Un libro documental de Roberto A. Romero

Se encuentra en circulación el libro ”Pancha Garmendia y Francisco Solano López - Leyenda y Realidad”, del escritor Roberto A. Romero. Bastante se ha escrito sobre la vida de Pancha Garmendia. Dice el autor del libro que ella nació (posiblemente) en el año 1827.

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Otros señalan como probable fecha de nacimiento el año 1830. Muchos historiadores están de acuerdo en la desafortunada infancia que le tocó arrastrar a Pancha, pues su padre, Juan Francisco Garmendia, comerciante vizcaíno de Asunción, fue mandado fusilar por orden del dictador Rodríguez de Francia, un día de Corpus, el 5 de setiembre de 1830, al no poder pagar en el plazo de 24 horas una multa de 12 mil patacones. Huérfana de padre, su madre, Dolores Duarte, falleció al poco tiempo, abrumada por el dolor y una espantosa miseria. La niña Garmendia fue recogida y educada por la familia de don José del Barrio, español, casado con la paraguaya Manuela Díaz de Bedoya.


Un mariscal apasionado

Aparece en el libro una poesía atribuida a Francisco Solano López, y escrita probablemente en el año 1850. La misma es de corte amoroso y lleva un fuerte tinte romántico.

Pancha Garmendia era bella, según los testigos de la época, y los que contaron su historia. Francisco Solano López la cortejaba, pero era resistido por la dama, a quien se le atribuye una honra inmaculada.

Los antilopiztas insisten en que la desafortunada mujer murió lanceada porque el Mariscal Francisco Solano López le había tomado animadversión, por culpa del desaire amoroso del que nunca se pudo recuperar.

En ”La Heroína del Honor”, párrafo escrito por Juan Bautista Rivarola Matto, e incluido en el libro de Roberto A. Romero, se lee lo siguiente: “A Pancha Garmendia la llamaban la “heroína del honor”. Maíz (el padre Fidel Maíz) propone que se la llame la “doncella del Paraguay” y la equipara, sin el menor asidero, con Juana de Arco, la “doncella de Orleáns”. El Mariscal habría sido un monstruo de perversidad que se vengó, veintiséis años después, de un desaire sufrido en su adolescencia. Parece que las cosas no fueron así. “A continuación, Juan Baustista Rivarola Matto escribe que Pancha Garmendia conspira para envenenar al Mariscal Francisco Solano López, y que él “lejos de manifestar resentimientos por antiguos desaires, la sienta a la mesa (fue invitada por él y la Lynch a cenar) y vuelve a darle una oportunidad, prometiéndole el indulto si confiesa francamente lo que sabe, en nombre de la relación que antes los uniera”.


Opiniones polarizadas

Lo bueno del libro de Roberto A. Romero es que presenta al lector documentos donde todos los investigadores del caso tienen la palabra, es decir, la opinión. Leyendo desapasionadamente el material, puede suponerse que la relación entre Pancha y el Mariscal es y será siempre el eterno interrogante.

Ya pasaron varias vidas desde su muerte. Sólo quedan los papeles. Hasta hay versiones de que no fue ejecutada, sino que murió de agotamiento.

Carlos Zubizarreta, en “Cien Vidas Paraguayas”, Ediciones Nizza -1961- dice que “No es secreto para nadie que el juicio histórico sobre Francisco Solano López se ha visto enturbiado por pasiones enconadas. De su figura pretendióse hacer bandera política”.

Cecilio Báez escribe: “Era el año 1853, Pancha no tendría más de 25 años. Requerida de amores por el entonces General Francisco Solano López, ella le significó francamente que aspiraba a ser esposa del elegido de su corazón, no la esclava de nadie. Como debe comprenderse, el poderoso suplicante sintióse humillado por el desdén de la valerosa niña. Juzgábase él omnipotente; pero esta joven contrariaba sus deseos. Un hombre como Solano López, desprovisto de sentido moral no podía perdonar una acción como esa. Juróle, en consecuencia, un odio eterno y la condenó a morir soltera”.


Allá en arroyo Guazú

Sin ánimo de polemizar, creo personalmente que estamos ante un “caso” en lo que a Pancha Garmendia se refiere. Sí puedo decir, que ella fue víctima de la guerra. Que si conspiró contra el Mariscal Francisco Solano López, sus razones habrá tenido, entre ellas las oportunidades de uniones conyugales que él se encargó de complicar (el mismo Silvestre Aveiro, en una carta remitida a Juan Crisóstomo Centurión, dice que un pretendido esposo de la Garmendia, un extranjero de mucha fortuna que se retiró del país, dio pie al cuchicheo de que a nadie otro que al Mariscal ella le aceptaría la mano como marido).

Si dijo ante el coronel Silvestre Aveiro, ayudante de campo y testigo ocular de los últimos momentos de López, que era cierta su intención de conspirar contra el Mariscal, lo hizo entre llantos; su palabra no tenía crédito pues fue obligada, o “persuadida”.

El caso es que ella, convertida en un despojo humano, murió en Arroyo Guazú, el 11 de diciembre de 1869. Y se cuenta que eran unos muchachos, pobres desgraciados, los que rendidos por el agotamiento, no podían asestarle certeros golpes, prolongando su agonía.

No hubo -siquiera- una cruz en el sitio donde cayó.


Valor literario

Por su valor literario, transcribo el famoso fragmento “La noche antes” escrito por Goycochea Menéndez, que recrea la preparación del “ejército” para la acción en Cerro Corá, donde el Mariscal pasaba revista a sus últimos soldados.

“En medio de la calma de aquella noche de marzo, el mariscal revistaba su ejército. Como una vaga pincelada blanca se perfilaban las líneas de los cuerpos, prolongándose en la penumbra triste y suave, llena de rumores en los cuales parecía desleírse toda la melancolía de las almas y de las cosas.

-¡Soldados del 14! -dijo el mariscal- ¡Cuatro pasos al frente! y avanzaron quince hombres, semidesnudos, con el fusil terciado, la frente altiva.

El guerrero los contempló un momento, y luego, ordenó:
-¡Soldados del 43 a revistarse!

Cuatro hombres se destacaron de la línea. No quedaban más. Los cuatrocientos que faltaban al regimiento, dormían el sueño de la calma infinita en el fondo de los esteros, bajo las ruinas de los pueblos, entre los fosos de las trincheras.

Aquellos cuatro hombres se perfilaban entre la noche firmes, solemnes, rígidos.

-¡Soldados del 46!- continuó el mariscal.

Y avanzó una sola sombra. Algo inmenso flotaba sobre ella. Ese hombre llevaba la bandera.

¡Soldados del 40, a la orden de la revista! -mandó aquel amo de pueblos.

Y sólo le respondió la noche con los vagos sollozos de la selva...
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