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De la ralentización pasamos a la recesión incluso antes de la cuarentena. Esto supuso, antes de la declaración de emergencia sanitaria, el deterioro en las condiciones de vida. La caída no fue tan suave como se dice. Algunas economías cayeron más fuerte otras.
Paraguay, por fortuna y gracias a la estabilidad de ciertas variables como la inflación de un dígito así como el déficit fiscal sostenible antes de la cuarentena, se constituyó en un país que está viendo pasar una etapa que pudo haber terminado peor.
Sin embargo, nuevamente se perdieron oportunidades para atraer más inversiones, capitales que huían especialmente de nuestro vecino, Argentina, cuyos habitantes siguen siendo acosados por un gobierno que no parece aprender excepto el de aferrarse al poder aunque ello signifique caer en “default” -cesación de pagos- y hasta en una hiperinflación castigando a la población.
El shock
Fueron suficientes noventa días de cierre para concitar un colosal shock de oferta y demanda. Fue un hecho inédito, peor que la constatada en la conocida Gran Depresión de la década del ‘30 del siglo pasado. El shock de oferta y demanda afectó la formación del ahorro, a la inversión, la producción, el comercio y el consumo.
Pero la recesión a la que se llegó y se tiene a la fecha no es obra del mercado libre y es causado por la falta de libre mercado debido a que fueron los gobiernos los que se constituyeron en los más dañinos enemigos de la inversión, la innovación y la creatividad.
Mientras las personas y las empresas se apretaban los cinturones para sobrevivir, en el Estado no se dio tal cosa. En tal sentido el caso de Paraguay sigue siendo un tema emblemático. Es para tomarlo en cuenta y aprender de una vez por todas que resulta insostenible que un grupo de privilegiados vivan a costa de los demás. Sin una economía libre que empuja el crecimiento pues estaremos en lo mismo de siempre, esto es, baja tasa de ahorro e inversión acompañado por algo conocido y que se ve en las calles.
La informalidad
Causada por la intromisión perniciosa del Estado, cuando se hicieron las ayudas sociales, la red de contención se vio con un problema. A los informales el subsidio les vino bien, pero ellos saben que si la red estatal crece luego quedarán atrapados en la misma. Quedarán prisioneros por el control impositivo para nunca más zafarse de ello porque la economía se recuperará cuanto menos Estado haya en el camino.
Sabemos bien que el país no estaba preparado ni por asomo para lo que significó el cierre de la economía; de hecho, no hay país en el mundo que lo esté. Pero lo que ocurre es que economías desarrolladas con fuertes aditamentos de libertad económica tienden a sobrellevar mejor las caídas en la producción y el consumo.
No ocurre ni ocurrió como ya sabemos en los países subdesarrollados, precisamente como Paraguay. El estatismo lacerante quedó al desnudo y nos está pasando factura. Y aunque se diga e insista sobre el efecto rebote, la realidad es que miles de personas en el sector más carenciado no la está pasando bien, igual que antes y peor.
Ello ocurre porque no se quiere ver ni tocar al causante de esa tragedia. Aquí unos cuantos aprendices del neokeynesianismo forjaron un Estado como un gigante de pies de barro, que ni tan siquiera puede dedicarse a sus faenas constitucionales como la seguridad, la educación y la salud, como se puede notar en estos días.
Multimillonarias sumas de dinero siguen otorgándose a ese Leviatán. El presupuesto público crece en desmedro de la gente, en especial del hombre y la mujer corriente de las ciudades y el campo. Estamos ante una tragedia, si se toma en cuenta una población de 7 millones de habitantes (una ciudad en otros países) en una nación con tantos activos estratégicos desaprovechados por las malas ideas y prácticas en las que enseñorean la corrupción, la ineficiencia y las riquezas mal habidas.
Otra mirada, otros efectos
Solo hay una solución para esta tragedia: el crecimiento económico. Y no se trata solo de seguir con el mismo discurso del famoso efecto “rebote”, que ciertamente se puede dar el próximo año, puesto que si ahora se producen tres en pandemia, pues es lógico que pronto se volverán a producir 7 y 9, lo que inexorablemente provocará aquel rebote. Pero precisamente esto muestra el poco, exiguo y hasta lastimoso poco sentido aspiracional para mirar hacia adelante y para empezar una era de prosperidad en el Paraguay, como nunca antes se tuvo en su historia.
Una de las causas de esta falta de mirar con un amplio y fuerte sentido aspiracional está precisamente en subestimar y hasta desconsiderar el valor de los habitantes de este país. En efecto, los paraguayos que van a Estados Unidos o a Europa llegan a tierras para ellos muy extrañas porque provienen de familias carenciadas y hasta con poca preparación; sin embargo, pronto cuentan con mejores condiciones de vida a base de disciplina, trabajo y dedicación, donde algunos ni tan siquiera tienen un fin de semana.
Es esta idea predominante del estatismo mercantilista el que empobrece al país. De ninguna manera es la cultura, la raza o cualquier otro pretexto el que está causando que solo estemos a la espera del efecto “rebote”, sino el estatismo donde el Estado se ha convertido por obra y gracia de sus malos y de las escasos luces de sus dirigentes, en aquel gigante de pies de barro, ineficiente, derrochador.
Hasta tienen la “cancha” libre para seguir malgastando más del 4% del Producto Interno Bruto (PIB), suma que llega a mil seiscientos millones de dólares, tirados a un barril sin fondo, pero que termina ahí donde unos pocos siguen beneficiándose del trabajo, el esfuerzo diario y de los impuestos de unos pocos que siguen pagando aquel despilfarro.
Sin ideas de progreso
Ni tan siquiera nuestros gobernantes miran lo que ha ocurrido en otros lugares que habiendo estado en peores situaciones que el Paraguay, consiguieron el crecimiento sostenido de sus economías concitando un “milagro”, expresión desde luego que significa libre mercado, imperio de la ley, seguridad y garantías a la vida, la libertad y la propiedad; bajos impuestos, desburocratización, desmonopolización y otras medidas harto conocidas y exitosas, pero que aquí siguen siendo desconocidas y mejor dicho deliberadamente dejadas de lado porque permitirán terminar con la sociedad del privilegio de algunos que prefieren seguir así, total los mismos de siempre pagan el endeudamiento e impuestos y ¡pronto pagarán todavía más!
Desde luego que lo expresado es apenas el comienzo de otras reformas a llevar a cabo; pero el solo hecho de iniciar las mencionadas más arriba emitirá señales positivas al mercado nacional y extranjero, que en semanas se podrá notar un cambio trascendental debido a lo expresado en la teoría de las expectativas racionales, teoría que también es profundamente pragmática. El atraso, la corrupción y el desempleo se deben a la falta de crecimiento económico bajo el amparo y resguardo del Estado de Derecho.
Paraguay no sufre maldición alguna. Así como se levantó como pocos pueblos del mundo de dos guerras internacionales, también debe hacerlo en crecimiento económico, seguridad y justicia. Para ello debemos desechar las recetas del estatismo populista, de la violación de la propiedad privada y de las malas legislaciones donde unos pocos arrebatan los sueños y esperanzas de un mejor pasar a las familias que se merecen un mejor porvenir en su propia tierra.
Caída
Las cuarentenas implementadas por los gobiernos fueron las que acarrearon la caída más pronunciada de la economía mundial.
Efecto
El estatismo lacerante quedó al desnudo y nos pasa la factura. Y aunque se insista sobre el efecto rebote, la realidad es que no se está pasando bien.
Atraso
El atraso, corrupción y el desempleo se deben a la falta de crecimiento económico bajo el amparo y resguardo del estado de derecho.
(*) Catedrático de materias jurídicas y económicas en UniNorte; autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.