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La historia paraguaya registra continuos enfrentamientos entre colorados y liberales. Una circunstancia de esa historia tiene una fecha especial: el 21 de setiembre de 1908, centenares de colorados llenaron las cárceles, los cuarteles y las comisarías, bajo el pretexto de una conspiración. Para que la palabra escrita, que todo lo registra, lo recuerde mejor, cuento que tuvo una directa relación con esos hechos el coronel Albino Jara, al que Víctor Ojeda Fariña llama traidor.
Lo que me ha impresionado profundamente durante la lectura de Fortín Galpón es el temple, la convicción política nunca tambaleante de Ojeda Fariña.
EN EL BARCO LIBERTAD
Los colorados privados de su libertad partieron en número de cincuenta en el barco Libertad, sin saber a dónde serían llevados, ni qué pasaría con ellos, mientras sufrían penalidades, burlas y vejámenes.
Hay escenas dantescas, en el real sentido de la palabra, que el autor relata. Escaseando provisiones para esclavizar al hombre, el ser humano se rebusca en su crueldad, muchas veces. Ocurrió que en el Libertad, a falta de grillos, se habían dado órdenes de que cada grillo fuese remachado a las piernas de dos detenidos y la barra se colocase en el medio. Los infelices viajaban en una bodega hedionda y oscura, donde no solamente debían miccionar y hacer sus deposiciones, sino aguantar el sol de plomo que caía sobre las planchas de metal que se ponían al rojo vivo. Después de varios días de estadía en Bahía Negra, el 12 de octubre fueron embarcadas treinta y seis personas rumbo a Fortín Galpón.
Una lista de penalidades aguardaba a los prisioneros. Debían trabajar, completamente desnudos, en la limpieza del cauce del río Verde, por ejemplo.
Remolcaban camalotes, acarreaban palmas entre esteros, expuestos al ataque de las peligrosas alimañas. Por supuesto, cuando alguno tambaleaba o se mostraba flojo, recibía azotes por parte de sus verdugos. También eran obligados a cavar sus propias fosas. La faena se presentaba larga: voltear árboles, abrir picadas, carpir, construir caminos, hacer de matarifes y bogar en las embarcaciones. La comida era pésima.
Ya en Fortín Galpón, y siempre con los grillos en los pies, eran sometidos a burlas y vejámenes, como si fueran los mismos hijos del infierno. En cierta ocasión, a los carceleros se les antojó armar una fiesta para espantar un poco la soledad. Tres prisioneros, entre ellos el autor del libro, tuvieron su parte en la formación de la orquesta, pues fueron invitados a ejecutar el mandolín, la guitarra y el violín.
¿Por qué insisto en contar cosas tan trágicas? Porque este es un capítulo de la historia paraguaya que debe conocerse para que se sepa que el fanatismo político bestializa a los hombres. Víctor Ojeda Fariña, quien quedó con cicatrices horribles en los pies, dice que no lo movió ningún afán de venganza al escribir el libro. Me parece sabio de su parte que su intención haya sido, al contar la barbarie vivida en Fortín Galpón por 36 colorados, no dejar morir en el olvido un suceso tan desgraciado.
Una calle de Asunción lleva el nombre de Fortín Galpón.
De Víctor Ojeda Fariña queda su memoria de hombre de bien y de político convencido de su causa. Participó en la Guerra del Chaco y en muchos sucesos de tinte político, con relevancia; tenía todas las características de un verdadero caudillo. Conoció el destierro varias veces, y estuvo exiliado en Corrientes y en Buenos Aires. Acompañó al general Caballero a su vuelta del destierro al Paraguay.
D.A.