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Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), expresó que la nueva pandemia del coronavirus provocaría graves efectos en la economía mundial. Alertó que estos serían peores a los observados en la Gran Recesión de 2008 y podrían incluso superar a los registrados durante la crisis de 1929. De similar forma se manifestó James Bullard, presidente de la Reserva Federal de Saint Louis. Bullard prevé un desplome del PIB norteamericano del 50% y una tasa de desempleo del 30% en el segundo trimestre del año, como consecuencia de la paralización de la actividad económica. Por su parte, Goldman Sachs estima una caída de un 24% en el segundo trimestre de 2020 y en opinión de Morgan Stanley la misma podría alcanzar el 30%.
Si la nueva crisis económica, llamada Gran Reclusión, se convertirá en la peor de la historia queda por verse. Hasta el momento existe una gran incertidumbre sobre las proyecciones. No existe claridad sobre la duración de las medidas de contención sanitaria y, mucho menos, si serán necesarias implementarlas de nuevo en el futuro, con su correspondiente impacto económico. Tampoco es evidente el grado de éxito de las políticas contra cíclicas no convencionales implementadas por distintos gobiernos, ni existe certeza sobre la dinámica de la recuperación productiva. Lo indudable hasta ahora es que el colapso económico actual estará cómodamente en el podio de las peores recesiones de la historia y que si no gana la medalla de oro, se quedará sobradamente con la de plata.
Pero adicionalmente a su severidad o profundidad, la crisis generada por la pandemia del coronavirus tiene otra característica notable: su velocidad de “contagio”. La tasa de desempleo en EE.UU., que fuera del 3,5% en febrero de este año, había estado hasta recientemente en niveles mínimos y no vistos desde la década de 1960. Sin embargo, la pandemia ha empujado a más de 30 millones de personas en ese país a solicitar el subsidio por desempleo en las últimas seis semanas. Por su parte, hace apenas tres meses, el FMI proyectaba que este año la economía mundial registraría un crecimiento del 3%. La Gran Reclusión implicó un giro dramático y veloz en las proyecciones de crecimiento global: el organismo multilateral espera ahora que el PIB mundial se contraiga en un 3% en 2020, un resultado que hace que las pérdidas derivadas de la Gran Recesión de 2008 parezcan pequeñas.
El impacto local
Los ciclos económicos o fluctuaciones cíclicas de la actividad son fenómenos recurrentes en toda economía. Una fase de expansión va seguida por otra de contracción, la cual se alterna con una nueva etapa de expansión y así sucesivamente. La economía paraguaya muestra a lo largo del tiempo dicho dinamismo. Datos oficiales muestran que entre 1950 y 2019 existieron 11 eventos de recesión económica (i.e. el PIB se redujo respecto al nivel observado en el año anterior). Estas recesiones fueron de corta duración (uno o máximo dos años), con una sola excepción: entre 1999 y 2002 se registraron contracciones sucesivas del PIB durante esos cuatro años. En estos episodios la producción anual del país disminuyó 1% en promedio, observándose en 1983 la retracción más aguda del PIB cuando cayó en un 3%.
Dado que las diferentes recesiones económicas en Paraguay estuvieron (en promedio) relativamente acotadas, impresiona la estimación oficial para el crecimiento del PIB en el 2020 presentada recientemente por el BCP. De materializarse dicha proyección (caída del 2,5%) se ubicaría muy por encima de la media histórica para este tipo de fenómeno y sería el segundo peor resultado desde que se tienen datos oficiales. Sin embargo, la proyección de la autoridad monetaria descansa sobre el supuesto de que la “cuarentena inteligente” (a implementarse próximamente) resulte exitosa. Como lo advirtió el economista jefe de dicha institución: de fracasar la reapertura gradual de las actividades productivas, la estimación puede revisarse a la baja. En el caso paraguayo, ¿será finalmente medalla de oro o de plata?
Similar al contexto global, las perspectivas económicas locales cambiaron radical y muy rápidamente. Luego de la recesión del primer semestre de 2019, los números oficiales mostraban un claro cambio de tendencia desde la segunda mitad del año. Considerando un periodo de seis meses finalizado en febrero 2020, el promedio de crecimiento interanual del indicador mensual de actividad (IMAEP) alcanzaba un 4,7%. Este resultado era más consistente con el crecimiento potencial de la economía paraguaya y estaba alineado a las estimaciones iniciales del BCP (crecimiento del 4,2%). El impacto de la pandemia en las proyecciones fue contundente y muy rápido. En tan solo pocas semanas, el pronóstico de un robusto crecimiento en 2020 era reemplazado por la estimación de una contracción pronunciada.
La crisis del coronavirus provoca una sensación de déjà-vu por sus analogías con la histórica recesión de 1983. Una primera similitud es su magnitud: en términos de volumen de caída, de impacto sobre el empleo, la actual lleva camino de parecerse mucho a la observada a principios de los años ochenta. Pero otra característica común es que ambas surgieron por la ocurrencia simultánea de dos choques que afectaron a la economía paraguaya: uno externo y otro doméstico. En el pasado, el choque externo derivaba de un contexto global poco favorable con la significativa suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de Paul Volcker para reducir la inflación, la cual desembocó en la crisis de deuda de los países latinoamericanos. En el frente doméstico, se registró la mayor inundación en la historia del país y que llevó incluso al cierre de uno de los mayores complejos fabriles de la época: Manufactura Pilar. En el presente estos choques se denominan recesión global y reclusión local, ambas generadas por el coronavirus.
Las respuestas políticas
La particularidad de la presente crisis es que ella refleja al mismo tiempo un problema de oferta y uno de demanda. El coronavirus ha provocado un choque de oferta extraordinario en nuestras economías al decretarse cuarentenas en todo el mundo para tratar de romper su cadena de transmisión. Como consecuencia, la economía no produce nada porque no hay casi nadie trabajando. Las fábricas y las tiendas se mantienen cerradas salvo para los productos más básicos, de modo que la oferta se desploma. Simultáneamente existe un choque de demanda. Vista la incertidumbre existente, los individuos son renuentes a consumir y las empresas a invertir. En la coyuntura la tendencia es ahorrar dinero, mantener elevados colchones de liquidez.
¿Cuáles deberían ser las políticas para atenuar el colapso? Considerando su naturaleza (choque de oferta), las políticas estándar de estímulo macroeconómico pueden no ser efectivas, al menos en un primer momento. Durante la fase inicial (de confinamiento sanitario), el foco de las autoridades debería dirigirse hacia los sectores más vulnerables (individuos y empresas). Con ese objetivo, los países han adoptado una gran variedad de políticas focalizadas. Entre estas se cuentan garantías de crédito, servicios de liquidez, flexibilización de la regulación financiera para facilitar el refinanciamiento, ampliaciones del seguro de desempleo, aumentos de las transferencias sociales y exoneraciones fiscales o prórroga de las obligaciones tributarias. Las medidas anunciadas, y en proceso de implementación, por parte del gobierno paraguayo se ajustan a este set de acciones.
En una segunda fase, las autoridades deberán sentar los cimientos para una recuperación vigorosa. Por supuesto, para cada país los desafíos y riesgos serán diferentes a medida que se normalicen sus economías. Pero, en general, durante esta etapa de normalización las políticas públicas deberán desempeñar acciones enérgicas para impulsar la demanda. Esta tarea no se encuentra exenta de complejidades. La recesión y las respuestas de política necesarias para atenuarla están creando considerables aumentos del déficit público y la deuda. Paraguay no ha sido la excepción. Y a diferencia de países avanzados, prolongados resultados fiscales deficitarios para apoyar nuestras economías no pueden lograrse sin afectar la estabilidad macro. Más que nunca, será fundamental crear nuevo espacio fiscal eliminando las expensas no prioritarias y mejorando la eficiencia del gasto y de los ingresos.
Consideraciones finales
El mundo ha cambiado radicalmente en los últimos cuatro meses. A medida que el coronavirus se propaga, la crisis sanitaria, social y económica se hace cada vez más profunda. El efecto conjunto de factores externos e internos podría conducir a la peor contracción de la economía global desde 1929. ¿Cómo y cuándo se saldrá completamente de la recesión? Estas son preguntas imposibles de responder con certeza en estos momentos dada la incertidumbre existente. En este escenario, se especula con una sopa de letras. La actividad económica podría tener forma de V, de U o, incluso, de L para los menos optimistas. Pero lo más probable es que la economía mundial regrese a la vida a muchas velocidades: prácticamente una por cada país o sector, siendo contadas las economías que volverán en 2021 a sus niveles previos a la pandemia.
Por la región, las cosas no están nada bien: para el FMI América Latina podría experimentar otra «década perdida» entre 2015–25. Afortunadamente, Paraguay se encontraba al inicio de la crisis con un amplio espacio de políticas. Esto permitió que las autoridades apliquen medidas excepcionales, como tomar un endeudamiento rápido por casi US$ 2.000 millones o reducir la tasa de política monetaria hasta niveles negativos en términos reales. Ahora bien, la rapidez de la salida dependerá fundamentalmente de cómo se desarrolle el virus hacia adelante y la respuesta del sistema sanitario. Si llegamos a fracasar en la implementación de la “cuarentena inteligente”, con una aceleración de casos que ameriten nuevas restricciones, la actividad económica tendría forma de W. En ese caso, nos quedaríamos este año con la “medalla de oro” de las recesiones.