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La novela es una de las obras mayores de la literatura y permite, a lo largo de su desarrollo, crear mundos artificiales, reinventar los existentes o exponer sin artilugios la inhumanidad del mundo humano, cargado de crueldad y miseria, el que sin darnos cuenta habitamos cada día protegidos por la mezquina indiferencia de nuestro corazón hacia el sufrimiento ajeno.
Un viento negro, de Alcibiades González Delvalle, pertenece a este último grupo y nos enfrenta a las preguntas: ¿qué hacíamos nosotros mientras se desarrollaban los acontecimientos que nos señala el autor? ¿Cómo nos era posible convivir con ese pecado de la omisión, si no justificando y gloriando los sucesos de cada día, al menos acomodándonos complacientes a ese mundo en el cual se desarrollaba nuestra actividad, ciegos lo que no fuera ganar dinero? ¿Cómo iban a misa los creyentes a dar gracias por los beneficios recibidos, empapados con la sangre y el dolor de hombres y mujeres perseguidos y torturados —víctimas culpables, unas; inocentes, otras— a causa de la delación de matones a los que se conocía como “guardias urbanas”, impunes criminales protegidos por el argumento de defender a la ciudadanía contra la subversión siempre amenazadora contra el régimen que daba tanta paz y bienestar al pueblo paraguayo? ¿Cómo nos podíamos mirarnos al espejo, conversar con los amigos, tomar alguna cerveza y volver a nuestras casas a dormir, porque los únicos que tenían problemas eran los conspiradores que se metían en política? ¿Cómo podemos hacerlo hoy?
Cada uno de los cuatro capítulos de Un viento negro se inicia con la noticia de la caída del gobierno que tuvo bajo su dominio implacable al Paraguay por casi 35 años, y describe el modo de ser recibida esta circunstancia por cada uno de los personajes o sus familiares en los sitios en que se encuentran ese momento y donde la característica principal es la incredulidad. “Lleva más de treinta años la versión de un golpe inminente contra el gobierno”. “[…] de un automóvil negro desciende Alfredo Stroessner en el aeropuerto internacional que lleva su nombre […] sube la escalerilla y se pierde en el avión […] ¿son imágenes de una película? ¿La ficción del dictador derrocado camino al exilio?”. “Un golpe en la puerta la hace saltar de la cama. Siempre es así desde que echaron la puerta a balazos en una madrugada de terror […] en la noche del Viernes Santo de 1976 […] golpearon con furia la puerta de la casa […] Raimundo quiso abrirla , pero la esposa, al ver desde la ventana la camioneta policial, lo convenció de que huyera por la puerta de atrás […] tres hombres cerraron su paso y lo tumbaron a golpes en un matorral […] Martina salió desesperada, seguida de sus hijos. Pronto encontraron a Raimundo degollado y con un orificio de bala en el pecho, tirado en el yuyal”. “[…] escucha la conocida voz del sobrino. Le anuncia atropelladamente que el general Stroessner está preso en la Caballería como efecto de un golpe militar […] En el dormitorio de su departamento de Kontorsgarten 42 […] Eva Alonso despierta sobresaltada por el timbre del teléfono. También su marido se despierta con el grito repentino de la esposa […] —¡Qué sucede! –Cayó Stroessner”.
El punto neurálgico de la novela se encuentra en Barrerito, en la zona de Misiones, donde de una u otra forma convergen los cuatro personajes cuya historia se relata, con el recurso de un tratamiento casi documental, donde pareciera que el autor, colocado tras una cámara filmadora, capta los acontecimientos que desembocaron en la dura represión contra las Ligas Agrarias Cristianas y la Organización Político Militar (OPM), que sucedieron a los “guerrilleros del FULNA y el Movimiento 14 de Mayo, en los años 1959-1960 cuando […], el coronel Felix Grau […] se valía de un trapiche para quebrar los dedos de los prisioneros”.
El viento negro del miedo envuelve a todos en el sordo gemido de terror que es corolario del grito de la carne torturada en los sótanos del Departamento de Investigaciones, la prisión de Emboscada o la de Abraham Cue, en San Juan Bautista, reino de los Pastor Coronel, Cantero, Sapriza, que apagan sus cigarrillos “en los genitales de la víctima, hombre o mujer”. Reino del terror manejado por las dictaduras militares impuestas en la Argentina, Brasil y Uruguay que para sostener la mano dura hicieron partícipe al Paraguay, sin que ello significara diferencia a la vergonzosa humillación a que sometieron y siguen sometiendo los países poderosos a los débiles, ayer y hoy, seguros de que al no haber nobleza ni escrúpulos en los gobernantes de turno, es fácil el camino de sojuzgarlos con las treinta monedas de plata de la degradación.
Un viento negro rescata del olvido una época que muchos prefieren olvidar y destacan las bondades de un gobierno bajo cuyo mandato la población vivía tranquila, sin los sobresaltos que hoy la atormentan, no porque se haya ido la dictadura, sino porque los sucesores utilizaron, sin excepción, las herramientas más indignas de que se sirvió aquella para doblegar la voluntad del pueblo, ese pueblo de que se llenan la boca los mandamases de turno y que en realidad les importa un rábano cómo viven o si viven o mueren, como es fácil ver en la mendicidad creciente en nuestras calles.
Es que el viento negro nunca dejó de soplar. No es un fenómeno exclusivo de los años de la dictadura y la tortura, sino que seguirá vigente mientras ocupen sitios de privilegio en el Gobierno personas que dicen querer servir al pueblo y en cambio se sirven de él. El viento negro sigue soplando con la fuerza que dan el cinismo del engaño y la mentira, el lenocinio y la cruel indiferencia de maleantes disfrazados de personas de bien.
Alcibiades González Delvalle maneja con habilidad la técnica narrativa y casi siempre elude las trampas que le ofrece el estereotipo. Sus personajes poseen la fuerza de la vida, viven sus necesidades, sufren sus amores y despedidas sin que el autor se vea obligado a recurrir al melodrama en que podría caer al menor descuido. Por todo lo expuesto es que Un viento negro nos deja un sabor ácido en la boca al comprender, los que vivimos esos años, que fuimos, por omisión, tan culpables como los monstruos que infligían las torturas.
Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py