¡Viva Emiliano R. Fernández!

Patria paraguaya, suelo teñido de rojo, inserto indeleble en la piel de tus hijos e hijas curtidos por sol generoso y amor inconmensurable.

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Patria paraguaya, tierra rojo sangre, tierra inmensa, tierra inserta en los corazones de quienes te construyeron, de quienes te preservaron, de quienes te defendieron siglo tras siglo, año tras año, día tras día.
Patria paraguaya, tierra generosa abonada metro a metro por tus hombres y mujeres muertos, por tus hombres y mujeres muertos para que tus surcos fueran fértiles, para que la siembra fuera pródiga, para que la cosecha fuera abundante.   

Patria paraguaya, tierra de paz, tierra de guerra, tierra de amor y de dolor, de pasiones profundas, de alegrías y tristezas, de canto y llanto, de añoranzas y música, de lejanías y música, ¡de poesías y música!   

Patria paraguaya, añorada y extrañada, olvidada y destruida, levantada, amada, cantada, patria paraguaya cantada por sus poetas, cantada por sus cantores, cantada por sus amores en la paz y sus dolores en las guerras. Patria paraguaya cantada por un coro inmenso, por un coro de hombres y mujeres valientes que sueñan con la patria de esperanza; que rezan por la patria devastada, por la patria vieja, que imploran por la patria nueva, patria querida siempre libre, soberana e independiente. Así es nuestra patria paraguaya, ¡así es nuestro bravo Paraguay!   

Emiliano Rivarola Fernández, uno de nuestros más grandes héroes civiles, orgullo de la patria paraguaya, reposa en el sitio que le correspondió desde el instante en que pasó a la inmortalidad, el Panteón Nacional de los Héroes.   

Pluma en mano en tiempos de paz y fusil al hombro en tiempos de guerra, defendió a nuestro querido Paraguay, a su historia, a sus héroes, letra a letra, palabra a palabra, línea a línea y, desde las trincheras, palmo a palmo, el territorio chaqueño, cuando nuestro vecino pretendió soberanía sobre él.   

Nadie como él encendió de patriotismo los corazones de los paraguayos, al escribir obras como Rojas Silva rekávo y Aháma che china, más conocida como Che la reina, verdaderas llamadas de clarín en los albores de la Guerra del Chaco, cuando las escaramuzas entre ambos ejércitos nos habían costado hombres valiosos y la inminencia de la guerra había dado supremacía a las armas, dando un paso al costado la diplomacia.   

Bautizado por don Mauricio Cardozo Ocampo como el Tirteo verdeolivo, comparando al insigne músico, autor y compositor con el poeta griego Tirteo, quien, con sus poemas cantados a las glorias y heroísmo de su patria, transformaba derrotas inminentes en victorias imposibles. Emiliano R. Fernández se emparejaba con el Tirteo paraguayo, Natalicio Talavera, quien, con sus poemas vibrantes, encendía la llama de la paraguayidad en el frente de batalla durante la perversa guerra que nos trajo la Triple Alianza, ofrendando su vida en Paso Pucú, donde el cólera acabó con él, cuando apenas había cumplido 28 años.   

El Tirteo verdeolivo, Emiliano Rivarola Fernández, había nacido un 8 de agosto de 1894, apenas había transcurrido un cuarto de siglo de aquel primero de marzo de 1870, fecha en que caía peleando en Cerro Corá al frente de su casi desaparecido ejército, el Mariscal Francisco Solano López Carrillo, llegando de esa manera a su fin la guerra de exterminio a la que fue sometida por los aliados nuestra nación guaraní.   

Emiliano se deslumbraba con los relatos que le hacía su padre, don Silvestre Fernández, uno de los cinco niños sobrevivientes de la batalla de Acosta Ñu, llevada adelante el 16 de agosto de 1869, donde cinco mil niños ofrendaron sus vidas defendiendo nuestra soberanía, independencia, libertad y dignidad y que, gracias a hechos heroicos como estos, protagonizados por nuestros bravos compatriotas a lo largo de cinco años de barbarie cometida por los invasores, hoy podemos estar festejando con orgullo doscientos años de vida como nación libre y soberana.   

Don Silvestre, su padre, niño combatiente en la Guerra Grande, la Guerra del Paraguay, el Genocidio Americano, como tituló su libro el escritor brasilero Julio Chiavenatto, le contaba a su hijo Emiliano cómo habían ido sucediendo los hechos, quién era en verdad el Mariscal López, hoy nuestro héroe máximo. Emiliano no necesitaba leer los libros escritos por plumas extrañas, escritos por los exterminadores de nuestro pueblo, donde estaban insertas ignominias contra nuestra nación, contra nuestros gobernantes, contra nuestros héroes, contra nuestra identidad, donde un arrogante y soberbio argentino, Juan Domingo Sarmiento, quien había perdido un hijo en la batalla de Curupayty, había sentenciado que el paraguayo debía ser muerto en el vientre de su madre. Emiliano escuchaba de boca de su padre, un testigo directo de la barbarie, las historias que elevaban al Mariscal al sitio que siempre le correspondió, el de héroe, el de último defensor de la libertad en América, y desde entonces aprendió a amar al titán de Cerro Corá; y su pluma, brillante, ya dejó plasmada en 1926, antes que Juan Emilio O’Leary  —gran reivindicador de López junto a Ignacio A. Pane y Enrique Solano López— escribiera El Héroe del Paraguay (1930), su fantástico Primero de Marzo, en donde rinde un homenaje sincero, emotivo y vibrante a quien fuera comandante en jefe de su padre, cuya música compuesta por Félix Pérez Cardozo, cada vez que se interpreta en cualquier escenario de la patria, pone de pie a cada paraguayo, que se llena el alma de emoción y patriotismo.   

En el concierto ¡Bravo Paraguay!, protagonizado por el juglar del heroísmo paraguayo Francisco Russo, este comentó que ante la pregunta "mba’ére la paraguayo ilopistaiterei?" ("¿por qué el paraguayo es tan lopista?") realizada a Rodolfito López, con quien entabló una amistad y a quien Emiliano nombra en su magistral obra 13 Tuyutî, el héroe de Nanawa le había respondido: "Si los combatientes paraguayos no hubiéramos tenido el espíritu de López en nuestros corazones, jamás hubiéramos ganado la guerra y ninguno de nosotros hubiera retornado vivo del Chaco".   

Apenas habían transcurrido sesenta años de la bárbara guerra contra la triple alianza de naciones y los hijos y nietos de los excombatientes del 70 debían marchar de nuevo a los confines del Chaco Boreal para poner los pechos gentiles ante las absurdas pretensiones de nuestro vecino agresor.   

Cuando su talento de poeta puesto al servicio de la causa paraguaya, reivindicando el Chaco Boreal como legítima posesión paraguaya ya no alcanzó y ante la inminencia de la contienda bélica contra Bolivia, consecuente con lo que había pregonado con su pluma, se alistó en el Regimiento de Infantería 13 Tuyutî y marchó a las trincheras chaqueñas para honrar a su patria y a su padre, quien había sobrevivido a la más cruel batalla que recuerda la historia de la humanidad, la batalla de Acosta Ñu.   

Emiliano R. Fernández reposa en el panteón de los héroes, justo homenaje para un paraguayo de ley, para un patriota que antepuso los intereses de su patria a cualquier otro objetivo, poniendo su talento de artista primero y hombría ante el llamado a combate, después, regando con su sangre más de una trinchera en el inhóspito Chaco Boreal, trayendo para sí más de una condecoración otorgada al valor y coraje, preservando para la patria paraguaya su integridad territorial.   

Que sirva de ejemplo este ilustre ciudadano compatriota, primordialmente entre los gobernantes de turno que conducen nuestra nación guaraní; entonces, ella podrá convertirse algún día en la patria soñada a la que aspiraban nuestros antepasados, nuestros héroes, entre ellos, Emiliano R. Fernández.
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