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La caída de la economía con efectos en todo el orden social puede ser en aterrizaje suave (soft landing) o directamente y sin atenuantes en precipitoso desplome. El problema es que muchas veces el aterrizaje suave que según sus adeptos, podría ser corregido mediante el intervencionismo estatal (personalmente creo que lo agrava) no necesariamente termina por ser tal. Al contrario, la caída puede ser aún más violenta.
Es cierto, aquel aterrizaje suave del cual los tecnócratas del pensamiento mainstream mencionan debido a su adhesión al neokeynesianismo, se deriva de la influencia de políticas contra cíclicas intervencionistas para que el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), por ejemplo, no sufra recesiones potencialmente dañinas.
Y es aquí donde el error conceptual se vuelve un problema. Esta línea de pensamiento conlleva a políticas públicas contraproducentes para el desarrollo. Las decisiones gubernamentales con el objetivo del aterrizaje suave (soft landing) terminan por agravar todavía más la situación.
Tocar los tipos de interés y la oferta monetaria como si fuera una caja de herramientas en un taller mecánico es dañino por donde se lo mire y lo único que hace es patear para adelante el mismo problema de fondo. Y esto es lo que está pasando en nuestro país.
No hay tal recuperación
Pasamos de la ralentización a la recesión y luego de un cierto respiro debido a la pandemia se vino –dicen algunos– la recuperación. Yo creo que esto no es así. La mentada recuperación no la tenemos, al menos en el sentido que considero debe darse en una economía como la nuestra, que debe dirigirse hacia un PIB del 7 y 8% anual y no el escuálido y cuasi constante del 4%.
No hay tal cosa como una recuperación genuina porque volvemos merodeando el mismo lugar donde estábamos antes. Es como perderse en el bosque y caminar en círculos.
Pongamos un sencillo ejemplo. Por undécimo año, esto ocurrió en el 2012 cuando se aprobó el aumento salarial del 38% a los funcionarios públicos. Desde entonces y pese a la correcta ley de Responsabilidad Fiscal del año siguiente, el transitar deficitario no se detuvo.
Algo similar ocurrió con el logro de la privilegiada posición macroeconómica de baja inflación, de crecimiento del PIB y de predecible tipo de cambio que concitó un hecho del cual ha sido un ejemplo incluso a nivel mundial (pero como aquí la baja estima hace resaltar solo los logros de lo que viene de afuera, pues quedó relegado).
¿A qué me refiero? Hablo de la caída de la pobreza del 40% al 23% como también de la desigualdad. Por supuesto, eso fue en el periodo prepandemia porque todo lo que vino luego se vino para abajo, cuestión que ya sostuve y desarrollé en otros ensayos aquí publicados.
Lo que mejor aprenden
Lo que en su momento se hizo bien y es de aplaudir, ahora lo hacemos mal y muy mal. Pero esto tiene explicación, aquí en nuestro país y en cualquier otro, aunque vuelvo a aclarar que una cosa es una economía desarrollada y otra la subdesarrollada como es nuestro caso. Las consecuencias del populismo, del despilfarro y de la corrupción son muy diferentes.
Los gobiernos en general y los políticos aprenden rápido cuando se trata de romper cierta regla básica de las finanzas públicas, como aquella muy sencilla de no gastar más de lo que se recauda.
El gasto público se ha convertido en un número más en el papel del presupuesto. Y sin importar el saldo en rojo, se ha vuelto también exento de rendición de cuentas y de calidad en su ejecución.
Esta situación no es benigna ni barata ni gratis. Tiene efectos sobre el rol del Estado en la sociedad y, en especial, consecuencias perjudiciales sobre la gente. Y si a esto agregamos la actual desaceleración que puede convertirse en recesión, entonces es mejor guardar los recaudos correspondientes.
Nuestro país no puede ni debe caer bajo el encanto que seduce a nuestros políticos, el efecto llamado “crowding out” (efecto expulsión en la economía), situación en la que la capacidad de inversión de las empresas se va reduciendo por efecto de la intromisión estatal por sus deudas y gastos ineficientes.
El llamado gasto estatal, en consecuencia, afecta como un costo de oportunidad en el consumo y la inversión privada. Y como el gasto sigue aumentando sin contrapartida genuina de ingresos, convirtiendo de a poco al endeudamiento como fuente de pago por las deudas contraídas y otros gastos, sobrevendrá finalmente el ajuste fiscal.
El temible “rent seeking”
El problema de fondo está en que el crecimiento de la economía se vuelva demasiado dependiente y hasta en exclusivo de factores exógenos como los precios de los commodities, supeditados como sabemos a los precios internacionales.
Sin embargo, y desde luego, eso no significa dejar de apoyar al campo en seguridad sobre todo, al igual que a los demás sectores.
El problema es la falta de diversificación, tarea en la que el Estado debe hacer valer su rol constitucional de ofrecer un ambiente de seguridad jurídica, así como a las personas e inversiones en plena defensa de la propiedad privada.
Pero pasa que el antes citado “crowding out” crece en la medida que el gasto público se expande. Esto conduce irremediablemente a más déficit fiscal.
Esto es imposible de evitar. El agravante está en que el déficit se puede volver crónico, es decir, que se mantenga por tiempo ilimitado y sin visos de desaparecer.
Esto significa que para seguir manteniendo la estructura estatal se deberá apelar al aumento de la presión tributaria y luego –de forma duradera– al endeudamiento externo e inflación finalmente.
Todavía más delicado es que este escenario conduce al efecto “rent seeking” por el cual la búsqueda de ganancias por parte de las empresas, individuos y organizaciones se realiza con la exclusiva intermediación de los políticos y burócratas en donde estos últimos decidirán si un emprendimiento en el sector privado se llevará a cabo o no, se le pondrá palos a la rueda o no, o sencillamente se impedirá que surja en el mercado.
Gasto
El gasto público se convirtió en una cifra más en el presupuesto; sin importar el saldo en rojo, sin rendición de cuentas ni calidad en su ejecución.
Déficit
El agravante está en que el déficit se puede volver crónico, es decir, que se mantenga por tiempo ilimitado y sin visos de desaparecer.
(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas en UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.