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Para los llamados ambientalistas estatistas (que dicen cuidar el medioambiente mediante el intervencionismo estatal), la expansión de la soja y de la ganadería se convirtieron en sus declarados enemigos. Y no es para menos. El sector agropecuario, al final de cuentas, además de proteger y mostrarse celoso por la propiedad privada, también produce alimentos para el mundo.
Para los ambientalistas estatistas, sin embargo, el calentamiento global que ahora llaman cambio climático tiene origen antropogénico, es decir, provocado por la actividad humana. Los seres humanos -dicen- hemos emitido tanto CO2 a la atmósfera que de seguir así destruiremos nuestro planeta, suposición avalada por los científicos.
Al respecto, sin embargo, los estudios serios dicen lo contrario. Por ejemplo, los estudios de Marohasy y Abbot, publicados en la revista Geo ResJ, refieren que resulta imposible demostrar que el dióxido de carbono tenga la capacidad de impactar las temperaturas mundiales.
Se señala en este y otros estudios que durante el período cálido medieval que va desde el año 986 al 1234, las temperaturas eran aproximadamente iguales a las de hoy, a lo que agregaría de mi parte sin la soja y la carne que hoy se producen en el siglo XXI. Por ende, el calentamiento que ahora estamos experimentando es sobre todo natural, resultado de un ciclo planetario y que probablemente se reducirá tal como ocurrió en el pasado.
A los ambientalistas estatistas no les interesan los estudios serios y que no se encuentren financiados por ONGs coaligadas con los gobiernos. Solo les interesa insistir que las presentes altas temperaturas y la sequía se deben a que un grupo de personas y empresas dedicadas a la producción agropecuaria deben recibir su merecido mediante legislaciones que hagan mermar ostensiblemente hasta hacer desaparecer la ingesta de carne natural, por ejemplo, tal como se presenta en sendos encuentros como la de Davos.
Productos agrícolas y ganaderos
Los ambientalistas estatistas aliados a los gobiernos tienen el afán de nuevas legislaciones. Se creen los únicos defensores de la naturaleza. Les acusan a todos los que se oponen a sus delirios. Están en la permanente pretensión de crear un sentimiento de culpa a los países que importan productos agrícolas y ganaderos. ¡Desean asfixiar al Paraguay con medidas para que deje de producir alimentos!
No les interesa que su prédica sea tan dañina al punto de ralentizar las economías como la paraguaya que, precisamente, crece pese a los declarados opositores del campo y de la producción agropecuaria. Que no hay que comprar más productos del campo porque provienen del ganado y de la soja, productos que al fin de cuentas –dicen ellos– castigan a la naturaleza aumentando la emisión de CO2 anhídrido carbónico.
Extinción masiva
En la década de los año 60 del siglo pasado fueron varios los científicos que iniciaron esta prédica perversa como aquella del profesor Erhlich quien advirtió de que cientos de millones de personas morirían de hambruna en los 70. Sin embargo, pasó lo contrario. Muy a diferencia de lo que se creyó y se sigue insistiendo ocurrió algo distinto: aumentó la productividad agrícola para beneficio de las familias más pobres y desnutridas.
Al final de cuentas no debería sorprendernos mucho esta malsana prédica porque después de todo, como dice la activista Greta Thunberg, “estamos ante el comienzo de una extinción masiva”, lo que implica un alarmismo tal que tiene como objetivo que desde ahora del problema se tiene hacer cargo el Estado.
El perverso propósito consiste en elevar a niveles de regulaciones extremas la producción de carne y soja para que sean los gobiernos los que dicten las “normas” de comportamiento en el sector de campo. Todo monitoreado por las ONG ambientalistas que dictarán las pautas a los propietarios y productores de cómo, cuánto y qué producir luego de sus “sesudos” estudios.
El pesimismo hacia un futuro en donde la humanidad deberá elegir entre seguir respirando aire puro y otro, entre las lluvias periódicas y sequías permanentes, es llevado a cabo con la pretensión de que por el miedo permanente se llegue al control estatal de los medios de producción.
Otra versión
La realidad es que hace sesenta años atrás se inició una prédica fuertísima que al comienzo fue sana para el intercambio de ideas. Pero hoy ya no se pretende discutir y reflexionar e intercambiar propuestas; se pretende imponer, hacer entrar a la coerción estatal.
En su momento, los ambientalistas estatistas ligados a los gobiernos para desplazar la iniciativa privada predijeron que la sobrepoblación mundial y aumento del consumo no solo terminarían por acabar con el medio ambiente sino que nos llevaría a los seres humanos a una nueva era de destrucción. Estas ideas, por cierto, pronto llevó al control de natalidad y al aborto, que nuestro planeta ya no puede alimentar las necesidades de la gente y que los recursos naturales se agotarían.
¡Mentiras! Los ambientalistas estatistas se convirtieron en ingenieros sociales, de constructivismo, de esos que quieren diseñar la sociedad a su antojo.
Los hechos
A causa de la expansión del capitalismo liberal acorde con la actividad agrícola-ganadera, la tecnología, la inversión de maquinarias y las mejoras genéticas, la pobreza en el mundo empezó a caer desde más del 40 por ciento de la población mundial a menos del 10 por ciento hoy.
Lo mismo sucedió con la desnutrición. En los años 70, aproximadamente el 40 por ciento de la población mundial sufría de desnutrición y ahora aflige al 11 por ciento.
La pregunta que deben hacerse los ambientalistas estatistas es de dónde salieron los alimentos y suplementos nutricionales con los que disponemos. Y la respuesta es una e inequívoca: Del auge exponencial de la iniciativa privada que produce un inusitado aumento de la productividad agrícola conectada con la ganadería que acarrea un incremento notable del consumo de proteínas, productos lácteos y cárnicos.
Los ambientalistas estatistas en su pretensión de proteger el medio ambiente están instigando con mentiras y hasta con violencia para que la producción de alimentos se ralentice para que sean ellos los administradores de la naturaleza, en contubernio con el intervencionismo estatal.
Diseñar
Los ambientalistas estatistas se convirtieron en ingenieros sociales, de constructivismo, de esos que quieren diseñar la sociedad a su antojo.
Instigar
Están instigando a que la producción de alimentos se ralentice para que sean ellos los administradores de la naturaleza, en contubernio con el intervencionismo estatal.
(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas en UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.