Xirú de Damián Cabrera

Asunción, Ediciones de la Ura, 2012 (Premio Roque Gaona), 108 páginas.

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Entre los nuevos jóvenes narradores paraguayos interesantes está Damián Cabrera. Sorprende el que su novela “Xirú” obtuviese un premio literario con prestigiosos ganadores como es el Roque Gaona en 2012, dado que generalmente se solía conceder a figuras veteranas. Cabrera nació en 1984, lo cual demuestra el interés ofrecido por la nueva narrativa paraguaya que ha incorporado elementos como la visión distanciada de la realidad, la pluralidad formal y un tratamiento distinto del espacio del país.

Aunque nació en Asunción, creció en Minga Guazú, en el Alto Paraná, cerca de la fronteriza Ciudad del Este. Publicó su primer libro de cuentos en 2006, con el título de “Sh… horas de contar…”, en el que ya ofrecía trazos del escritor posterior de “Xirú”. Un fragmento de esta novela se publicó en “Felicita Cartonera Ñembyense” y posteriormente en la polémica antología “Los chongos de Roa Bastos”, considerada irreverente y profanadora de la literatura de generaciones anteriores paraguayas. Fue incluido en la antología “Nueva Narrativa Paraguaya” publicada por Santiago Arcos en Buenos Aires. Creó la revista cultural “El Tereré” en 2006 y participa en el seminario cultural “Espacio/Crítica” desde 2010. Es, por tanto, una nueva voz dentro de las letras paraguayas, una aportación rejuvenecedora.

Ese mundo paraguayo fronterizo con el Brasil conocido por el autor es el protagonista de la novela “Xirú”. El título de la novela reproduce este término de origen guaraní (che – iru, “mi amigo”) adoptado en el portugués del sur de Brasil con este significado. Con un desplazamiento de sentido en este nombre, aborda el escenario fronterizo del Alto Paraná, donde se mezcla la cultura de ambos países. Ese escenario ya ocupó otras obras de la literatura paraguaya como “Tierra de nadie – Ninguem” de Augusto Casola en 2000, o se manifestó como tema de la fricción de ambas culturas, entre otras obras, en “Angola” de Helio Vera (1984) y “El goto” de José Eduardo Alcázar (1998), en este caso manejando un lenguaje en el que se mezclan las tres lenguas de la zona (español, guaraní y portugués) hasta crear una jerga propia que Alcazár denomina “portuguarañol”. Incluso se ha creado un nombre para los habitantes que mezclan ambas lenguas: “brasiguayo”. Es patente el aumento del contacto de ambos países por el Alto Paraná, hasta formarse una vida neocolonial brasileña en determinados puntos de la zona, fomentados por el tránsito económico rural y el exacerbado comercio de la capital, Ciudad del Este. La figura del “brasiguayo” representa la evolución de un mundo abierto digno de convertirse en representativo de una época.

Este universo es el protagonista de “Xirú”. Cabrera lo transmite con diligencia y con el conocimiento debido al haber sido testigo de esta “colonización”, y la creación de una nueva cultura alteradora y condicionante de la vida de la región. El jurado del premio Roque Gaona destacó de la obra el ser “un fresco sobre el Paraguay de hoy, el actual con sus conflictos sociales y sus sojales invasivos que conviven con sus viejas supersticiones; en la mirada de este joven escritor se nota una desesperanza agobiante, no hay futuro para los jóvenes, ‘no hay nada que hacer’ como repite a lo largo de la novela”. Se unen, por tanto, la falta de esperanza propia de una juventud sin futuro, la tradición superviviente en los mitos y mentalidades, y una nueva cultura surgida con la ruptura de fronteras: todo provoca la permeabilidad de las mentes. Es curioso, asimismo, que solo el jurado se haya hecho eco del contenido de la obra, sin que hayamos visto reseñas de la novela y ni siquiera algún resumen del argumento en las noticias sobre su presentación. Se puede deber a la complejidad de la novela, dado que su discurso no es unitario, y presenta una dispersión de escenas y situaciones realmente compleja.

La obra transmite resonancias de obras de la primera época de Alejo Carpentier, como “El reino de este mundo” y “Los pasos perdidos”, o de “Hombres de maíz” de Miguel Ángel Asturias con esa penetración en el discurso oral de los personajes para traducir la mentalidad de los habitantes de la zona, donde se mezcla lo real, lo social, lo mágico, lo mítico, lo fantástico, el habla (la oralidad es fundamental en la novela). Y sobre todo de la oralidad y del mito del Helio Vera de los cuentos de “Angola”. El autor, a diferencia de aquellos maestros, va más allá y no separa las mentalidades de los personajes: lo mítico está presente como real, pero yendo más allá de la creencia y la fantasía. Con un discurso polimorfo, fragmentario y desgarrado, pero unitario bajo una apariencia, se rompe la linealidad argumental, hasta quedar la historia de los personajes como una serie de viñetas aparentemente dispersas. Es posiblemente esta estructura del discurso, junto al cuidado lingüístico, los aspectos más impactantes en el lector, junto a la subyugación del argumento a ambos.

La propuesta novelística de Cabrera ofrece unos personajes jóvenes que aún sueñan con ideales, que viven entre el pop (incluso sus iconos, como la referencia a las gafas de “tipo John Lennon”) y el folclore, entre los boliches y la calle (el espacio abierto, en realidad), entre la construcción y la naturaleza, sin una esperanza mayor que la supervivencia: Gabriel, Nelson, Miguel y César. La voz de los cuatro se mezcla para producir un único discurso, aunque percibimos siempre una dominante que intentamos descubrir. Ellos viven junto a los brasileños, y su español y su guaraní choca con el portugués. La obra comienza con el discurso en cursiva de un narrador que nos da una pista de su custodia de una cajita de música salvada de un incendio y la presencia de César a su lado. Es uno de estos jóvenes, pero permanece en el anonimato sin que podamos identificarlo salvo por la posterior lectura.

Los cuatro retozan en el siguiente capítulo en el arroyo y hablan entre ellos en guaraní. Inteligentemente, el autor ofrece otro dato: el narrador tampoco es Gabriel. Pero el discurso gira de repente con la aparición de un poema a continuación, con cierta referencia metaliteraria a la propia novela, cuyas tapas son de tierra roja arcillosa, como la de Paraguay. Esa aparición de versos y comentarios con diferencia gráfica en el tamaño de letra, además de dar un carácter poético u ofrecer precisiones, enriquece la obra. No se despista el lector con ellos porque son discursos incrustados en la propia acción, aunque sea como un cambio de velocidad o de registro. Interesante es el dedicado a María después del capítulo en el que explica su fantástica historia. Sin embargo, como ocurre en el capítulo décimo, el narrador omnisciente, en tercera persona, puede aparecer en cualquier momento. Es por ello que el lector se rinde ante esta variedad de registro perfectamente planificada por el autor.

A partir de ahí, el discurso sigue ampliándose. El mito fantástico aparece: el Malavisión enojado que asusta a los jóvenes. Este susto angustioso de los jóvenes permite revelar la personalidad del narrador: se trata de Miguel. Aspira a ser un buen poeta, a pesar del rechazo social que produce esta afición. Él es quien nos conducirá por el resto de la novela y los conflictos entre los personajes. Es entonces cuando aparecerá la brasileña María Gonçalvez, madre de dos niños, con un discurso que nos recuerda al Helio Vera de “Angola”, al dirigirse al narrador a ella de forma imperativa, en segunda persona, en distintos capítulos, distinguiendo así su pensamiento en español de su habla en portugués. La eligió un hombre, Valdir, un trabajador del cafetal; la convirtió en una mujer sumisa, hasta llegar a un final trágico –humillante para María– a desvelar por el lector. En ella está lo mágico-fantástico: el fuego la acompaña en la mitad de su cuerpo, y un perro loco le mordió en la cabeza cuando tenía cinco años, por lo que le persiguen los fantasmas. La mujer finaliza como centro del argumento, frente a la situación de los jóvenes.

Por otro lado, está el Luisón para dar paso a la historia de Ña Pastorina y Ceferino, sobre todo con respecto a Antonio. Ambos son una suerte de “rebeldes satánicos”, como expresa el texto, pero Antonio realmente es un Luisón. Es otra historia ancilar pero que completa esos tres mundos unidos en la novela con sus distintos registros.

Pero entre esa diversidad de discursos, María establece un monólogo mental en segunda persona, diálogo mental narrativizado, como expresión de una lucha bipolar entre sus deseos y la realidad. Para a continuación proseguir en tercera persona con la peripecia de los protagonistas. Onomatopeyas para distinguir los sonidos (plas-plas) o sonidos reales como “uy, uy” para imitar el lloro del luisón o “hiiipuuu” del Malavisión, también se unen a esa reproducción fiel de lo oral. El carácter culto del registro poético o de los monólogos de Miguel (alguno narrativizado en segunda persona también) es una antítesis del registro oral; de ahí la riqueza lingüística ejemplar a la novela.

La importancia de lo mágico queda subrayada por la presencia de la naturaleza. Como esas orugas verdeamarillentas del árbol que hipnotizan a los jóvenes y evolucionan en mariposas. Incluso la presencia en el arroyo les generará problemas cuando aparezca el propietario del terreno (¿libertad domesticada?). La presencia de los humedales dará un efecto estético incluso a la escenografía de la novela; esos humedales nutrientes de las coníferas y determinadores del espacio de las acciones. Así, una naturaleza libre se opone a los sojales del patrón Seu Washington, o al refugio de los yuyales donde se esconderá Silvio, el capataz de la estancia.

Novela exigente para un lector inteligente, expresa todo un mundo cuya escritura revela el buen conocimiento del mismo por parte del autor, un creador inteligente, cuya propuesta lleva el discurso fronterizo hacia un peldaño superior dentro de la narrativa paraguaya contemporánea. Sin duda, es un trabajo arriesgado y quizá la extensión exacta de la obra es su mejor acompañante posible, dado que no sería posible confeccionar un discurso más extenso sin que se resintiera su fuerza fundamentada en la síntesis como método narrativo. Esperamos futuros trabajos de Damián Cabrera, aunque nos reconforte muchísimo esta novela suya, otro correcto producto cultural del Paraguay del siglo XXI.

Como colofón, es preciso valorar el trabajo de Ediciones de la Ura, pues va ofreciendo día a día un catálogo mayor en el que figuran, entre otros, Lía Colombino, Cristino Bogado, Fredy Cascos, Santiago Montiel y Joaquín Morales. Sin duda que “Xirú” es –y será– una magnífica tarjeta de visita para esta editorial.

jvpeiro@ono.com

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