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Como sabemos, internet fue desde el comienzo la atmósfera –o la fachósfera– predilecta de expresión, proselitismo y difusión ideológica de los varios sectores de la extrema derecha en todo el mundo. Cohabitaron desde temprano ahí patriotas –la patriosphere, le dicen, no en vano, los franceses–, neonazis, alt-right, católicos tradicionalistas y, en fin, todos los que comparten la incomodidad, la frustración o la rabia ante las amenazas a cierto orden pasado con sus prerrogativas y privilegios, pasado glorioso, mítico, en el cual ellos tendrían otro y mejor lugar, conforme suelen pensarlo. «La Patriosphere», escribe Xoan Vázquez, «como “red” que incluye webs, blogs, youtubers y cuentas de Facebook y Twitter surgió cuando la extrema derecha, que se considera a sí misma maltratada por los medios tradicionales, vio Internet como un lugar donde invertir para llegar al público directamente» (1). Tal vez por eso ha quedado la idea de un activismo puramente virtual como parte de su definición –aun cuando abundan los análisis del papel de las redes sociales en los ascensos de Bolsonaro, Trump y otros al poder–. Más en Paraguay, donde la extrema derecha nunca ha salido a las calles para perpetrar actos de vandalismo que sí son parte de la vida urbana en otros lugares del mundo –como España, por poner un ejemplo que conozco– desde hace décadas.
Pero, como dijimos en otro artículo (2), la importancia de estas manifestaciones es variable. Algunas pueden parecer, y a veces ser, simples alardes de haters y trolls de internet sin consecuencias notables; otras veces pueden tener, en cambio, efectos nocivos de gravedad diversa. No importa. No ver el fenómeno que está detrás de todos estos cabos en apariencia sueltos es quedarse en la mera anécdota.
Es mejor no quedar lastrados por el ancla de las definiciones ni seguirlas repitiendo solo porque hasta ahora han sido adecuadas: la historia es tiempo, no eternidad, y la cultura es movimiento, y no un panteón. Somos mutantes. Todo puede cambiar esta noche. Todo puede desaparecer mañana. «Todo lo sólido se desvanece en el aire», escribió Marx; «todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar con serenidad sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas».
Hay un sufrimiento en ciertos sectores por esta condición mutante que se acelera desde la Modernidad, un sufrimiento por el cambio, la pluralidad, lo desconocido, lo diferente, la diversidad –cultural, étnica, de género, política, religiosa, etcétera–, un sufrimiento que se traduce a veces en odio contra lo que relativiza viejas certezas que se desean eternas: Patria, Dios, Familia; y, detrás, jerarquías. Jerarquías que protegen frente a lo extraño, lo foráneo, lo nuevo, rechazado, muy en el fondo, no porque sea inferior, sino porque quizá no lo sea –de ahí la sensación de amenaza, de ahí el odio–, porque quizá sea igual, porque quizá sea incluso superior –lo cual supone aún más sufrimiento y aún más miedo–.
Pensar es no quedar lastrados por el ancla de las definiciones; por eso, aunque la opinión unánime era que se trataba de alardes puramente virtuales de personas que nunca soltarían el teclado para salir a las calles, tomamos las convocatorias en internet a «escrachar» una obra teatral para escribir sobre esos sectores de la derecha más intolerante que a veces –así, en Paraguay, recientemente, con el anuncio de un boicot contra el largometraje de Marcelo Martinessi Las Herederas (3) o los ataques al performer Brune Comas (4)– salen de la fachósfera y nos visitan en 3D.
Esa obra acaba de estrenarse. Se iba a estrenar el mes pasado (5), pero se pospuso cuando el autor recibió insultos y amenazas por Facebook de personas que consideraron el título (Las locuras del Mariscal) una falta de respeto al mariscal Francisco Solano López (1826-1870), presidente de Paraguay durante la Guerra de la Triple Alianza.
Los únicos que pueden ofrecer una identidad a la nación –cito a Eco– son los enemigos. Es decir, el odio. Y en eso se reconocen las expresiones de la derecha identitaria: en el odio. Odio a los extranjeros, a las mujeres, a los homosexuales, a los sintierras, a los sintechos, a los percibidos como débiles, o como diferentes o como ambas cosas. Intrusos. Intrusos en el espacio que los intolerantes creen de su propiedad: los nazionalistas hablan por «todos los paraguayos», como si los paraguayos alérgicos al culto autoritario a héroes, uniformes y símbolos de la patria fueran guatemaltecos o croatas o no existieran.
La obra acaba de estrenarse esta semana, como les decía. Hubo dos funciones: el miércoles y el jueves. La del miércoles fue interrumpida por un pequeño acto de vandalismo típico de esos sectores que empiezan a salir del sarcófago en nuestro país y en otros con sus expresiones –discriminatorias, autoritarias, clasistas, sexistas, racistas, homófobas, xenófobas, etcétera– características: como habíamos advertido en algunos artículos, los grupos intolerantes a veces sueltan el teclado y salen a patotear, buscando imponerse por el miedo en un país que no ofrece garantías elementales.
«¡Legionarios! ¡Van a respetar el uniforme! ¡No vamos a permitir que se falte el respeto al uniforme y a los símbolos de la patria!», gritó al entrar en la sala Molière un grupo de unos diez nazionalistas, interrumpiendo la representación. «¡Yo no me voy a tu país a burlarme de Napoleón!», le espetó uno a Dominique Scobry, el director de la Alianza Francesa. Un niño que actuaba en la obra se quedó llorando del susto. Si en el fascismo –o, como quería Eco, el «Ur-Fascismo»– las ideas son débiles, la retórica, y las innobles pasiones que desata, son potentes.
Eso fue lo que sucedió este miércoles.
La noche del jueves, en cambio, fue muy diferente.
Hay cosas que deberían ser evidentes por sí mismas. No se lincha en masa a nadie por sus ideas. Se discrepa, en todo caso. Se defiende a quien está en desventaja de número o de fuerza u otra similar. No se ponen el orgullo ni la «identidad» en asuntos como la nación, la «patria», la clase social, la «raza», el sexo u otros afines. No se discrimina a nadie por no compartir esos rasgos de grupos supuestamente especiales o superiores. Y no se deja sola jamás a ninguna persona frente a abusos, afrentas y amenazas. Todas estas cosas deberían ser evidentes por sí mismas, aunque por desgracia no siempre lo son.
Pero la noche del jueves en Asunción ocurrió algo inesperado. La noche del jueves se llenó el teatro. Como pocas veces, en la Alianza Francesa la fila salía hasta la vereda. El clima, a diferencia de lo vivido la víspera, era luminoso y animado, respetuoso y cordial. La gente en Asunción salió el jueves al teatro, y no solo para ver la obra cuya representación había sido interrumpida el día anterior –hubo muchas personas que no entraron a la sala cuando empezó la función, que fueron para estar presentes y brindar su apoyo– sino, ante todo, para defender el derecho de otros a verla, y del elenco a representarla.
Esto también es Paraguay. Por fortuna.
Notas
(1) Xoan Vázquez: «Internet, campo de batalla de la extrema derecha», La Haine, 01/11/2018: https://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/internet-campo-de-batalla-de.
(2) Montserrat Álvarez: «Paraguayos de bien», El Suplemento Cultural de ABC Color, 19/05/2019: http://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/paraguayos-de-bien-1815363.html
(3) «Asucop condena a Las Herederas y anuncia boicot: “Con un caño le vamos a dar”», diario Hoy, 01/03/2018: https://www.hoy.com.py/espectaculos/asucop-condena-a-las-herederas-y-anuncia-boicot-con-un-cano-le-vamos-a-dar
(4) «¿Los niños primero?», Página 12, 01/06/2018: https://www.pagina12.com.ar/118254-los-ninos-primero
(5) Montserrat Álvarez: «Nos vemos ahí de pie, enfrente», Suplemento Cultural de Abc Color, 12/05/2019: http://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/nos-vemos-ahi-de-pie-enfrente-1813348.html
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