las reglas o los organigramas como única forma de comprender la complejidad de los departamentos y secciones de una empresa. Pero a pesar de que te atrae el ritmo que imponen los cambios actuales, quizás puedas admitir ante el espejo el sentimiento que supone estar en el medio, como bisagra, de dos generaciones tan distintas.
Por un lado, tus padres, maestros y jefes fueron “Baby Boomers”, para quienes la prioridad era el trabajo, pues era el símbolo de esfuerzo, sacrificio y sufrimiento para mantener a la familia. Tus padres valoraban la productividad y no toleraban el ocio o la pérdida de tiempo, simplemente no soportaban verte sin hacer algo útil. Además, ellos apreciaban los símbolos de estatus social y respetaban los escalafones empresariales como modelo para avanzar en un plan de carrera y ascender en su vida laboral.
La autoridad de los padres, de los maestros e incluso de los jefes en las empresas, se imponía casi a la fuerza (el “casi” es para hacer más suave el recuerdo), en donde no estaba mal visto “corregir” con cinto a los niños, castigar a los alumnos, o mantener la disciplina empresarial en base al “chake” como ser despidos, suspensiones sin goce de sueldo y otras maneras afines para lograr resultados. Por lo tanto, para evitar la imposición de la pena, simplemente lo mejor era ser sumiso y obedecer, desde niño hasta adulto.
Pero resulta que ahora nuestros hijos, quienes nacieron entre 1982 a 1994 y son los millennial, crecieron con la evolución de la tecnología, no conciben un mundo sin ella, la calidad de vida es su prioridad, lo que era un lujo para nosotros ahora es un artículo de consumo básico para ellos. Se destacan por ser emprendedores y multitareas, quizás por eso muchas veces los vemos como inconscientes e irresponsables (siempre niños) e incluso egoístas en sus decisiones laborales o profesionales, porque se enfocan en la felicidad y satisfacción personal.
Pero claro, si tus hijos llegaron después de 1995 estás ante desafíos aún mayores, a ellos se les denomina “nativos digitales”, ellos nacieron en la era del Internet y los celulares, tienen una alta propensión al consumo, manejan toda la tecnología existente con total naturalidad e incluso varias al mismo tiempo (Internet, msn, sms, celulares, iPod, iPad, Notebook, etc.), no conciben el acceso a la información sin Google, se comunican principalmente por redes sociales, profundizan vínculos (incluso afectivos) en entornos virtuales y su principal distracción se encuentra en la red.
El queso del sándwich
Así que, en general, fuimos criados por una generación de adictos al trabajo, para quienes el mismo era una obligación y rol principalmente de los padres quienes eran los proveedores. En muchas familias las madres eran amas de casa que dedicaban su vida al cuidado de los hijos. Entonces, es natural sentir que estamos en deuda moral eterna con ellos y desde luego no les queremos fallar, pero esto no es solo por respeto, es un sentimiento superior, quizás más parecido a tener miedo a defraudarlos o contradecirlos.
Ahora somos padres de una generación a la que no entendemos y por lo tanto sentimos también miedo a defraudarlos o contradecirlos, son exigentes y poco obedientes, cuestionan todo, no soportan respuestas a medias y todo lo quieren rápido, de ser posible de manera inmediata.
Y es que cuando nosotros crecíamos, la información la tenían los adultos, lo que decían nuestros padres o maestros era ley, ellos escogían que necesitábamos saber y en qué momento de nuestras vidas. Ahora, nuestros hijos tienen acceso a mucha más información que la que nosotros tuvimos en todos nuestros años de estudio juntos. A un solo click de distancia tienen la posibilidad de investigar sobre cualquier tema, literalmente hablando. Pero recordemos que el internet no les facilita experiencia de vida, en eso nosotros somos los especialistas y por ello nuestros hijos realmente necesitan que los acompañemos.
Pero entonces, para nuestros padres el trabajo era visto como una obligación para ganar dinero y mantener a la familia, para nuestros hijos el trabajo es un medio para su realización y satisfacción personal, y para nosotros, ¿qué significa?
En general, buscamos el equilibrio, queremos disfrutar de la estabilidad de un trabajo bien remunerado, pero que también nos permita disponer de calidad de tiempo con nuestras familias, sin descuidar el aspecto personal como hacer deportes o ir a la peluquería, aunque también resultan relevantes los espacios de ocio para distracción y compartir con amigos.
Pero en la práctica, estamos constantemente en la actitud de lo obligatorio, tenemos más “debo” que “quiero”. Así, mientras estamos en el trabajo sentimos culpa por no estar con los niños, cuando estamos con los niños no podemos disfrutar porque estamos preocupados por los pendientes que dejamos en el trabajo, justificamos la pérdida de tiempo que implica el gimnasio porque no es un placer sino una necesidad de mantenernos saludables, y si salimos con amigos aclaramos que aprovechamos un descuento o ya no nos pudimos negar porque ellos invitaron.
Evidentemente cada persona es distinta, no pretendo ni remotamente marcar de que existe igualdad de criterio, sin embargo me atrevería a considerar que muchos de quienes formamos ésta Generación X precisamos una “reprogramación” con relación a nuestra percepción hacia el dinero y hacia el trabajo.
Lo que nos enseñaron nuestros padres, maestros y jefes, ya está en nosotros, forma parte de nuestra visión del mundo, no lo vamos a perder. Pero quizás es hora de que también aprendamos de las nuevas generaciones y nos demos permiso a cambiar algunos “debo” por más “quiero”, para que no dejemos de aprender y nos atrevamos a innovar, a crear, a empezar de nuevo. Asumamos algunos riesgos para ganar vida y no solo acumular años.
La antigüedad laboral no nos va a servir en la tumba, asegúrate de ser feliz y estar satisfecho con lo que has elegido hacer cada día. Aventúrate a viajar y conocer culturas distintas. Disfruta de la compañía de tu pareja y de tus hijos, están para compartir y acompañarte en el camino, no para que les sirvas ni les resuelvas la vida. Sé prudente con tus finanzas para que puedas contar con un fondo para tu retiro y puedas mantenerte dignamente.
No nos entregaron un manual para vivir en éstos tiempos, lo bueno es que tenemos el honor de ser parte de la construcción de un mundo distinto, que nadie se pudo haber imaginado un par de décadas atrás. Hay reglas nuevas, el dinero es solo una herramienta más para lograr aquello que nos da felicidad, entonces es necesario que sepas: ¿cuáles son tus metas de vida? ¿qué querés conseguir?, ¿hacia dónde vas? Utiliza bien tus escasos recursos de tiempo y dinero para generar como retorno a la inversión de tu vida la mayor satisfacción posible. Sigamos hablando de dinero, así aprendemos a manejarlo mejor.
gloria@ayalaperson.com.py