Un libro sobre la Guerra contra la Triple Alianza escrito a comienzos del siglo XX en el Paraguay

Sean cuales sean nuestros conocimientos previos sobre el letrado Gregorio Benites (1834-1909) o sobre los avatares de la Guerra contra la Triple Alianza, la publicación de este libro es una apreciable oportunidad para profundizar en algunas cuestiones referidas a la historia intelectual y a las visiones que sobre la catástrofe bélica se construyeron en Paraguay a comienzos del siglo XX. Aparecido por primera vez en 1911, resultaba, sin embargo, prácticamente inhallable en bibliotecas y en otros repositorios especializados. Esta circunstancia animó a Ricardo Scavone Yegros a preparar una esmerada segunda edición que se está divulgando con el sello editorial El Lector.

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[En torno a Gregorio Benites, Guerra del Paraguay. Las primeras batallas contra la Triple Alianza. Edición a cargo de Ricardo Scavone Yegros, Asunción, El Lector, 2012, 245 páginas.]

Además de poner de manifiesto, una vez más, el interés historiográfico que la Guerra contra la Triple Alianza suscitó ya en tiempos inmediatos a su finalización, la lectura me ha remitido, casi de inmediato, a su autor, a su concepción de la historia y al contexto de producción historiográfica, materias que me parece necesario referenciar junto al análisis específico de las aportaciones de la obra.

Las pruebas disponibles han demostrado que Gregorio Benites dedicó los últimos años de su vida a la tarea de explicar, de “explicarse” y, sobre todo, de escribir lo que le había acontecido a la sociedad paraguaya en el pasado reciente. Al tiempo que redactaba la obra que aquí comento, en el año 1905 había finalizado la Historia de los Empréstitos; poco después, en 1906, la editorial de los hermanos Muñoz le publicó Anales diplomático y militar de la guerra del Paraguay y, por las mismas fechas, divulgó su Estudio sobre la Independencia del Paraguay. La tarea de escribir la historia estaba imbricada, para el letrado guaireño, en la reivindicación de su propia persona y de los servicios públicos que prestara al país los que, llegada la vejez, entendía, le habían sido exiguamente reconocidos. Así, conviene mencionar que en el mes de agosto de 1904 presentó al Congreso una petición de fondos de 10.000 pesos para la publicación de la Historia de los Empréstitos, dos gruesos volúmenes en los que se proponía recoger la historia documentada de los antecedentes de los empréstitos de los años 1871 y 1872 y de su misión fiscalizadora en Londres en 1873, con el objeto de esclarecer los hechos en torno a aquella operación financiera. El senador Teodosio González, en la sesión del 26 de abril de 1905, fue el encargado de fundamentar el rechazo a la petición, argumentando que tal publicación solo tenía como objeto el beneficio personal del autor, quien “la utilizaría para su defensa frente a las acusaciones que, después de treinta años, aun pesaban sobre su desempeño”. Para refutar tales argumentos, Benites publicó una carta abierta en el diario La Tarde, en la que sostenía: “Si me he permitido solicitar al Congreso esos recursos es porque carezco de los elementos necesarios para imprimir mis manuscritos. Mis compatriotas saben que así como soy el más viejo servidor de la nación, soy quizás también el más pobre. Jamás he traficado con los puestos públicos de mi país, que he desempeñado desde joven, para labrar fortuna propia”. La mención del rechazo de la ayuda económica para financiar sus publicaciones como así también la negativa del gobierno, poco después, a otorgarle una jubilación que paliara sus estrecheces materiales sirven para poner de manifiesto el clima espiritual en el que Benites elaboró este libro.

Ya en las primeras páginas adelanta su forma de concebir la escritura del pasado: la necesidad de construir una historia patriótica pero, también, la aspiración a una historia verdadera. Así lo expone en la introducción: “[…] Nos guía la máxima de que la historia no debe ser para los pueblos el intérprete de la lisonja que a la par de ocultarle sus vicios y sus defectos les presenta sus virtudes y sus hazañas a través de prisma exagerado, haciendo así que su carácter adquiera, aun sin sospecharlo, un sello de intolerancia que los perjudique en el trato con los otros sino que, al contrario, la historia debe mostrarles los hechos tal cual han pasado, sin otro adorno que el de la verdad, a fin de que, reconociendo las faltas, los errores, los extravíos cometidos y penetrados de las verdaderas virtudes que originan las grandes acciones, su conjunto les sirva de saludable lección para corregir lo que ese carácter daña e inspirarse solo en aquello que lo ennoblece y lo levanta”. El suyo no es, por lo tanto, un estudio de anticuario: no se trata de reconstruir una parte muerta del pasado, sino de transformarla para que sirviera para el futuro.

Este impulso atraviesa los quince capítulos de la obra dedicados, en su mayoría, a ofrecer una reconstrucción razonada de las principales acciones bélicas: la campaña de Matto Grosso, la batalla de Corrientes, el combate de Riachuelo, la batalla de Yataí, el combate de Itapirú, la batalla del 24 de mayo, la de Yataity-corá y Potrero Sauce y Humaitá. En cada uno de ellos consignaba que los argumentos y las conclusiones estaban sustentados en un conjunto de fuentes bibliográficas y de pruebas inobjetables. Así, por ejemplo, en el dedicado a la batalla del 24 de mayo de 1866, Benites aclaraba que: “Para la confección de este trabajo hemos tenido a la vista un boletín del ejército paraguayo del 24 de mayo, todos los partes oficiales de los generales de la Triple Alianza, las correspondencias de todos los diarios de Montevideo y de Buenos Aires así como los libros del coronel Thompson, del general Garmendia y de don Juan Silvano Godoy más los datos que nos han suministrado varios de los actores de aquella gran epopeya nacional y nuestra propia colección de documentos históricos”. Esta erudición les otorga, según entiendo, una credibilidad destacable, máxime si se los contrasta con textos que, en torno a la guerra, se divulgaban por esos mismos años, como la conocida serie Recuerdos de Gloria en la que su fascinadora redacción no impedía encontrar importantes puntos criticables para quien pretendía hacer una historia verdadera.

La mención de Recuerdos de Gloria me conduce a su autor, Juan O’Leary, y a los vínculos interpersonales que lo unieron a Benites, manifestados en la obra que comento. O’Leary fue uno de sus principales amigos, el encargado de prologar la primera edición de este estudio y el heredero de todo su archivo personal. Sin embargo de estas circunstancias, un cotejo de urgencia entre la producción histórica de uno y otro pone de manifiesto sus diferentes visiones sobre la guerra y sobre el quehacer historiográfico. Como prueba de lo que sostengo están, por ejemplo, los argumentos sobre quienes fueron los responsables de desencadenar la tempestad bélica. Mientras que para O’Leary “la ambición desmedida del último monarca americano”, el emperador Pedro II, había sido la causa principal de la guerra a la fue arrastrado el Paraguay, para Benites, en cambio, “la inexorable historia tendrá que sindicar al señor general Mitre como el verdadero autor de la guerra que llevó al gobierno de un país vecino y verdaderamente amigo” pretendiendo, igual que su antecesor, el gobernador Juan Manuel de Rosas, la anexión del Paraguay a la República Argentina.

Asimismo, mientras que O’Leary se empeñaba en demostrar que el ejército paraguayo salió siempre victorioso en cada una de las batallas a pesar de las tremendas derrotas que le eran infligidas, Benites aprovechaba las mismas narraciones bélicas para subrayar: “La admiración, el asombro y el respeto acompañaban a aquellos soldados heroicos que no se rendían porque no tenían orden de rendirse […] Hay tanto honor en confesar una derrota como en los elogios que merece una victoria; pero el mérito de una retirada que se hace en medio de los desastres sufridos, con los restos de los marinos que se batieron con tanto heroísmo… importa el triunfo más espléndido”.

Lejos de una exaltación acrítica de la conducción de la guerra por parte del presidente Francisco Solano López y de una campaña de heroificación, Benites se atreve a concluir, entre otros juicios, respecto a la batalla de Yatay: “Con bastante fundamento se puede hacer cargos al mariscal López por haber confiado una misión militar de tanta importancia a un individuo de la talla intelectual de Estigarribia, absolutamente inepto para expedirse por sí en nada […] El mariscal López hubiera procedido con más acierto y así se hubieran evitado las catástrofes de Yatay y de Uruguayana si en lugar de haber dado a Estigarribia el mando en jefe de la brillante división, flor del ejército paraguayo la hubiese puesto bajo las inmediatas órdenes del mayor Duarte”.

Pues bien, junto a la amistad y a las disidencias intelectuales entre Benites y O’Leary aparece, en este libro, otro amigo: el del “período más interesante de su vida pública” cuando, estando a cargo de la representación diplomática del Paraguay en Europa, anudó estrechos lazos de amistad con el argentino Juan Bautista Alberdi. Las referencias de Benites respecto a la defensa intelectual de la causa paraguaya que hiciera el publicista argentino adquieren una significación destacable si se tiene en cuenta que al momento de divulgarse esta obra la posición de Alberdi era prácticamente desconocida en el Paraguay en tanto que en Argentina pesaba aún, sobre su memoria, la acusación de “traición a la patria”.

La última parte del libro titulada Los corsarios sudistas la dedica Benites a dos cuestiones que merecen el mayor interés. Refiere, primero, el poco conocido episodio en el que algunos jefes y oficiales de marina de los Estados vencidos del Sur, luego de la guerra de Secesión de los Estados Unidos de América, se presentaron en la legación paraguaya en París ofreciendo organizar una flotilla de vapores dotada de armamento y tripulación para hacer, “con seguro éxito”, la guerra marítima de corso. El relato permite su cotejo con las similares diligencias que otros militares sudistas llevaron a cabo ante Domingo Faustino Sarmiento, a la sazón ministro plenipotenciario de Argentina ante el Gobierno de los Estados Unidos. En un segundo momento da cuenta de las escasamente documentadas gestiones que realizara él mismo ante el gobierno del general Grant, en el primer semestre de 1869 para concretar una mediación colectiva que pusiera fin a los padecimientos que la guerra importaba para la sociedad paraguaya.

Creo que, además de los aportes específicos sobre la historia de la guerra, la principal virtud de esta obra consiste en permitirnos poner en perspectiva el esfuerzo explicativo realizado por un letrado paraguayo a comienzos del siglo XX en el que aparecen conciliados el amor a la patria con el afán por superar unos límites interpretativos excesivamente herméticos.

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