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Faltaba –imperiosamente– en nuestro país un libro con la lúcida argumentación, la dimensión narrativa, el original estilo de la novela Fuego pálido, escrita por el periodista y escritor Bernardo Neri Farina.
Reseño con estas líneas una obra madre, que reúne en su fondo y en su forma altos valores expresivos; una gran obra, en la acertada definición del periodista y novelista Alcibiades González Delvalle.
Con un inteligente sentido de la observación de una sociedad decadente, atrapada en un tiempo paralizado por la pobreza, se adentra en el oscuro mundo de los seres humanos marginales. Pobres individuos que son salvajemente explotados por políticos ambiciosos, quienes echan a rodar, mediante el maldito negocio del narcotráfico, las ruedas de la venta y consumición de la droga, en los diversos estratos sociales del Paraguay.
Al leer, al releer Fuego pálido, al tomar conciencia como lectora del peligroso avance del consumo de las drogas, en los adolescentes y en los niños, me han venido a la mente, varias veces, pensamientos de reclamo a las autoridades, que deberían tomar cartas en el asunto. Mas ¿qué autoridades? En los tiempos que corren, la autoridad materna es frágil y temerosa. La autoridad paterna se volatiliza prontamente bajo los efectos del vino en cartón, de la caña comprada en la despensa del barrio.
Las familias que sobreviven en las zonas marginales de Asunción y en algunos pueblos del interior del país, son desarticuladas por la pobreza, madre de los males extremos. La policía, que debería estar a las órdenes de un servicio de control y de protección de la población, se adapta fácilmente a los intereses económicos de los vendedores y los distribuidores de la mercadería.
¿Y los políticos? Los políticos fabuladores de grandezas con discursos llenos de supremas mentiras, están en lo suyo, o sea, engañando al electorado. Los políticos de la línea colorada, así como los políticos de la línea azul, se mantienen firmes en su férrea determinación de gana dinero sucio para detentar permanentemente el poder. Están en lo suyo, repito, encubriendo a los narcotraficantes.
Creo sinceramente que la obra de Bernardo Neri Farina, elaborada criteriosamente en torno a una realidad social que nos atañe a todos, debería ser leída no solo por el público conformado por los lectores de siempre, sino además por los estudiantes universitarios, por los periodistas de los diversos medios de comunicación, por los docentes universitarios, por los críticos literarios locales y extranjeros.
Fuego pálido es una radiografía inapelable de un país perdido en Sudamérica.
Bernardo Neri Farina, autor y consumador de un lenguaje hábil y apasionante, hace gala de una prosa estéticamente elaborada, de miradas precisas, firme en su compromiso de narrar la realidad paraguaya.
Describe, acercándose a la precisión, situaciones y personajes extraídos de la cotidianidad.
¿Cómo no reconocer a Cachaquita? Cachaquita es un chiquilín, un pandillero. Sobrevive en las calles asunceñas. Su hogar es un refugio que “huele a cosa vieja, a sudores no expiados, a aire enmohecido, a vida consumida y a consumiciones...”
Estremecimientos de piedad y de ternura, he sentido a veces, al leer el libro; al observar la fiera y triste vida de hombres, mujeres y niños, quienes son contados por Fuego pálido, obra ganadora de la cuarta edición del Premio de Novela Inédita Lidia Guanes 2014.
Si es posible lograr efectos prestigiosos con la originalidad, y la fluidez, que favorece –ampliamente– la lectura de un material escrito, especialmente la novela, nuestro escritor tiene asegurado el prestigio, pues Fuego pálido se lee con avidez.
Creo que en su patrimonio literario debe remarcarse, la natural capacidad para tocar con soltura y creatividad, ciertos temas y aspectos.
Siempre he pensado que el vigor narrativo, la técnica eficiente y la conciencia plena del tiempo vivido, son los soportes de una buena construcción lingüística. Bernardo Neri Farina los posee.
Es una obra que suda, en el sentido metafórico del término, un sostenido interés por mostrar los rostros desdichados de una población, la del Bajo, y la de tantos sitios de nuestra geografía, rostros heridos por el desamparo.
Fuego pálido nos hace pensar, despierta sentimientos encaminados hacia la necesidad de intentar mejorar la realidad de todos los días.
Lleva el sello editorial de Servilibro.
Cierro esta reseña con una frase de Jean Paul Sartre: No se crea y se transforma el mundo si solo vemos la obra literaria como algo absoluto. Por eso el lector, así como el autor, deben tomar postura, ya no solo frente a la obra, sino incluso frente al mundo en donde esa obra nace.
* Escritora