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Lo otro es lo correcto por parte del Presidente de la República y se refiere a su intención manifestada por su ahora ministro de Economía de no subir los impuestos. Esta es una señal interesante y positiva desde lo que se conoce como la teoría de las expectativas racionales.
Los agentes económicos, al respecto, desarrollan suposiciones de escenarios sobre lo que puede ocurrir a corto, mediano y largo plazo. Y lo hacen utilizando de la información que tienen y procesada desde el presente hacia el futuro.
De modo que si desde el mismo Poder Ejecutivo se dice que se mantendrán los niveles actuales de impuestos, entonces se está ante un escenario que muestra una tendencia adaptativa. Esto bien puede traducirse en una mejor disposición de los factores de producción como el capital, cuestión de directa relación con la radicación de inversiones, nacionales como extranjeras.
Desde el Ejecutivo y el Congreso
Ahora bien, no resulta suficiente el señalamiento antes expresado. El Ejecutivo y el Congreso deben también disponer poniendo en vigencia medidas que hagan cierta esa correcta narrativa de no subir los impuestos. Y al respecto, no hay otro modo que, primero, reducir y terminar con el malgasto del dinero de los contribuyentes así como de iniciar algunas reformas, por cierto, necesarias y urgentes, así como de parar de una vez por todas con el endeudamiento.
El malgasto representa casi el 4 por ciento del Producto Interno Bruto y es del orden de dólares 1.560 millones. Ese malgasto está en el mismo presupuesto presentado por los Ejecutivos y votado por los Congresos, de modo que aquí todos tienen suficiente autoría y complicidad con la corrupción, pues así lo prueban las filtraciones en transferencias, en las compras públicas y en remuneración a empleados.
Dicho de otro modo, si el 90 por ciento de los ingresos por cobro de impuestos se destinan a cubrir los gastos rígidos, como salarios de los funcionarios, jubilaciones, pensiones y a pagar parte de la deuda, entonces se puede decir, sin temor a equívocos, que aquí algo está mal y muy mal y no puede continuar de ese modo. El peso del Estado sobre las personas, familias y empresas privadas se ha vuelto demasiado oneroso y alto.
De las reformas se puede decir mucho y a la misma se la menciona no solo en los países subdesarrollados sino también en los mismos de mayor porte económico. Ocurre que no hay lugar del mundo donde el Estado no haya intervenido con políticas públicas equivocadas que van desde el aumento del gasto derrochador pasando por la emisión monetaria, la inflación, el desempleo hasta llegar a ciclos de recesión.
Para nosotros será peor
Esto ocurre en todas partes, sin embargo, en los países como Paraguay es todavía más dañina y peligrosa esta equivocación. Los países ricos sortean esas vicisitudes y no tanto; miremos lo que ocurre en Estados Unidos y Europa, donde también se notan los desequilibrios provocados por sus mismos gobiernos. Pero insisto, aquí en nuestro país esos efectos son mucho más fuertes y pueden durar décadas. ¿Por qué caer en lo que otros países han hecho teniendo experiencias incluso aquí muy cerca?
Hacer reformas es ponerle al Estado en su lugar para hacer lo que debe hacer y se deje de hacer lo que hoy hace y mal. A esta altura de los acontecimientos, mucha gente, por fortuna, conoce de un modo u otro (no digo que lo conozca a fondo) que si el sector eléctrico, las jubilaciones (IPS), las cajas estatales, el mercado laboral, no son reformados, pues entonces tampoco se podrán mantener los impuestos.
Mirada tercermundista
¡Llegamos a casi el 40 por ciento de endeudamiento! ¡Y hay que pagar! Y lo harán inexorablemente las personas, las familias y las empresas privadas. Así como vamos y aunque la economía del país sea la que menos caerá en la región, los hechos dicen que no podemos seguir contrarios a las transformaciones necesarias y hasta urgentes.
El Ejecutivo y el Congreso tienen la sartén por el mango, mal le pese a los que descreen de la actividad política aquí o en cualquier lugar del mundo.
Pero estamos ante un problema y grande. En la forma en que se practica la democracia que tenemos, ocurre que sobresale la preeminencia de dirigentes abyectos, pusilánimes y con falta de ideas modernas, con una mirada anclada en el tercermundismo con propósitos de seguir viviendo a costa del pueblo contribuyente.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), por ejemplo, sostiene que todavía en países como Paraguay se tiene suficiente “espacio fiscal” para seguir contrayendo los respectivos empréstitos. En realidad, el FMI lo que ha venido haciendo es más bien financiar a gobiernos sin compromisos serios de reformas.
El endeudamiento no resulta para bien de los ciudadanos de a pie ni para la iniciativa empresarial, la mayoría silenciosa que todos los días apuesta con su esfuerzo y creatividad por crear y distribuir más y mejores bienes y servicios. Se apuesta a financiar a gobernantes que con ideas tercermundistas fracasadas y obsoletas siguen alimentando al Estado, ese aparato multimillonario de escandalosos privilegios nutrido con tributos de todo tipo que se detrae bajo la fuerza a la gente.
Pasar de la ineficiencia de la corrupción a la eficiencia y transparencia con rendición de cuentas requiere de ideas claras y de liderazgo. Esto es lo que veremos en estos primeros meses: Desde el Ejecutivo y el Congreso hay que terminar con la mirada y práctica tercermundista.
Parar
Primero hay que reducir y terminar con el malgasto del dinero del contribuyente e iniciar algunas reformas, y parar con el endeudamiento.
PIB
El malgasto representa casi el 4 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y es del orden de los US$ 1.560 millones.
(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.