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No existe un día determinado para celebrar el sesquicentenario del Campamento Cerro León, pues los datos solo remiten al año 1864, así que haremos un poco de historia.
En un paraje rural del distrito de Pirayú, en el lado noreste de la cordillera de los Altos, en Cerro Verá (nombre que en guaraní significa «cerro que brilla») se instalaron los cuarenta o cincuenta pabellones de lo que fue durante la Guerra de la Triple Alianza el gran cuartel de formación de oficiales (el segundo en importancia) llamado Campamento Cerro León, que fue inmortalizado con una canción patriótica del mismo nombre.
Ya estaba llegando a los umbrales de Paraguay el devastador enfrentamiento bélico que conmovió a América del Sur al comenzar la segunda mitad del siglo XIX y que duró desde fines de 1864 hasta inicios de 1870.
El único cuartel de grandes proporciones se hallaba en Humaitá, al sur del país, sobre el río Paraguay, por lo que urgía un segundo cuartel de mayor capacidad edilicia, de posición más estratégica y próximo al medio de locomoción moderno y seguro: el ferrocarril. Sin olvidar los cuarteles de Asunción, en los que se formaron antes dos heroicos soldados pirayuenses, el teniente coronel José Basilio Benítez, muerto en mayo de 1866 y sepultado con honores en Paso Pucú, y el general José Eduvigis Díaz (1833-1867), entre muchos otros héroes.
HABLEMOS DEL NACIMIENTO DEL CAMPAMENTO CERRO LEÓN
Ya dijimos que los presagios de guerra se sentían en el aire. La construcción del ferrocarril seguía a pasos agigantados para llegar a Villa Rica. A fines de 1863, las vías se acercaban a Ypacaraí; al mismo tiempo, los militares buscaban un lugar apropiado para un cuartel modelo, y lo hallaron en la falda noreste de la cordillera de los Altos. La construcción comenzó de inmediato. El lugar estaba en el distrito de Pirayú. En enero de 1864 quedaron terminados algunos pabellones y comenzaron a ingresar unos cuantos aspirantes; el soldado Florentín Oviedo fue uno de los primeros en ser admitidos ese mismo mes. En marzo llegaron al cuartel dos ilustres huéspedes (ambos serían, en la posguerra, presidentes de la República), los generales Bernardino Caballero y Patricio Escobar. Nadie habla de una inauguración oficial, pero quedan constancias de sus primeros ocupantes. Así que podemos decir que en el primer trimestre de ese año (1864) quedó inaugurado y habilitado el cuartel.
El aspecto edilicio: pabellones altos, bien iluminados y aireados, con grandes puertas y ventanas; numerosas habitaciones que llegaron a albergar, aproximadamente, a treinta mil soldados. La cantidad de aspirantes hace suponer que fueron muchos los bloques (cuarenta o cincuenta); sin embargo, no es posible describir lo ya inexistente, sino solo ajustarnos a lo poco que queda del campamento en la actualidad. Los dos únicos edificios que están en pie son de buena altura, con aberturas altas cuyos dinteles son piezas de madera bien gruesas, y paredes de cuarenta y cinco a cincuenta centímetros de espesor; en el piso se ven ladrillos de un tamaño mayor al de los actuales, y en el techo, tejas enormes; hay una gran diferencia entre las dos partes de la construcción, una primera bastante sencilla y otra que cabe pensar que habrá sido tal vez la comandancia, por las comodidades que tiene; hasta posee una cochera para el carro del mariscal López. El primer pabellón presenta techo a dos aguas, mientras que la comandancia lleva techo con cuatro caídas. Se supone que las construcciones hoy desaparecidas habrían sido sencillas y sólidas como la primera. El campamento cayó en poder de las tropas brasileñas, que lo ocuparon por más de diez años. Antes de abandonarlo vendieron el predio a firmas correntinas. Posteriormente, el lugar fue adquirido por el arquitecto Tomás Romero Pereira, que, en un gesto altruista, donó siete hectáreas al Estado paraguayo para convertirlas en un parque nacional el 1 de marzo de 1965, en el centenario de la epopeya nacional.
El campamento funcionó como escuela de instrucción primaria, instituto y cuartel de formación militar, artes y oficios: elaboraban rajas, carbón vegetal, tallaban madera, cortaban paja; poseía telares donde se confeccionaban telas de uniforme, camisetas, pantalones, chaquetas; contaban con taller de zapatería, de carpintería y hasta una herrería en la que fabricaban puntas de lanza. En las postrimerías de la guerra, fungió de hospital de sangre y contó con un cementerio a quinientos metros de distancia; hasta hoy se mantiene una cruz de hierro que marca el lugar, conocido como Cementerio Cue. Una hermosa cascada, llamada Baños de Madame Lynch, rodea el agreste paisaje.
LOS PIRAYUENSES Y EL CAMPAMENTO CERRO LEÓN
El campamento no solo recibió a hijos de otros parajes de nuestra geografía; también a soldados pirayuenses. El historiador Julio César Chaves presenta un censo de febrero de 1865 que registra a los siguientes pirayuenses: sargento mayor Miguel Tomás Lezcano, capitán José Martínez, capitán Justo P. Penayo, teniente Carlos Britos, teniente Ascensio Jara, teniente Santacruz Delgado, alférez Silvestre Benítez, alférez Dolores Mereles, alférez Segundo Galeano, alférez Luis Salinas, alférez Blas Espínola, alférez Plácido Méndez. A esta lista, otro historiador, Benigno Riquelme García, agrega más nombres de pirayuenses (datos de 1869-1870): capitán Braulio Benítez, teniente Félix Moreno, alférez Francisco Colmán, alférez Fortunato Britos, alférez Domingo González, alférez Pedro Chaves, alférez Ildefonso Lezcano, alférez José Ignacio Espínola, alférez Lorenzo Guerrero, alférez Alberto Marecos, alférez Alberto Alcaraz.
Estos pirayuenses formados en el Campamento Cerro León son héroes desconocidos en su tierra natal. Todos fallecieron en combate. Va para ellos este sencillo homenaje.
Ha quedado para el final un gran héroe pirayuense, producto también del Campamento Cerro León y único soldado de Pirayú que sobrevivió a la guerra, el gran sableador en la batalla de Estero Bellaco (dos de mayo de 1866), el general José María Delgado, que muere en los primeros años del siglo XX.
Cerca del campamento existe un cementerio que guarda los despojos de muchos héroes anónimos, y, según la leyenda, también están allí enterrados los restos del heroico coronel Valois Rivarola, oriundo de Acahay. Lo que sí sé de buena fuente (por el relato de una nieta suya) es que allí reposan los huesos de su abuelo, José Tomás Gómez, villetano, y de un hijo de este, de apellido Gómez Urbieta. La que conoce esta anécdota aquí transcripta es hija de Lorenzo Gómez Urbieta.
AUTORIDADES DEL CAMPAMENTO
En enero de 1864, el campamento ya tenía un comandante: el general Wenceslao Robles, que seguía en jerarquía al general Francisco Solano López. Contó con un capellán, el sacerdote Juan Bautista Villasboa, itaugüeño. En el registro parroquial de bautismos de Pirayú se encuentra su firma hasta el año de 1866.
Sirva este escueto relato para recordar al Campamento Cerro León en el año de su sesquicentenario.