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La agricultura familiar está íntimamente ligada al concepto de seguridad y soberanía alimentaria, fundamentada en la capacidad de producción y provisión de alimentos de los trabajadores de la economía popular. Desde la Cumbre Mundial de la Alimentación (CMA) de 1996, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) concibe a la seguridad alimentaria como la posibilidad de que las personas, en todo momento, tengan acceso físico y económico a suficiente alimento, seguro y nutritivo, para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias, con el objeto de llevar una vida activa y sana.
En la Declaración de Roma sobre la seguridad alimentaria mundial, dirigentes de 185 países y de la Comunidad Europea reafirmaron “el derecho de toda persona a tener acceso a alimentos sanos y nutritivos, en consonancia con el derecho a una alimentación apropiada y con el derecho fundamental de toda persona a no padecer hambre”.
Con respecto a la soberanía alimentaria, el movimiento internacional Vía Campesina, promotor de la idea, la considera como el derecho de los pueblos, las naciones o las uniones de países a definir sus políticas agrícolas y de alimentos, sin ningún “dumping” frente a países terceros. Es decir, la soberanía alimentaria incluye el derecho a proteger y regular la producción nacional agropecuaria y a proteger el mercado doméstico del “dumping” de excedentes agrícolas y de las importaciones a bajo precio de otros países.
En la Reunión Especializada de Agricultura Familiar (REAF) del Mercado Común del Sur (Mercosur), la Agricultura Familiar Campesina (AFC) es reconocida como protagonista del desarrollo nacional y como garantía de la seguridad alimentaria y nutricional de la población. Así como de la estabilidad de la oferta y de los precios de los alimentos, la dinamización de las economías locales con pleno empleo y para la propia sustentabilidad del desarrollo de los países, precaviendo además su importancia política, cultural y ambiental.
Como se observa, la agricultura familiar se ha ganado su espacio en las últimas décadas. De hecho, la producción de alimentos en el segmento de la agricultura campesina y la seguridad alimentaria, han fortalecido la preponderancia de este grupo.
En tal sentido, en Paraguay rige desde mayo de 2019 la ley de restauración y promoción de la agricultura familiar campesina. La normativa fue impulsada con el objetivo de regular las condiciones básicas que garanticen la restauración, defensa, preservación, promoción y desarrollo de la AFC. Ello, a los efectos de lograr su recuperación y consolidación, considerando su elevada importancia para la seguridad y soberanía alimentaria del país. Además, establece la responsabilidad del Estado en la reparación, preservación y dinamización de la economía, así como en la protección social y el mejoramiento de la calidad de vida del campesinado y de los pueblos indígenas.
Paraguay ha sido un país tradicionalmente rural y caracterizado por su patrón migratorio del campo a la ciudad. La pérdida de mano de obra ha incidido desde décadas en los niveles de producción en las zonas rurales. La larga tradición de producción para el autoconsumo no ha generado incentivos suficientes para producir más y vincularse al mercado. Además, la casi desaparición de la cadena productiva del algodón, que representó toda una época dorada en la precaria economía campesina durante las décadas de 1980 y 1990, ha limitado significativamente su capacidad de generar recursos.
En palabras del especialista en temas rurales Fabricio Vázquez, la agricultura familiar, denominada también campesina o bajo el modelo simplista del tamaño de la finca como de “pequeño productor”, está conformada por un grupo numeroso de actores que practican una agricultura que se caracteriza por ser tradicionalmente de subsistencia, es decir orientada a satisfacer las necesidades alimenticias primarias. En el mismo sentido, refiere que la principal estrategia económica de la agricultura familiar consiste en generar sus propios alimentos mediante el cultivo de ciertos rubros que aseguren la satisfacción de las necesidades nutricionales de la familia (mandioca, maíz, poroto, batata, entre otros). Así también, los cultivos de autoconsumo se complementan con una ganadería de pequeña escala y diversificada, que incluye vacas, cerdos y pollos, orientada a proveer proteína animal a la dieta de las familias.
Pese a las condiciones y factores adversos, la agricultura familiar ha encontrado estrategias para mantenerse activa. De hecho, aproximadamente el 45% de la población paraguaya es rural. Este porcentaje se ha traducido en la posibilidad de que Paraguay exporte alimentos superando incluso sus niveles de importación. Es decir, un alto nivel de producción ante una limitada importación de alimentos, principalmente de hortalizas como tomate, cebolla y papa, los cuales están a su vez sujetos a un diferencial de precios y, por ende, expuestos al contrabando de frontera o al ingreso ilegal de estos productos al país.
Este esquema asimétrico reconfirma que las comunidades rurales, donde priman la agricultura familiar, han mantenido sus niveles de producción tradicionales, permitiendo abastecer a los mercados.
¿Qué pasó con la ruralidad en tiempos del covid-19?
Las medidas restrictivas sanitarias para contener la propagación del virus afectaron la demanda de bienes y servicios en el país. Por tanto, la oferta también se vio profundamente impactada, desencadenando el cierre y la suspensión de miles de empresas. La situación afectó a unos 180.000 trabajadores del sector formal. Alrededor de 150.000 personas fueron cesadas y otras 30.000 despedidas.
Con la pérdida de empleo, la significativa reducción de los ingresos y la incapacidad de solventar sus gastos en las ciudades, un contingente importante de personas comenzó el éxodo a sus comunidades de origen, principalmente a las zonas rurales desde donde habían migrado a Asunción y a otras ciudades del departamento Central en busca de mejores condiciones de vida.
Según Fabricio Vázquez, se estima que, en los últimos meses, alrededor del 40% de los hogares rurales ha recibido a algún familiar que quedó fuera del mercado laboral a causa de la pandemia. Si bien no se cuentan con datos oficiales, investigaciones cualitativas revelan que departamentos como San Pedro, Guairá y Caaguazú, se han convertido en los epicentros receptivos de una población desempleada. Incluso, la migración interna ha trascendido fronteras, como la llegada de paraguayos provenientes del exterior. Muchos convencidos y atraídos por las opciones productivas en las economías populares.
El potencial de la producción de la agricultura familiar y la alta demanda local de los productos alimenticios durante la pandemia, han inyectado dinamismo a las ciudades intermedias como San Estanislao, Santa Rosa del Aguaray, Curuguaty, San Juan Nepomuceno, San Ignacio, entre otras zonas, que se han transformado en centro de consumo cada vez más demandantes de productos agropecuarios. En ese contexto, las ferias lideradas por mujeres se convirtieron en el negocio floreciente para estas comunidades. La producción de hortalizas, así como de cerdos y pollos, ha revitalizado la actividad agrícola y ganadera rural, así como al circuito económico de la zona. En este sentido, los ciclos cortos de comercialización han anclado el esquema de producción y venta, ya que los alimentos son producidos en las zonas rurales para abastecer a su centro urbano, disminuyendo la cantidad de eslabones y rompiendo el esquema tradicional de comercialización exclusiva en Asunción, vía su mercado de abasto. Con esto, los pequeños agricultores se han ahorrado tiempo y dinero en el proceso de comercialización fuera de sus ciudades. Pero, sobre todo, la agricultura familiar ha sabido explotar y atender esta reciente demanda.
La paradoja de la renovada atracción del mundo rural paraguayo
Las ciudades, que hasta hace unos meses eran el centro de oportunidades laborales y de crecimiento personal y profesional, hoy se encuentran en una posición desfavorable frente a las zonas rurales. La pandemia reconfiguró el papel del campo, tradicionalmente expulsivo, hoy se erige de manera inédita, como el espacio de refugio y captación de mano de obra, esa misma que décadas atrás migró a las zonas urbanas y afectó los niveles de producción familiar.
De forma inesperada, el campo recibe a una nueva población, más capacitada, con experiencia y visionaria, como se mencionaba anteriormente.
De acuerdo con datos del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), incluso con la relativamente baja producción y oferta de alimentos, ésta ha sido suficiente para atender la demanda alimenticia de las familias, así como de los recién llegados desde las ciudades. La disponibilidad está explicada, entre otras causas porque la producción de los rubros alimenticios como poroto, maní y otros son de ciclos productivos relativamente cortos (3 a 4 meses desde su cultivo hasta estar disponibles para su consumo). El sésamo, aunque no es de consumo para las familias, es un producto cultivado por los ingresos monetarios que genera, coincidiendo la pandemia con precios medios a altos, al menos con respecto a los años anteriores.
Seguridad alimentaria: Políticas y perspectivas
Con la pandemia y sus efectos sociales y económicos, el trabajo de la producción de las familias rurales ha permitido anclar, de cierta manera, la seguridad alimentaria en el país, es decir, la garantía de que la población paraguaya acceda a alimentos, sin que las restricciones sanitarias impuestas afecten la oferta de alimentos en la mesa familiar.
Datos procesados y analizados por la consultora MF Economía, muestran, por ejemplo, que los hogares de los departamentos y distritos más pobres del país, producen y por tanto cuentan con una alta disponibilidad de calorías provenientes de la mandioca (Ver mapa). Además, revela que, en estas zonas, la cantidad de habitantes es menor, frente al importante volumen de alimentos calóricos producidos.
Otra información relevante está vinculada a la población y a los niveles de kilogramos totales producidos. En ese punto, en algunos departamentos y distritos existe equilibrio en la cantidad de población y su producción de alimentos. Esto confirma la capacidad de la agricultura familiar en la producción de alimentos y su aporte a la seguridad.
En ese mismo contexto, es urgente el diseño de estrategias que permitan fortalecer y expandir la producción de alimentos mediante paquetes específicos que favorezcan a la agricultura familiar. La creación de base de datos de demanda local y regional, así como requerimientos de cultivos por zonas, por distritos y tipologías de familias productoras e incluso consumidoras, permitiría una mejor focalización de programas de apoyo a las cadenas de valor de la agricultura familiar.
El Ministerio de Agricultura y Ganadería viene impulsando el fortalecimiento de huertas ante la necesidad generada con la entrega de kits alimenticios para las familias más vulnerables durante la pandemia. Este tipo de políticas públicas ha favorecido la disponibilidad de alimentos para las familias campesinas. El próximo paso es generar las condiciones necesarias para satisfacer las demandas del mercado interno y generar mayores ingresos, de forma de fortalecer la seguridad alimentaria de los productores como de los consumidores.
Así como todos los sectores económicos se vieron forzados a reinventarse durante la crisis sanitaria, las acciones públicas también deben apostar por la innovación. Generar un sistema de información de precios y de demanda de productos agrícolas, rompiendo el asistencialismo, podría catapultar el mercado de la agricultura familiar hacia escalas de negocios más importantes.
De hecho, estudios más acabados para conocer la demanda de las ciudades de creciente dinamismo demográfico y comercial como las de Villarrica, Santa Rosa del Aguaray, San Estanislao, San Juan Nepomuceno, Carapeguá, San Ignacio Coronel Oviedo, Caaguazú, Campo 9, Paraguarí y otras zonas, inyectarían dinamismo en toda la cadena productiva.
Finalmente, considerando que el desempleo y la suspensión de remesas están impactando de manera significativa en los ingresos familiares, la agricultura paraguaya está llamada a modificar sus patrones de producción de rubros alimenticios para blindar su capacidad de seguir produciendo y reasegurar la disponibilidad de alimentos. El sector dispone de las condiciones para fortalecer los niveles crecientes de producción, lo que generaría un efecto multiplicador en toda la cadena, aumentando los ingresos de los productores incidiendo significativamente en la reducción de la pobreza. Más aún, en un escenario como el actual, donde las perspectivas socioeconómicas para este año no son auspiciosas.
Refugio
La pandemia reconfiguró el papel del campo, tradicionalmente expulsivo, y hoy se erige como el espacio de refugio y captación de mano de obra.
Medidas
Las medidas restrictivas sanitarias para contener la propagación del virus afectaron también la demanda de bienes y servicios en todo el país.
Innovar
Así como todos los sectores económicos se vieron forzados a reinventarse durante la crisis sanitaria, las acciones públicas también deben innovar.