De la Revolución Francesa al estatismo y el globalismo

Días atrás conmemoramos un aniversario más de la Revolución Francesa. Un 14 de julio de 1789, el grito de “Libertad, fraternidad e igualdad” marcó un antes y un después en la historia europea y del mundo. Un cambio radical habría de producirse desde aquella fecha a nuestros días: la economía es el principal detonante de las grandes transformaciones en las sociedades.

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Y si bien esta revolución es posterior a la inglesa de 1688 y a la Americana del año 1776, en los países como el nuestro, la francesa tuvo mayor resonancia que las citadas.

No obstante, también desde esta conmemorativa fecha se puede notar cómo los llamados revolucionarios terminaron por sembrar las mismas semillas de autoritarismo y corrupción que tanto criticaron del antiguo régimen.

La democracia ilimitada fundada en la demagogia para congraciarse con el pueblo y de la que tanto alardeaban sus propulsores, terminó por convertirse en el peor enemigo de los franceses. Pronto sobrevino la peor crisis fiscal de la época (incubada ciertamente durante la Monarquía) acompañada de una inflación que trató de controlarse, primero, con obras públicas, pero que luego se convirtió en exigencias de más impuestos para solventar las deudas y el gasto.

Lo que al principio parecía ser el anuncio de un nuevo mundo, terminó por convertirse en una tragedia. Los llamados nuevos demócratas practicaron el despotismo y la centralización del poder de una manera que hasta el propio Luis XIV envidiaría.

El pensamiento político económico

Llevado a cabo metodológicamente para acrecentar el poder del Estado hizo que la economía acompañara tal propósito y así ocurrió. La llamada representación del pueblo se declamaba de boca para afuera, cuando que las prácticas de política económica levantaron al poder del fisco en un pedestal. El mercantilismo regulatorio, monopólico y poco propicio para la libertad económica hizo que la revolución terminara en una nueva forma de tiranía.

Sin principios y valores a defender ni siquiera por disimular, la política se volvió politiquería y la economía ya no fue tal sino apenas una serie de conocimientos cuyo objetivo metodológico fue sobrevalorar los intereses de la caja fiscal en vez del trabajo y el dinero de la gente.

Los llamados representantes del pueblo como ya no rendían cuentas del cada vez más elevado gasto público, terminaron por originar una nueva clase y aunque desprovista de los rigores propios, pasaron a ser la “nueva monarquía”.

Lo que hoy ocurre

Esto es precisamente lo que ocurre hoy en nuestro país. La llamada “clase” política compuesta y defendida por burócratas y técnicos que se autoasignan privilegios sin importarles que ello implica cargar sobre las espaldas de otros, esto es, sobre los emprendedores, más gastos, trámites y contratiempos.

Sin la mínima consideración por los daños que provocan, se han vuelto insensibles a lo más nobles sentidos de comprensión y amor hacia el prójimo que es tan igual como sacarles el pan de la boca a los niños. Y no se trata sólo de los privilegios en los cupos de combustibles, celulares y otros más, entre los que se suma recientemente el seguro vip médico, como también el de obtener una exorbitante jubilación en apenas dos períodos en contraposición al hombre y mujer de la calle quienes obtienen sus jubilaciones luego de más de 35 años de actividad laboral.

También se trata de la destrucción del noble concepto de la igualdad ante la ley. Solo la barbarie pudo terminar por aprobar una reciente legislación conocida como la “deforma” tributaria, impulsada desde el Ejecutivo y acompañada por ciertos serviles en el Congreso.

Desde la propia Naciones Unidas (ONU)

Con el acompañamiento de organizaciones como la Open Society del multimillonario George Soros y con el también magnate Bill Gates con su fundación “Bill and Melinda Gates” desde el lanzamiento de su reciente libro “Como evitar un desastre climático” así como el programa “Green Deal” implementado por el partido Demócrata en los Estados Unidos para imponer impuestos a los países que carezcan de políticas contra el cambio climático, se está nuevamente ante el objetivo de perjudicar a países como Paraguay que precisamente producen alimentos desde la agricultura y la ganadería.

Pronto la propaganda anticapitalista encontró un nuevo motivo de “lucha”. Aceptaron que se había elevado la producción y la productividad como nunca antes en el campo (de hecho los números así lo dicen) pero que también –según ellos– había surgido un gran problema o mejor dicho dos problemas concretos: 1) El aumento de las desigualdades y 2) El aumento del calentamiento del planeta.

Aumento de las desigualdades

La tan mentada desigualdad fue prontamente desvirtuada y no por el discurso ideológico, sino por la realidad. Las pruebas son irrefutables. En efecto, la falsa propaganda anticapitalista de la desigualdad terminó por ser desechada por hechos incontrovertibles.

Si bien el índice de Gini habla de la desigualdad, dicho índice no toma en cuenta que siempre y en todo momento hay una transformación de avance de los sectores socioeconómicos pobres hacia la clase media en comparación a los que todavía están por salir de la pobreza pero que lo harán si se garantizan los derechos de propiedad, libertad con un sentido de administración de justicia que garantice a las personas sus bienes y contratos.

En las últimas décadas la más importante transformación mundial ocurrió en la década de los ´90 cuando los países que lograron el crecimiento económico también consiguieron el progreso en un sentido no solo económico, sino también cultural, educativo y de mejores oportunidades para las familias más pobres.

El calentamiento global

Provocado por el hombre o por las oscilaciones de nuestro planeta, sin duda que existe un cambio climático; pero siempre hubo y seguirá existiendo. Pero no solo los ambientalistas disfrazados en la agenda globalista sostienen la necesidad de restringir la agricultura y la ganadería debido a que según ellos la concentración de carbono en la atmósfera guarda directa relación con aquellas actividades de producción de alimentos.

El Acuerdo de París y otros documentos hablan de imponer impuestos a la actividad industrial y sectores involucrados. Sin embargo, solo los volcanes arrojan a la atmósfera muchos más gases que todos los vehículos de motor del planeta.

Todavía más, las oscilaciones en los llamados “Ciclos de Milankovitch” establecen que la órbita terrestre, esto es, la inclinación del eje de giro que cambia cada tantos miles de años, finalmente regulan las radiaciones solares y por tanto la cantidades de hielo acumulado. Pero no, para la famosa Greta Thumberg en su libro “Cambiemos el mundo”, ahora mismo es necesario que los gobiernos impongan impuestos que dificulten la actividad industrial, la ganadería y la agricultura.

Mientras ocurren estos hechos, la tentación de seguir exigiendo más dinero a los Atlas que sostienen sobre sus hombros con su trabajo y creatividad a los gobiernos, miran con recelo y con cada vez menos paciencia a los que siguen gastando sin rendición de cuentas ni transparencia los escasos recursos y todavía más, pretenden desvincularse todavía más del pueblo para que ellos avancen con su propia agenda. Esto se está volviendo demasiado similar a lo que pasó con la Revolución Francesa.

Tragedia

Lo que al principio parecía ser el anuncio de un nuevo mundo, terminó por convertirse en una tragedia. Practicaron el despotismo.

Tiranía

El mercantilismo regulatorio, monopólico y poco propicio para la libertad económica, hizo que la revolución terminara en tiranía.

(*) Catedrático de materias jurídicas y en UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.

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