“Una oportunidad para construir mejor ciudadanía democrática”

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Introducción

Los vertiginosos acontecimientos que rodearon al pasado juicio político del presidente de la República y a su consiguiente destitución, los eventos que lo precedieron, y los que le sucedieron dentro y fuera de las fronteras, comenzando con los trágicos, innecesarios e infortunados enfrentamientos entre fuerzas del orden y sectores violentos de campesinos sintierras acaecidos en campos Morumbí, así como los análisis y las interpretaciones que se entretejieron a continuación de esta sucesión de eventos —en especial, sus efectos e impactos en los países vecinos de la subregión del continente— han puesto sobre la mesa —y ante los ojos de propios y extraños— el cuestionamiento de fondo que guarda relación con el tipo de sociedad que queremos construir los ciudadanos de esta tierra bendecida por su abundancia.

Luego de poco más de veinte años de haber abandonado el modelo de Estado-sociedad autoritario, resultado de 35 años de dictadura militar, los ciudadanos paraguayos se encuentran ante el desafío de consolidar una buena sociedad democrática, de la cual hoy nadie reniega, al menos formalmente. Es oportuno, por lo tanto, desarrollar nuevos enfoques y perspectivas de análisis, interpretaciones renovadas y propuestas movilizadoras en relación al proceso sociopolítico en curso, con el propósito de coadyuvar en la reflexión y a los discernimientos ciudadanos, más aún cuando se está en vísperas de nuevas elecciones nacionales.

Este ejercicio público —del cual todos y cada uno somos indefectiblemente corresponsables— reclama el apoyo de elementos de juicio y criterios consensuados, basados —en la medida de lo posible— en nuevos conceptos esclarecedores y fermentativos, de manera que el comportamiento ciudadano y las acciones públicas de gobernantes y gobernados devengan en una ratificación de la sociedad democrática que declaramos ambicionar y esperamos construir, ampliamente impregnada por los valores consagrados en la Constitución del 92.

Los megálogos necesarios

En este contexto, los acontecimientos político-institucionales de junio pasado han acelerado y multiplicado no solo los numerosos y variados debates públicos, sino también un apasionante macrodiálogo público en desarrollo, a través de los distintos medios de comunicación y en variados espacios, mediante el cual se pretende dilucidar y caracterizar, por una parte, a actores y procesos sociales en curso y, por otra, formular las características del tipo de sociedad que los paraguayos deseamos y necesitamos construir al amparo de algunos consensos básicos; yo diría sobre el fundamento de algunos valores nucleares que la comunidad nacional respete mayoritariamente, en un contexto internacional que se vio sorprendido en consecuencia de aquellos acontecimientos y que observa con atención los que vendrán.

Este renovado debate público se materializa a través de ininterrumpidos análisis, enfoques y propuestas, originados en diversos ámbitos, y por distintos niveles y sectores sociales, en especial al desatarse la campaña electoral para los comicios generales del próximo 21 de abril, dentro de un clima psicosocial en el que, a partir de la conceptualización de Amitai Etzioni, se hace posible advertir la existencia de amplios megálogos ciudadanos, un neologismo propuesto por este connotado investigador sociólogo mediante el cual pone de manifiesto el nuevo artificio recursivo de las comunidades humanas contemporáneas (Etzioni, 1999, p. 135), en particular en las abiertas y democráticas.

En estos megálogos es posible reconocer, de un lado, la manera en que los diversos actores construyen y contribuyen a la elaboración de un megatexto de juicios públicos alrededor de los problemas, malestares, disfunciones y dilemas que los aquejan, un proceso que no es propiedad de nadie en particular y sí contribución de todos en general —sobre el que nadie tiene un control absoluto—, en relación a los valores nucleares que deberán ser incorporados, compartidos y asumidos por la comunidad, con el fin de facilitar la convivencia y evitar los extremismos. Asimismo, por el otro lado, sirven para impulsar, orientar e instalar normativas y comportamientos sociales, políticas públicas, y conductas de individuos y colectivos, en el ejercicio de sus libertades.

Generalmente, los megálogos son más o menos largos, desordenados y plurales en sus participantes ocasionales, confusos en sus inicios, que no llegan necesariamente a conclusiones claras o decisivas de inmediato, aunque —eso sí— dentro de un clima de alto humor, en particular el político, que tanto molesta y que los autoritarios siempre persiguen, el que con su acidez atempera el dolor social y limpia las mentes, no así el olvido.

Contribución de la universidad

Para abordar mejor este nuevo tipo de debate público necesitamos una oportuna contribución de las academias universitarias y de los centros de investigación. Es un momento social particularmente propicio para introducir informaciones, juicios y criterios, datos y conocimientos científicos, aprendizajes sociales, análisis comparados y prospectivos, extraídos y tomados del quehacer científico-universitario que les es propio. Su contribución específica al dinámico megálogo ciudadano facilitará seguramente, espero, más pronto que tarde, el desarrollo de una nueva ciudadanía enraizada sobre valores más democráticos, al mismo tiempo que más ilustrada, crítica y participativa.

Para esta tarea se hace necesario, en primer lugar, reconocer un nuevo mapa político-intelectual. El viejo insistía en la discusión entre pensamientos de izquierda o de derecha, en la que el papel del Gobierno se contraponía al del sector privado, más aún si el primero era de izquierda, y en las que la autoridad del Estado se enfrentaba muchas veces a las iniciativas del individuo. El nuevo traslada el debate a la relación que debe darse entre el individuo y la comunidad o, dicho de otra manera, en la discusión sobre cuánta autonomía individual y de los colectivos ciudadanos puede permitirse, y sobre cuánto orden social debe garantizarse, de manera a evitar, en sus extremos, situaciones de caos por un lado o de asfixia ciudadana por el otro, como ya deja verse esta última en los neogobiernos autoritarios de la región, al igual que lo fue, en su momento, durante las dictaduras militares.

En segundo lugar, el advenimiento de la era de la información y de la sociedad del conocimiento abrió nuevos y mayores espacios públicos, e insospechados recursos tecnológicos, muy útiles para instalar debates, compartir información, discutir abordajes y criterios, debatir sobre los nuevos valores que necesitamos consensuar como elementos centrales del tipo de sociedad democrática que queremos.

Es evidente que la sociedad abierta que se ha venido desarrollando a partir del 89 hace posible aprovechar cada vez más estos megálogos, y que necesitamos potenciarlos para consolidar una sociedad más democrática y abierta, en la que “el correcto ordenamiento de ciudades y familias” se haga posible, como ambicionaba el viejo Platón, sin que en contrapartida las libertades se vean conculcadas. Una comunidad en la que “se respeta y defiende el orden moral de la sociedad, de la misma manera que harías que la sociedad respetara y defendiera tu autonomía” (Etzioni, 1999, p. 18). José Saramago tenía muy claro que la verdadera crisis de nuestro tiempo era la crisis moral y que, por lo tanto, había que enfrentarla con coraje y la integridad necesaria.

El Paraguay ya no puede ser visto como una sociedad encerrada detrás de una “muralla verde”, desconocido y hasta misterioso, como tal vez fuera en tiempos pasados, casi aislado o ausente de la economía global que vive el planeta, “una isla sin mar”. Por el contrario, hoy cuanto hacemos y decimos es objeto de observación y materia de juicios, análisis y opiniones, sobre todo en el vecindario regional, donde las movidas geopolíticas, económico-comerciales e ideológicas están a la orden del día, frente a las cuales no estamos inmunes, antes bien, donde debemos convertirnos en uno de los activos y provocativos jugadores, más aún teniendo en cuenta la rampante hipocresía diplomática en abuso y el alto sesgo ideológico imperante en ella, que ni el Palacio de Itamaratí logra capear, hundiéndose en sus ciénagas obscuras, antes en Honduras, ayer con Paraguay, hoy en Venezuela, dando la impresión de que no queda nada del itá morotï (piedra blanca) de tiempos pasados.

Hoy en día, las economías de todo el mundo se han vuelto interdependientes a escala global, bajo una nueva forma de relación entre economía, Estado y sociedad, creando un sistema de geometría variable basada sobre la internet, el paño con el que está tejida la nueva sociedad a red (Castells, 1997 p. 61).

Esta mutación planetaria está generando cambios sociales tan espectaculares como los que se dan en los procesos de transformación en los ámbitos científicos, tecnológicos y económicos. En este nuevo escenario mundial, las oportunidades para una economía como la paraguaya son inmensas; nos corresponde crear las condiciones internas y externas para aprovecharlas, pudiendo hacer, al mismo tiempo, una contribución significativa a nuestra subregión, que está llamada a una integración mucho más inteligente que la actual, donde “lo político prima sobre lo jurídico” restándole toda previsibilidad. Ello solo será posible en una democracia madura y sustentable, con una ciudadanía firmemente anclada en y comprometida con los valores democráticos, bien educada y emprendedora, ampliamente inserta en el mercado regional y global, como lo que se viene proponiendo en la Agenda País Paraguay 2030.

El contraste con las sociedades cerradas

Conviene remitir aquí a los pilares que sostienen al autoritarismo, propios de las sociedades cerradas, y sobre las que Karl Popper nos legó un extraordinario análisis en su libro La Sociedad Abierta y sus Enemigos (Popper, 1957), en particular en el capítulo 10, al que remito para una lectura más detenida y un análisis más meduloso, en el que desmenuza de manera acertada las profundas diferencias entre la sociedad guerrera de Esparta y la democrática de Atenas.

Philip Slater, un psicosociólogo norteamericano poco conocido aún en el mundo latinoamericano, describe muy bien, por otra parte, los hábitos que sostienen al autoritario (Slater, 2000 pp. 38-40), que paso a presentarlos en una breve síntesis, porque no tienen desperdicio; es un tiempo propicio para ello y muy pertinentes para tenerlos en cuenta, más aún al observar los rasgos autoritarios que van apareciendo en la región, a propósito de los autoproclamados “gobiernos progresistas”, y justo cuando estamos por elegir a nuestros nuevos gobernantes.

En primer lugar, la práctica de la sumisión o reverencia. El truco consiste en hacer que las personas den una obediencia automática y un respeto inmerecido a quien está más alto en el orden social, para consagrar su legitimidad. La verticalidad es una dimensión fundamental en la visión autoritaria, en consecuencia la sumisión y la obsecuencia al señor feudal son el valor primero. Si bien es cierto que el comportamiento sigue a las convicciones, también es lo contrario: si puedes forzar o empujar con el engaño a las personas hacia un cierto comportamiento, finalmente ellas comenzarán a convencerse de la justicia y propiedad de la sumisión. Con el tiempo el hábito se hace muy profundo en un yo ya muy disminuido, que queda finalmente inmovilizado. Solo en este contexto es posible comprender, desde afuera, la apelación obsesiva y compulsiva al nombre o cargo del caudillo de turno, como una muletilla insalvable en el hablar, en ocasión de cuanto discurso expresado por sus seguidores, discurso en el que se es alguien solo en la medida que se es parte de él, a través de él. Allí nadie es alguien por sí mismo. En las democracias maduras, en contraposición, uno es alguien solo por sí mismo; más aún se espera que sea así, y se aplaude cuando se logra.

Saltar luego al culto de la personalidad es ya solo un paso, en vida primero y, sobre todo, con los mausoleos después. La construcción siempre será tanto más desmesurada en sus dimensiones y apariencias cuando más deleznable el ocupante, la cual deberá venir precedida por el meticuloso control de las informaciones sobre la enfermedad que lo llevó a la muerte, siempre arropado en un halo de opacidad y secretismos, con multitudinarias manifestaciones populares en los funerales, puntillosamente diseñadas para el adiós final al “gran líder”, al “salvador de la patria”, al “redentor”, en medio de masas clientelares emocionadas casi hasta el paroxismo, el todo concebido como una gran obra maestra para la puesta en escena, donde es fácil encontrar tantas similitudes entre las exequias de los caudillos regionales recientes y aquellas de Lenin y Stalin. ¡Qué exequias hubieran sido las de Adolf Hitler si no hubiera terminado con aquel final patético! Es cuestión de sentarnos a esperar para ver llegar en la región más repeticiones de igual índole, seguramente. En este entorno así montado, la guinda del entuerto ya está preparada: el mito, en cuya narración el comandante presidente incluso se muere porque “el espíritu era tan fuerte que su cuerpo no lo aguantó”, o con el cuento de la epifanía de su espíritu, que hasta se encarna en algún “pajarito chiquitico”, revoloteando para dar bendiciones. En este menester la creatividad es infinita, o la estupidez.

En segundo lugar la opresión sistemática mediante la brutalidad y el terror. El gran problema con los esclavos y los siervos es que si uno les da lo bastante para comer, con el propósito de que trabajen mucho, finalmente terminen acumulando la fuerza suficiente como para matar al amo o al señor feudal; de allí deriva la necesidad de mantener el monopolio de las armas en las sociedades guerreras. En la antigüedad eran las guardias pretorianas, hoy son las guardias “revolucionarias”, “las urbanas”, “las territoriales”, “las milicias republicanas”, “las bolivarianas”, y así diciendo con la ayuda de una creatividad sin fin para inventar nuevos adjetivos y apelativos que justifiquen los medios; lo importante es inmovilizar a la comunidad de hombres, y si se los moviliza debe ser al son del libreto y del ein-zwei, uno dos, uno dos.

Como los esclavos y los siervos siempre son más numerosos, es mejor entonces aterrorizarlos cada tanto para no permitirles encontrar un equilibrio: palizas, torturas y ejecuciones ocasionales, abiertas y solapadas, son muy útiles cada vez que aparece algún signo de desafío al sistema, sobre todo a periodistas y blogueros incómodos e “insolentes”. En las dictaduras militares ese fue el mecanismo elegido: el garrote. Hoy, en los populismos regionales, se adopta su opuesto: la zanahoria, con una innovación social mucho más palatable, el subsidio “social”, en particular el instrumentado para organizar la clientela política desde el gobierno de turno, no importa que tenga alguna sostenibilidad; es un mecanismo que inmoviliza igualmente, sobre todo el pensar de las masas no cultivadas, al congelar aquella imagen del “gran jefe”, “la gran señora”, en la mente de sus seguidores, salvo para las marchas de apoyo incondicional al comandante presidente, a la señora presidenta o al señor presidente, sin cuidado alguno de que la economía de la nación termine colapsada en consecuencia. “Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía”, y el mismo razonamiento aplica para las lisonjas dadas a cualquier dictador, provengan de donde provengan, aún cuando desciendan desde la misma Ciudad Luz.

En tercer lugar viene el secreto. Si intentas mantener el control sobre un grupo que te supera en número, es una buena idea controlar el mercado de la información. Se debe establecer una eficiente red de comunicación, del cual, aquellos bajo control, estén excluidos, estrategia que Joseph Goebbels y Nicolae Ceausescu llevaron al extremo en su ocasión; para ello es muy útil un lenguaje diferente, o algún tipo de código, o instrumentos destinados al control de la gente, como la infernal red de pasadizos subterráneos entretejida por el segundo bajo la capital de Rumania, en su obsesión delirante por mantener su dominación. Slater hipotetiza incluso que la escritura fue probablemente “inventada” por esta necesidad de controlar la información sobre el dominado. Como bien dice “lenguajes especiales, códigos, símbolos arcanos, rituales secretos y otras formas de mistificaciones son útiles para tener a los siervos en su lugar”. En los populismos de pseudo izquierda es también muy útil controlar el mercado de los insumos básicos para la población.

Por último, el desviar la atención. Es muy importante para el sistema de dominación desviar la hostilidad de los siervos y sus resentimientos hacia otros objetos u objetivos. Si parecen inquietos, dirija su descontento sobre los extranjeros. Es recurrente que los tiranos se sostengan sobre la guerra o la amenaza de ella, de ahí su cotidiano leguaje guerrero, con el meta mensaje de estar siempre en situaciones de guerra y combates sin fin. En esta perspectiva no es difícil comprender la lógica de Kim Jong-un, precisamente en estos días. Es la estrategia del falso enemigo para lograr la adhesión interna, mediante la cual inventar situaciones de guerra y combatir a imaginados imperios —inoculantes de quién sabe qué cosas a sus enemigos ocasionales— que facilita cerrar filas, clasificar y excluir, internamente o al exilio, a traidores de “patriotas”, a legionarios de “leales”, hasta el eliminarlos, si fuese necesario. Es la típica mentalidad del autoritario, dividir el mundo entre ejércitos del bien y ejércitos del mal; un maniqueísmo más.

Por último, no debemos engañarnos; tendemos a notar rápidamente la tiranía cuando la opresión es altamente visible, y prestamos mucho menos atención a los otros tres pilares, que son tan destructivos de la comunidad de hombres libres como la opresión del tirano. “Sin embargo —dice Slater, con clara intención— todo líder que hable frecuentemente de obediencia y lealtad, que intenta o prueba, esconder sus propias acciones o la de sus subordinados bajo un manto de secreto, o que busque suscitar odio contra un grupo externo al suyo, está creando las condiciones para que más formas visibles de opresión se apresten a emerger” (Slater 2000, p. 39).

En estas materias, por fortuna, la sociedad paraguaya, tengo la impresión, ya tiene una larga experiencia de aprendizaje, y ha desarrollado una enorme capacidad para identificar y reaccionar pronto a sus primeros síntomas. La dictadura militar no pasó en vano y dejó algún aprendizaje social, si bien fue adquirido con mucho dolor y a un alto costo social.

El desafío a enfrentar

Uno de los mayores desafíos que hoy enfrentamos guarda relación con la vieja controversia acerca de lo que constituye una “buena sociedad”, vale decir, una sociedad más justa, equitativa y solidaria, en un momento de cambio de época, cuando la civilización industrial, a nivel planetario, se está diluyendo, y la era de la información con la sociedad del conocimiento está llegando para quedarse irreversiblemente.

De cualquier manera y para poder profundizar en el análisis, es imprescindible y necesario aceptar, por una parte, que los individuos están insertos en una comunidad y que a la larga, por otra, la formulación del bien común es inevitable, recordando que “una comunidad no es un lugar, sino un conjunto de atributos”. Solo en un entorno democrático, con la gente debidamente preparada, de libre circulación de las ideas, a la manera como se está en el ámbito universitario, los megálogos se instalan y se desarrollan libremente, haciendo posible pensar en los buenos y los bellos atributos que deben impregnar a una comunidad humana particular, como bien ya lo había entendido Pericles en Atenas, “escuela de Grecia”.

Al mismo tiempo, es conveniente volver a recordar, que hay enormes riesgos sociales y morales que afrontar cuando se promueve la virtud unívoca y el conformismo igual para todos, en especial cuando se trata de imponerlo desde arriba, al estilo de los neo populismos en boga en la región, que privilegian el atributo de la cantidad, bajo las consignas engañosas de “el pueblo quiere”, “la revolución lo exige”, “el proceso lo necesita”, que en realidad disfrazan una descomunal manipulación orquestada desde el poder de turno —siempre objetivante de su propia subjetividad— por sobre los atributos de la cualidad, los cuales siempre exigen debates intensos, análisis comparativos, condiciones de factibilidad, creatividad social y adaptaciones continuas, basados en grandes acuerdos y consensos, donde la subjetividad de todos resulta mucho mejor respetada.

Referencias bibliográficas:

Etzioni, Amitai (1999): La nueva Regla de Oro. Barcelona, Ed. Paidós

Castells, Manuel (1997): La Era de la Información. La Sociedad Red. Vol I. Madrid, Alianza Ed.

Popper. Karl R. (1957): La sociedad abierta y sus enemigos. Buenos Aires, Ed. Paidós.

Slater, Philip (2000): Un Sogno Rimandato. Lo scontento americano e la ricerca di un nuovo ideale democratico . Bologna, Edizioni Pendragon.

*Profesor asistente, Escuela de Ciencias Sociales y Facultad Politécnica

Universidad Nacional de Asunción

Exministro secretario de la Función Pública

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