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Estos fenómenos ocasionan principalmente la disminución del “rinde” de la producción como consecuencia de los daños sufridos, y las consecuencias económicas que resultan en la dificultad del reembolso de las deudas contraídas por los agricultores con las empresas proveedoras de insumos, y las entidades financieras que apoyan al crédito, generando además un impacto social que “permea” en toda la economía, con pérdidas cuantiosas a quienes intervienen y tienen un interés económico sobre el producto desde su proceso natural de la germinación de la semilla de las manos del agricultor y hasta las plantas procesadoras muchas veces a miles de kilómetros de su cosecha interviniendo así una compleja cadena de soportes logísticos.
Dentro de este escenario aparece el seguro agrícola como un producto atenuante de las pérdidas económicas. El seguro pasa a ser un elemento que “asume” los riesgos y protege a esa cadena comercial, garantizando los créditos y favoreciendo la transacción desde el pequeño productor hasta el poderoso emblema multinacional que lo transforma y distribuye para el consumo mundial.
La protección comienza desde “la siembra”. En esta etapa el seguro acompaña su crecimiento, hasta su maduración completa y su posterior cosecha. Ampara su valor económico y el rendimiento que conforma el costo de producción del agricultor amenazado por las heladas, sequías, vientos fuertes, inundaciones, granizos, entre otros. Es el llamado multirriesgo agrícola, estimándose su impacto en la disminución del riesgo a los productores, por fenómenos meteorológicos extremos, no obstante, en la actualidad los beneficiarios siguen siendo los productores de gran escala, en tanto que los agricultores de pequeña escala aún se encuentran bajo programas experimentales del llamado microseguros agropecuarios, con algunos esfuerzos interesantes entre el sector público/privado como plan piloto.
Esta suscripción a gran escala deviene ya de la experiencia de los grandes daños sufridos en la producción del trigo, maíz y soja como consecuencia de la fuerte sequía del 2008 y 2011 y replicado en los últimos años, que han generado el desembolso de grandes cantidades de indemnizaciones por parte de las empresas aseguradoras. Desde entonces se incrementó el valor de las primas y se hizo cada vez más selectiva la suscripción de los productos de seguros agrícolas por la exposición constante a los desastres naturales, por la aplicación de criterios más exigentes en la selección y suscripción del riesgo y por la incidencia y los requerimientos de las reaseguradoras que participan.
Podemos señalar el impacto en términos cuantitativos, donde el mercado de seguros ha pagado en concepto de siniestros agrícolas en los últimos diez años la suma de 99,2 millones de dólares, una cifra que permitió alivianar las pérdidas sufridas por los productores como consecuencia de los fenómenos climatológicos, pero indirectamente permeó en el sector financiero, en los proveedores de insumos y en los demás prestadores que conforman la compleja logística que rodea al sector agroindustrial.
(*) Abogado.