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Con estos precedentes, gestionar una pandemia global supuso todo un reto. Los países se vieron obligados a incrementar fuertemente sus gastos en varios rubros entre los que se destacan los temas sanitarios: a nivel global, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que mensualmente se requieren 89 millones de mascarillas médicas, 76 millones de guantes de examen y 1,6 millones de gafas protectoras. Además, se calcula que sólo en vacunas contra el covid-19 se han suscrito contratos con un fuerte aporte de fondos públicos, más de US$ 9.000 millones de los gobiernos y más de 2.000 millones de entidades benéficas. El rango de precio por dosis de vacunas, de acuerdo con Unicef, está entre los US$ 2 y los US$ 40, lo cual demuestra que se están abriendo oportunidades de corrupción en evidentes sobreprecios.
Queda claro que la gestión de la pandemia supone un gran reto en materia de gestión para los gobiernos de la región, y que la propia emergencia sanitaria genera amplias oportunidades de corrupción. En ese sentido, los gobiernos necesitan atender eficientemente a la población y garantizar al mismo tiempo condiciones de transparencia en los procesos de contratación y compra públicas, tanto a nivel sanitario y de urgencia como en materia de recuperación económica.
En este tiempo han aparecido casos de irregularidades, como la vacunación arbitraria de altas autoridades en la región o fijación artificial de precios en insumos médicos. Pero también ha habido una mayor exigencia en materia de transparencia sobre los precios de compra o suministros de insumos claves para combatir la pandemia. Por ejemplo, recientemente en Colombia un alto tribunal ordenó al Gobierno entregar la información de los contratos relacionados con la compra de las vacunas.
A pesar de que todavía no existen cifras sobre si la corrupción ha aumentado con la pandemia, se estima que el costo global de la corrupción es de 2,6 billones de dólares, o el 5% del PIB mundial. Según refiere la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), esto es más del doble de lo que se requiere para brindar un ingreso básico de emergencia a todas las personas en América Latina y el Caribe que viven en pobreza hoy en día.
Los esfuerzos para combatir la corrupción durante la pandemia también son destacables. Se han usado tecnologías basadas en datos para darles más publicidad y transparencia a los procesos de compra pública de emergencia. Desde mecanismos de asignación y rastreo de gastos en tiempo real, basado en resultados, hasta algoritmos que hacen llegar de modo automático los llamados a proponer ofertas de urgencia con motivo de la pandemia a proveedores registrados.
La disponibilidad de datos abiertos, insumo necesario para que tanto sociedad civil como organismos de control cuenten con mecanismos más efectivos de lucha contra la corrupción en América Latina, sigue siendo un reto a superar. De todas formas, esto no ha impedido que varios países están empezando a usar la analítica de datos, el “machine learning” y la inteligencia artificial para combatir la corrupción, en lo que representa otra muestra del potencial de la digitalización. Una de las líneas en que se está avanzando es la digitalización de los procesos de compra pública y en la definición de los mecanismos de contratación y publicación de la información en un estándar de datos amigable y público. En esta línea, por ejemplo, en Brasil con el aplicativo Alice y en Colombia con el aplicativo Océano, las autoridades de control están en capacidad de rastrear de modo masivo y en tiempo real riesgos de corrupción a partir de la información publicada por las agencias de compra pública.
“América Latina sigue necesitando reformas históricas para aplacar la corrupción, la mayoría relacionadas con el compromiso de Lima del 2018. Es necesario hacer ajustes institucionales anticorrupción como la regulación del conflicto de interés, la regulación del lobby y el cabildeo, la adopción de un régimen para la protección de los denunciantes, la implementación profunda de mecanismos antilavado de dinero así como de las convenciones antisoborno, y la simplificación de procesos para recuperar activos mal habidos”, dice Camilo Cetina, ejecutivo principal de la Dirección de Innovación Digital del Estado del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF).
Otros países también han avanzado en sofisticar sus mecanismos de control de la corrupción. Paraguay, por ejemplo, sacó un portal electrónico donde se publican gastos y operaciones relacionadas con covid; Ecuador realizó compromisos con la alianza por el gobierno abierto para hacer más abierta y transaccional su plataforma electrónica de compra pública; y Colombia estableció mecanismos frente a los acuerdos marco de precios para garantizar un abastecimiento transparente de bienes relacionados con la pandemia. Adicionalmente, Open Goverment Partnership (OGP) ofrece información sobre más de un centenar de iniciativas digitales que visibilizan la atención y gestión de los gobiernos frente a la pandemia.
Cetina asegura que, de acuerdo a estudios disponibles de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OECD) o el Banco Mundial, la corrupción es uno de los principales elementos que deterioran la confianza entre ciudadanos y gobiernos; y que es necesario restaurarla para hacer cumplir la ley y las disposiciones públicas necesarias para contener la pandemia.
La agenda de integridad no solo es importante durante la pandemia, sino que será determinante para la recuperación como parte esencial de los programas de reactivación. En este sentido, la transformación digital de los gobiernos es también una oportunidad para luchar contra la corrupción, especialmente a través de la transparencia de datos, la reducción de la discrecionalidad y la simplificación de procesos.
Costo
Se calcula que la corrupción le cuesta a la región US$ 220.000 millones al año, equivalente al PIB del Perú o a las reservas externas de Alemania.
Gestión
Queda claro que gestión en pandemia supone un gran reto para gobiernos de la región, y que la propia emergencia genera oportunidades de corrupción.
(*) Ejecutivo principal de comunicación en el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF).