Una obra clásica de la literatura paraguaya

“Mancuello y la perdiz”, de Carlos Villagra Marsal, fue presentado recientemente al público. La editorial “El Lector”, a través de su “Colección Homenaje”, recoge en el libro una obra que posee vuelo poético, ágil espíritu narrativo impregnado de realismo mágico, y lenguaje de gente de pueblo, con costumbres ya perdidas, pero reveladas en la escritura como una novedad literaria.

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Según el concepto de género, puede ser una novela corta o un cuento largo. Durante el trayecto de la lectura, pude notar que estaba ante la más original novela corta de nuestro país. “Veía” al cruel Mancuello “jugando” a las cartas en el cementerio. “Escuchaba” al arriero, que subía el camino de la memoria, o del recuerdo, para contar a un niño, hijo del patrón de una estancia, las malandanzas de un individuo, y los detalles (grises y coloridos) de la manera de ser de un pueblo. Ese pueblo se figuraba perdido a su suerte, porque ni el intendente, ni el juez de paz, ni el cura, ni el comisario, ni autoridad alguna, se atrevían a enfrentarse ante la pretenciosidad del malevo aquel.

No sé mucho del parecido físico de Pantaleón Mancuello, pero sí sé de su afilada personalidad, que hería, como diez cuchillos, a quienes se negaban al gesto servil en que se suele acomodar un saludo forzado.

Hay libros que no tienen su razón de ser, creo yo. Pero este libro, dotado de un lenguaje en que se experimenta un viaje hacia tierra adentro, amplía la cartografía que registra dos nombres indispensables de nuestra literatura: Gabriel Casaccia y Augusto Roa Bastos.

La predominancia de lo fantástico, el estilo, un repertorio de recursos técnicos que obedecen a un canon, y la feliz intersección entre la novela y el cuento, hacen de “Mancuello y la perdiz” una obra clásica.

Ahora bien: me tomo la libertad de disgustarme con el Gobierno. Poco o nada hace el Ministerio de Educación y Cultura para mejorar el nivel de enseñanza en los colegios de la capital y del interior del país. Los alumnos, esa comunidad lectora, no lee, salvo “encargos ocasionales”, alguna que otra obra de un escritor paraguayo.

“Mancuello y la perdiz” debería convertirse en cabeza de una experiencia de lectura recreativa, propicia para el análisis de las academias literarias.

Bien. Hay toda una identidad colectiva, la identidad pueblerina (lo digo, como villetana de alma que soy), en el libro. Y el libro forma parte del folklore paraguayo.


Breve reseña
Graduado en Derecho en la Facultad de la Universidad Nacional de Asunción, Carlos Villagra Marsal cursó sus estudios superiores en la Central de Madrid y en la Universidad de París entre 1958 y 1960.
Vivió diez años en Chile como funcionario de las Naciones Unidas, con rango de Ministro Consejero de Embajada. Al frente de Alcándara Editora fue editor de sesenta volúmenes de poesía entre 1982 y 1987.
“Mancuello y la perdiz” ha sido varias veces reeditada. En España, el crítico literario español José Vicente Peiró Barco publica en Ediciones Cátedra S. A., una cuidadosa edición de la prestigiosa obra.


Fragmento de un análisis literario
“Mancuello y la perdiz” -afirma el profesor Juan Manuel Marcos- “es un compendio posregionalista en que se reflejan una íntima enciclopedia de la fauna, la flora, las costumbres campestres, la gama culinaria y los hábitos cotidianos profundos del Paraguay”. También dice: “ ‘Mancuello y la perdiz’ resuelve con propiedad y brillante creatividad el problema expresivo del bilingüismo paraguayo. Este relato encierra un denodado esfuerzo por pensar en guaraní y escribir en castellano, sin sacrificar la exactitud ni la elegancia del idioma; y, en efecto, Villagra Marsal confiere con él dignidad y universalidad al castellano paraguayo, como riquísima parte del caudal vivo y polifónico de nuestra lengua...”

Bibliografía: “Historia de la Literatura paraguaya”,
Hugo Rodríguez-Alcalá y Dirma Pardo Carugatti.
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