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Todavía más, la economía de libre mercado que, por cierto, para que sea economía solo puede ser libre, es la cooperación social que permite afianzar la paz e incentivar la laboriosidad de los miembros de una sociedad. De manera que si hablamos de economía de mercado me refiero igualmente a la propiedad privada. Sin propiedad privada las personas no podrían proceder a intercambiar sus bienes y servicios, pues solo se intercambia lo que a cada quien le pertenece.
Precisamente son los oferentes y demandantes en el mercado los que de modo continuo buscan producir y comercializar cada vez más bienes y servicios sujetos permanentemente al escrutinio del consumidor. Es el consumidor quien funge de verdadero árbitro en una economía de mercado. Es el consumidor el que decide lo que mejor le conviene y lo hará buscando su beneficio, pues comprar más barato y a mejor calidad el producto que desea es una cuestión natural y de sentido común.
Solo las ideologías colectivistas sesgadas por el autoritarismo y en el presente a los que profesan la “nueva economía” de la tecnocracia, son los que están dispuestos a forzar a las personas a tener que hacer algo en contra de sus propias decisiones.
Intercambio es voluntario
El hecho de intercambiar con otros lo que les pertenece o lo que les fue entregado por contrato es la forma en que la civilización fue abriéndose para así lograr el progreso no solo económico sino también cultural y político. Sin embargo, para que todo ello ocurra, además de la propiedad privada deberá existir libertad. Y la libertad es el derecho a la acción de no ser interferido por nadie a que cada uno busque su mejor provecho sin tener que dañar a los demás.
La idea de que el Estado puede endeudarse, elevar los impuestos y hasta crear inflación (porque solo el Estado puede hacer estas tres cosas e incluso juntas) está pasando desapercibida, al punto de que se está creyendo a ciegas que el Estado puede y debe hacer algo para resolver los problemas de los grupos de presión y a costa de otros, hecho constatable en la tributación.
La función de los gobiernos fue y sigue siendo necesaria hasta tanto garantice los derechos de propiedad, de libertad y seguridad. El Estado debe limitarse a normas predecibles y duraderas porque, de lo contrario, desde los propios gobiernos se inicia el avance del poder sometiendo a los ciudadanos mediante legislaciones que han perdido su razón de ser. Lo que hoy tenemos es que, a diferencia de los principios del liberalismo republicano que concibió la democracia constitucional, la mayor amenaza en el presente está en la idea de que el poder estatal carece de límite alguno porque su propósito es consolidar la nueva clase conformada de políticos y burócratas –la nueva monarquía– tan detestable, corrupta e ineficiente como antaño.
La falacia estatista
Es una falacia que el Estado pueda crear riqueza. No es su función, puesto que cada guaraní que utiliza es un guaraní menos en los bolsillos de la gente. El sector estatal es improductivo porque no hace inversiones, pues solo invierte el ahorro de las personas a quienes se les sacó mediante la fuerza parte de sus ahorros. En tal sentido se viene subestimando el efecto de la tributación como si los impuestos fueran inocuos en la economía.
Resulta lamentable que los “estudiosos” sigan insistiendo en la equidad tributaria mediante la implementación de más impuestos y sobre todo directos. Lo que pasa es que estos “estudiosos” creen que la equidad es una forma de justicia (que no lo es) mediante la tan mentada y equivocada “redistribución” de la riqueza, lo que significa sacar al que más tiene para repartirlo a otros, eufemismo que termina por sacar a los más pobres para dárselos a los privilegiados en el poder.
Cabe al respecto decir ¿qué se ha hecho con los diversos presupuestos de gastos en todos estos años? Pues se aprueban y se sigue contando con gastos que están por encima de la recaudación siendo prebendario, ineficiente y sin calidad, con el agravante de que a los técnicos y legisladores les tienen sin cuidado todo aquello porque total pueden hipotecar a las generaciones futuras (endeudamiento) aumentar y crear nuevos tributos y hasta llegar a aquello de que no es tan malo un “poco” de inflación.
Sumado a ello –que ya es suficiente– está el denominado peso muerto de los impuestos, esto es, lo que inevitablemente se deja de producir a causa de la administración costosa, ineficiente y corrupta que incentiva a los grupos de presión. En Paraguay el peso de la ineficiencia estatal en materia tributaria se ha vuelto insoportable para el pueblo en general y, todavía más, sobre no más de 800 mil personas del sector formal que mantienen con sus impuestos las calles, la seguridad, la salud, la educación, etc. –por cierto sin contraprestación– y sobre los cuales cualquier “reforma” vuelve a caer sobre ellos mismos. ¡Y esto sí que es una injusticia!
A costa de los demás
Fue probablemente el economista y escritor francés Fréderic Bastiat, en su obra La Ley, el que mejor expresó el sentido de los nuevos tiempos cuando dijo que el Estado es una gran ficción de la que unos pocos viven a costa de los demás. Para profundizar sobre esto es necesario hurgar en la historia. Con el advenimiento del republicanismo liberal en el mundo a inicios del siglo XVIII, que proclamó el valor del individuo dotado de derechos inalienables a la vida, la libertad y la propiedad, los países empezaron a salir de un círculo vicioso de pobreza, enfermedades y gobiernos despóticos.
Infelizmente, a la fecha los autoritarios de siempre sesgados de altanería y soberbia siguen en su intento por ponerle grilletes al ser humano porque para ellos la libertad y la economía de mercado les alejan de sus detestables objetivos de hacerse dueños de la vida, la libertad y la propiedad de sus prójimos.
Los colectivistas disfrazados de buenas intenciones tiran con fuerza hacia sus intereses y privilegios los recursos producidos por productores, emprendedores, individuos y empresas.
El sistema tributario debe ser sencillo, de bajas tasas, de no más del 10% en contra prestación de los servicios a los ciudadanos en calidad y transparencia.
Los tributos no deben superar a la cantidad de los dedos de una sola mano y mejor con un solo impuesto. Si no se cuenta con esta referencia de orden filosófico, moral y económico, pues entonces los impuestos son una herramienta para destruir la libertad y la economía.
Falacia
Es una falacia que el Estado pueda crear riqueza. No es su función, puesto que cada guaraní que usa es un dinero menos en el bolsillo de los ciudadanos.
Tasa
El sistema tributario debe ser sencillo, de bajas tasas, de no más del 10% en contraprestación de servicios a la gente, tanto en calidad como en transparencia.
(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas en UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.