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FOTOMONTAJE CON SCHNAPS
«En un trozo de cartón –evoca George Grosz sus inicios en el fotomontaje (lo cita Benjamin H. D. Buchloh dentro de «Procedimientos alegóricos: apropiación y montaje en el arte contemporáneo», en: G. Picazo y J. Ribalta (editores), Indiferencia y singularidad. La fotografía en el pensamiento artístico contemporáneo, Macba, Barcelona, 1997, p. 99)– enganchamos un batiburrillo de anuncios de cinturones para hernias, libros de canciones para estudiantes, comida para perros, además de etiquetas de schnaps, de botellas de vino, fotos de hojas sueltas que recortábamos a nuestro gusto para decir con imágenes aquello que los censores no nos hubieran permitido decir con palabras».
SUPERVIVENCIA CON SCHNAPS
«Ya no recuerdo –evoca el famoso psiquiatra y logoterapeuta austriaco Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido (Trotzdem Ja zum Leben sagen. Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager, 1946)– cuántos miles de marcos se necesitaban para comprar la cantidad de schnaps necesaria para pasar una “tarde alegre”, pero sí sé que los prisioneros veteranos necesitaban esos tragos. ¿Quién podría culparles de tratar de drogarse bajo tales circunstancias? Había otro grupo de prisioneros que conseguían aguardiente de las SS casi sin limitación alguna: eran los hombres que trabajaban en las cámaras de gas y en los crematorios y que sabían muy bien que cualquier día serían relevados por otra remesa y tendrían que dejar su obligado papel de ejecutores para convertirse en víctimas.»
MISTERIO CON SCHNAPS
«La estación de Neuschanz está en el extremo norte de Holanda, en la frontera alemana.
»Una estación sin importancia. Neuschanz no es ni siquiera un pueblo. Solo hay trenes por la mañana y por la noche, para obreros alemanes que buscan salarios más elevados trabajando en las fábricas holandesas.
»Y la misma ceremonia se repetía cada vez. El tren alemán se para al final del andén. El tren holandés espera al otro lado.
»Los empleados con casco naranja y los de uniforme verdoso o azul de Prusia se reúnen, pasando juntos la hora de demora prevista para las formalidades de la aduana.
»Como sólo viajan unas veinte personas, las formalidades duran poco.
»La gente se sienta en el bar, que es como todos los fronterizos. Los precios se escriben en céntimos y pfennig.
»En una vitrina, chocolate holandés y cigarrillos alemanes. Se sirve ginebra o schnaps», describe, sobrio, Georges Simenon en El ahorcado de Saint-Pholien (Le pendu de Saint-Pholien, 1931).
NOCHEBUENA CON SCHNAPS
«Los soldados salieron entonces de los pozos de fango en que se habían convertido las trincheras, cremaron o enterraron los restos de los caídos que llevaban semanas bajo el frío invernal, se dieron la mano en medio de la tierra de nadie –ahora de ellos–, intercambiaron cigarrillos ingleses por schnaps y caramelos alemanes y no tardaron en jugar al fútbol con una pelota de verdad aportada por un militar precavido…»: así recrea, en un artículo publicado hace cuatro años en un diario de su país, el poeta argentino Juan Gelman (1930-2014) la extraña Nochebuena de 1914 en las trincheras del norte de Europa.
TERROR CON SCHNAPS
«Mientras llegaba el antiguo enfermero, se hablaba del grave suceso del día; mas no se hablaba sin comer y beber. Jonás ofrecía a unos de sus parroquianos la crema de maíz conocida con el nombre mamaliga, no del todo desagradable si está bien empapada en leche fresca. A otros les ofrecía copitas de licores fuertes, que corren como agua pura por los gaznates rumanos, alcohol de schnaps, cuyo vaso cuesta medio sueldo, y especialmente el rakiu, aguardiente fortísimo de ciruelas, cuyo consumo es considerable en la región de los Cárpatos...», describe Julio Verne la hospitalidad de Jonás, el dueño judío de la taberna del condado. Páginas después, el schnaps auspicia la lóbrega escena del augurio fatídico para Nicolás Deck:
«Un prolongado silencio siguió a esas palabras. Esto indicaba cuán grande era la emoción de Koltz y de sus compañeros. Los vasos y los jarros estaban vacíos y, sin embargo, aunque era tarde, nadie se levantaba ni pensaba en marcharse al hogar. Entretanto, Jonás pensaba que era buena ocasión para servir otra ronda de schnaps y de rakiu...
»De pronto, en medio del silencio general, una voz muy clara dijo lentamente:
»–Nicolás Deck, no vayas mañana al castillo. ¡No vayas... o te pasará una desgracia!»
»Y Franz de Télek se encoge, escéptico, de hombros ante los motivos de pavor que llenan la región, en El castillo de los Cárpatos (Le Château des Carpathes, 1892):
«Franz de Télek se contentó con encogerse de hombros; a continuación, se levantó, diciendo que era imposible que se hubiera escuchado, como pretendían, ninguna voz en aquella sala. Todo esto, afirmó, que no existía más que en la imaginación de los parroquianos, crédulos en exceso y un poco aficionados al schnaps del Rey Matías.
»Ante eso, algunos se dirigieron a la puerta, poco dispuestos a seguir por más tiempo en un lugar en el que un joven escéptico osaba proferir semejantes palabras. Pero Franz de Télek los detuvo con un gesto.
–Decididamente, señores –dijo–, veo que el pueblo de Werst está dominado por el miedo.»
EL SCHNAPS
Se llama schnaps, en Alemania, Austria y Suiza, a un aguardiente destilado de cereales o frutas, casi siempre de manzana, pera o ciruela. El término es de origen medieval no latino, emparentado con grape (uva, en inglés), grappe (racimo de uvas, en francés) y grappa (en italiano, el popular aguardiente que, por color, olor, sabor y gradación alcohólica equivale, diría yo, a la caña blanca paraguaya o al orujo español).
LA FINITUD
Según Gerhard Steidl, del sello Steidl, sello con el que solía publicar sus libros y con cuyo equipo trabajaba personalmente y acostumbraba tomar un vaso de schnaps al concluir la edición de cada nuevo volumen, Günter Grass terminó su última novela, Vonne Endlichkeit (Desde la finitud), la semana anterior a su muerte, ocurrida el 13 de abril del año pasado en una clínica de Lübeck, como todos sabemos. Esta semana, la del primer aniversario de su fallecimiento, Alfaguara la ha lanzado póstumamente en español con el título La finitud.
EL BRINDIS
No deja de ser extraña (¿la mano del azar, del destino, del subconsciente?), si se me permite la observación, esta sucesión de finales, el del libro y el del hombre: suena como esa frase, «Misión cumplida», tras la que habitualmente uno apaga la luz y se marcha a descansar –en este caso, claro, para siempre–. Pero la misión está cumplida, y espera el brindis. Salud por eso.
juliansorel20@gmail.com