Cargando...
Desde las primeras instancias del inicio del juego de ajedrez, identificado este como “apertura“, ya el ajedrecista debe concentrar su atención y cotejar con lógica sus decisiones de mover las piezas. No debe caer en acciones fortuitas e inseguras, porque todo plan se logra poniendo racional y debidamente en actividad las fuerzas combativas. La igualdad de oportunidades (o la desigualdad) en la apertura suele determinar el contenido de la lucha en el medio juego; siendo así, el jugador, desde el principio mismo, desde el vamos, deberá tomar la crucial decisión de jugar algún tipo de apertura (de entre el repertorio de la práctica). Esta no es una acción a la ligera, pues conlleva generalmente una lucha por el dominio del centro del tablero con algún plan estratégico concebido y la puesta en práctica de un mecanismo táctico para el efecto. Ya en esta etapa del juego, se pueden describir mecanismos símiles entre los procesos que llevan a la toma de decisiones en el juego, si lo biyectamos heurísticamente al método propio de la ciencia. Max Euwe sostiene que la posición en el tablero de ajedrez no progresa por sí misma, sino que debe desarrollarse mediante un proceso de conclusiones obtenidas en la práctica, y representa la habilidad progresiva que el jugador posee para formar un juicio crítico de cualquier posición dada. Esta habilidad solo es posible en la medida que el jugador –así como el científico– posea el talento para el reconocimiento de los hechos, el descubrimiento del problema y la capacidad de formulación del problema. En el caso del ajedrecista, tanto el reconocimiento del problema como su descubrimiento implican que su percepción de los hechos en el tablero sean interpretados dentro de un marco teórico (nada sucede en un vacío). Es costumbre valorar la posición –dice Alexander Suetin– partiendo de los indicios estáticos exteriores de la misma: la correlación material de las fuerzas, los factores de la posición, la situación de los dos reyes, la estructura del centro, los puntos débiles y sólidos, y los peones, las columnas y diagonales abiertas, etc. Todo esto supone una capacidad de pensar desde principios o leyes, sean particulares o generales, y que determinan en un alto grado la acción (pues en ajedrez, la inacción –así como en la ciencia– es la muerte).
El ajedrecista, en todo momento de la partida, va construyendo su modelo teórico en cuanto a las relaciones que es capaz de unir en un entramado complejo estructural entre las piezas todas y las posibilidades de acción conjunta entre estas. Ello implica una selección de los factores pertinentes, es decir, –así como en la ciencia– relacionar a las variables que se correlacionan en la coyuntura estudiada. Una vez comprendida tal estructura, procede a la invención de las hipótesis centrales y de las suposiciones auxiliares, es decir, aísla las relaciones entre variables (por ejemplo: diagonales abiertas y alfiles buenos o malos, propios o ajenos; columnas abiertas o semiabiertas y la relación con sus torres o las del rival, etc.) en una red de implicaciones lógicas que radiografíen su estructura, y hagan posible la confección de un plan estratégico y su consecuente mecanismo táctico.
Una vez enunciada claramente la valoración del tablero en ese particular instante, el jugador pasa a la etapa del cálculo de variantes, momento que también puede conceptualizarse como el de la obtención de deducciones de consecuencias particulares: en esta etapa, se puede decir que el jugador busca en su memoria –soportes racionales– situaciones símiles que le ayuden a encontrar un curso de acción favorable. También hechos que ya pudieron ser verificados anteriormente como vías de acción ventajosas. De aquí pasa a poner en curso de acción –bajo soportes empíricos o, dicho también de otra forma, algún mecanismo táctico– la forma de verificación posible o concebible de su plan en busca del éxito. El ajedrecista en todo momento depende de su correcta valoración y el cálculo para las maniobras, que determinan la elección de cada movimiento. Estos distintos factores determinan el contenido del juego, es decir, la estrategia y la táctica. Según A. Suetin, el plan o método de orientación hacia un objetivo determinado, y que se ciñe a las ideas de los momentos tácticos de la posición, se asienta en la base de la estrategia, que básicamente se sienta en el ataque o la defensa a grandes rasgos. Así, en el ajedrez, dice Ruben Fine, el enjuiciamiento de la posición determina la manera de conducir la lucha; la fuerza (o el material), la movilidad y la seguridad del rey son los tres principios básicos del ajedrez. Agrega que la movilidad puede subdividirse en estructura de peones (o movilidad de peones) y libertad general de las piezas. Agréguese a esto la situación táctica en cualquier momento (combinaciones) y se tendrá un bosquejo completo de cualquier posición.
La prueba de hipótesis o la puesta en marcha de mecanismos tácticos por parte del ajedrecista, una vez definidos en un diseño concreto como batería de piezas combinadas y coordinadas entre sí, se ejecuta a modo de prueba. Esta se evalúa primero in abstracto y, si se decide a ejecutarla, se lleva a cabo in concreto, es decir, se ejecuta la prueba. Una vez dado este último paso, irreversible en el juego, se corrobora la inferencia (que ya de antemano en el análisis sería predecible); y la consecuencia puede o no ajustarse a lo anticipado in mentis. Esta nueva situación, es decir, la movida efectuada por uno u otro jugador, modifica las estructuras reinantes hasta ese momento, así llegado a este nuevo estado de cosas. Una vez más, todas las variables que condicionan las relaciones entre los elementos del tablero del juego deberán de ser reevaluadas bajo la lupa del modelo teórico que guía la acción.
En cuentas resumidas, podemos decir que la partida de ajedrez constituye un proceso único cuyas etapas –apertura, medio juego y final– están unidas orgánicamente. Si bien cada una de ellas tiene un valor independiente y soluciona sus diversos problemas, estos aumentan considerablemente a medida que evoluciona el juego a través de las distintas facetas o etapas del juego. Así, los problemas que surgen y los planteos de solución se determinan en forma táctica en base a alguna estrategia; por ello es que se puede afirmar –como lo hace Rubén Fine– que en el nivel maestro generalmente es siempre el último error, y la capacidad de verlo, el que determina quién se lleva el laurel en la
partida.
La enseñanza de las ciencias en la etapa escolar básica, en cuanto a la adquisición de conceptos propios de ellas, es muy importante, pero también y en mismo grado de importancia es el valor instrumental y funcional que ellas tienen en la maduración y evolución de los educandos. La enseñanza de estas tiene como objetivo –según la Unesco a través del documento Aportes para la enseñanza de las Ciencias Naturales del SERCE (Segundo Estudio Regional Comparativo y Explicativo, año 2009)– desarrollar el pensamiento lógico, lo cual supone ser capaz de analizar una situación, elaborar una explicación acerca de la misma, hipotetizar e inferir; encontrar caminos para verificar supuestos de partida. También promover el desarrollo progresivo de estructuras conceptuales cada vez más complejas, las que permitirán una mejor comprensión de los conceptos científicos. Se puede citar también lo importante que es incorporar estrategias de resolución de problemas científicos, lo que implica iniciarse en el uso de los procedimientos de la ciencia: identificación de problemas, búsqueda de información a partir de diferentes fuentes, elaboración de conjeturas, diseño de actividades experimentales con la finalidad de contrastarlas, recoger datos; organizar, analizar y comunicar la información recogida; tomar decisiones a la luz de los estudios realizados, a la par de todo. También el de desarrollar actitudes científicas tales como: curiosidad, flexibilidad intelectual, espíritu crítico, respeto por el ambiente, etc. Partiendo de los ítems anteriores que justifican la enseñanza de la ciencia y su consecuente método de producción de conocimiento en la escuela, cabe preguntarnos ¿cuál es el estado actual en nuestro país? La respuesta a esta interrogante merece un estudio profundo, pues diagnosticar la situación de ello. es el primer paso hacia el avance de una sociedad más acorde con el siglo XXI en curso, en el que la ciencia y la técnica son los motores de su andar, y en el que las sociedades que no producen y consumen conocimiento se encuentran peligrosamente en la situación de nuevas formas de atraso sociocultural, y con ello postergan en futuro a generaciones que hoy por hoy están sujetas a las decisiones que tomemos por ellas. Solo por citar algunos indicadores llamativos, podemos decir que los educandos paraguayos –según el SERCE– en cuanto competencias propias de los procesos cognitivos en el nivel del sexto grado solo alcanzan un 36 % en un cuestionario de 44 ítems; en lo que atañe a la interpretación de conceptos y la aplicación científicas, alcanzan un nivel del 36 % sobre un cuestionario de 20 ítems; en cuanto a la capacidad de resolución de problemas, el desempeño es relativamente bajo en comparación a los otros países evaluados de la región latinoamericana. La incorporación del ajedrez en el currículo de la educación escolar básica y media de nuestro país debería de ser una herramienta valiosísima para la concreción de los fines y objetivos del área de ciencia en la educación nacional. Como se puede percibir, el ajedrez como herramienta pedagógica, a partir de la heurística que mantiene con el método científico –según se describió párrafos anteriores– allanaría de una forma lúdica tales objetivos potenciales. ¿Por qué no utilizar este instrumento cuya implementación necesita escasa inversión, a sabiendas que los frutos de tal política redundaría en abundantes beneficios sicocognitivos y sociales?
El conocimiento científico es “objetivo“, y el conocimiento objetivo es la finalidad de la investigación científica, dice Mario Bunge. Agrega, además, que el conocimiento científico es “verificable“, siempre puede ponerse a prueba, y la corrobora o refuta la experiencia. Todo jugador de ajedrez, si desea progresar en su nivel de fuerza de juego, debe trabajarlo en todos sus puntos, tanto estratégicos como tácticos, tanto teóricos como prácticos. El trabajo sistemático de la práctica analítica desarrolla la visión combinatoria y el arte de calcular las variantes; por ello, acota A. Suetin que en el ajedrez, como en la música, es necesario un trabajo sistemático y minucioso para alcanzar un alto nivel artístico. La labor de perfeccionamiento de un ajedrecista de categoría superior es compleja y heterogénea. Perfeccionarse significa ir solucionando los problemas que van planteándose por cuanto estos se presentan a cada paso al jugador, así como en la ciencia de una manera “objetiva” y “verificable”. La objetividad está referenciada por la capacidad de imaginación, controlada por el marco teórico que el jugador será capaz de construir en el desarrollo de competencias cognitivas que irá adquiriendo, en cuanto todo ese bagaje de conocimientos esté sujeto a “verificación” en la experiencia personal y, en el mejor de los casos, haya pasado las pruebas que la instituyen como conocimiento corroborado en la experiencia con su consecuente éxito en lo deportivo, la escuela o la vida cotidiana. Así tal vez, el jugador –por ejemplo, el escolar de la educación básica o media– probará la miel dulce en algún campeonato escolar nacional o internacional, o simplemente estará conforme en darles mejor pelea a sus amigos de juego, o le embargara la emoción del placer en forma de satisfacción en el sentimiento de superación personal, sea este tal vez en las clases de ciencias, lenguas o matemáticas.
victoroxley@gmail.com