Un Bloy para sudamericanos

Escritor deslenguado y antimoderno, católico cultor de la injuria e iracundo aspirante a santo, el impopular Léon Bloy (Périgueux, 1846-Bourg-la-Reine, 1917) nunca es tan elocuente en su furia poética como cuando se complace en echar pestes de su propio fracaso literario: «Tú serás Invendible por los siglos de los siglos, el Invendible, tanto en tus libros como en tu persona, y así se cumplirá del todo la separación, naturalmente deseada por ti, respecto de vendedores y venales». Este año recordamos el centenario de su muerte.

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«Alcides Guerin, que ha estado con Tailhade, me informa que este extravagante individuo se propone dar una conferencia sobre mí, en octubre, y que quiere conversar conmigo uno de estos días, a fin de no decir nada que no me sea agradable». Léon Bloy, 11 junio de 1893, El mendigo ingrato.

Bloy, cautivo de sus diarios

Léon Bloy fue reeditado recientemente por la fantástica editorial Acantilado (Exégesis de los lugares comunes y Diarios), mientras suponemos que Borges –que como cuentista lo considera kafkiano (en particular por «Los cautivos de Longjumeau»), y como ensayista, un cabalista– habrá hojeado las viejas ediciones porteñas de Mundo Moderno, de los años cuarenta y cincuenta. Bernard Lazare, que ha escrito una historia del antisemitismo, ignora las manifestaciones abiertamente antisemitas de Bloy para así poder identificarse con él. Cioran dice que leyó sus veintidós volúmenes en el cuartel. Este año se recuerda el centenario de su muerte. No creemos que haya mucho entusiasmo farrístico por tal fecha. Pero decidimos emborronar estas líneas para un autor que ha vivido entre líneas de las modas y de las ventas (se definió alguna vez como un «escatólogo», un autor sin salidas). Según Darío, fue el descubridor de Lautréamont en un manicomio de París. Fue un bocasucia, una pluma sin pelos en la lengua, que acuñaba frases con fuego contra sus enemigos. Un ejemplo, esta bajada de caña surreal: «Edgar Poe. Una boca orlada por un bigote de serpiente. Un aerolito cayendo en el sombrero de Mallarmé». Bloy inventó la retórica-ficción, dice Antoinette Weber-Caflish en el «Dossier Bloy» que los cuadernos de L’Herne le dedicara en el número 55 (1988). Dossier en el que también colaboraron el profesor Maurice de Gandillac, director de tesis de Derrida, además de Michel Serres (con el artículo «Haine») y el telqueliano Marcelyn Pleynet (con «Un acercamiento entre Bloy y Lautréamont»).

Lectores de Bloy

«Léon Bloy, si se lo mira con malevolencia, es un gorrón, a veces hasta con rasgos de extorsionador. Pese a ello, la lectura de sus diarios suscita en muchos pasajes el deseo de lanzarse a la calle para hacer algo por el primero que pase o para salvar a un desesperado que está a punto de lanzarse desde un puente. Aquí está en juego algo más que el sufrimiento personal y aun social: la figura del pobre ha sido reconocida en su condición trágica». Radiaciones, Ernst Jünger.

«Después, he roto con la hipérbole sistemática de Bloy, que encuentro ahora casi ilegible, pero grandiosa. Bloy es divertido, mas decepcionante; uno no saca ningún provecho. Un temperamento para sudamericanos». «Ensayo de releer a Bloy, sus Journaux. Es apasionante al inicio, enseguida molesto. El automatismo de la injuria, del chantaje, de la pose sobrenatural (si puedo expresarme así), es tedioso a la larga. Sin embargo, uno encuentra allí acentos que no son más que de él. Una agresividad única. Yo lo leí hace exactamente treinta años, en 1936, en Sibiu, durante mi servicio militar. Un capitán, Alexiu, tenía toda la obra o casi: 22 volúmenes. Los había leído todos, creo». «Se ha dicho de él que “deshonró la pobreza”. La palabra es justa. No reencuentro mi entusiasmo de entonces, pero sería injusto hablar de una decepción. Resiste mucho mejor que muchos de sus contemporáneos que leemos aún». «¡Qué idea también la mía de releer a un... panfletario! La rabia automática, la impertinencia por sistema, la calumnia, la baba, la epilepsia ininterrumpida de parte de alguien que quiere la santidad y que no era más que un hombre de letras, un maniaco dotado, un bocazas fuera de línea. Como escritor, es a veces extraordinario; en la invectiva, evidentemente». Cahiers, Cioran.

«Bloy, Léon (1846-1917): Escritor francés que se tornó un católico converso y proselitista. Su L’âme de Napoléon (1912), su Diario (1939) y sus cartas publicadas se caracterizan por el misticismo. La fe de Bloy descansaba en el concepto de que el hombre es salvado a través del sufrimiento y el amor, una fuente de inspiración mística. Así iluminado, puede entender su función en la economía del universo, tal como puede entender el versículo de un texto litúrgico. Esta idea, semejante a una interpretación cabalística de la creación, influyó considerablemente en Borges, que la citó en sus ensayos (Otras Inquisiciones, 120, 127)». «Ficciones: La alusión a Bloy, haciendo eco de la creencia de que cada hombre tiene una contraparte en el cielo en “reflexión invertida” de su identidad, se basa probablemente en el argumento del último capítulo de L’âme de Napoléon, titulado “El compañero invisible”. Esto se refiere a la doctrina del ángel de la guarda que acompaña a cada persona, sabiendo y viendo lo que él no sabe y no ve, y llorando cada vez que peca. “De acuerdo con la ley del equilibrio sobrenatural”, la relación entre el hombre y su ángel debe ser tal que el más bajo de los pecadores esté bajo la protección de un ángel de alto rango, capaz de soportar el peso de sus pecados, mientras que los ángeles designados a grandes hombres, como Napoleón, deberán ser “humildes y tímidos”, los “más pequeños de los Mensajeros Benditos. Ficciones 154 (123), Aleph (41)». Diccionario Borges, Fishburn & Hughes.

«Genealogía francesa de la vehemencia: Bossuet, de Maistre, Bloy, Céline. Estilo de la derecha vituperadora: De Maistre, Bloy, Léon Daudet, Bernanos y Céline: “saltos frecuentes de los sublime a lo grotesco”». Los antimodernos, Antoine Compagnon.

«Frente a una sociedad contable, donde el dinero sólo se ofrece bajo la compensación (de la prostitución), la palabra del escritor pobre es esencialmente dispendiosa. El Journal de Bloy no tiene, a decir verdad, más que un interlocutor: la plata». «Lo Neutro: Curso en el Collège de France», Roland Barthes.

Bloy, víctima «del abuso criminal de los editores y de la indiferencia de los públicos». «De la dignidad del escritor: la miseria de Léon Bloy (Los editores, árbitros de la gloria)», César Vallejo.

«En una tienda de libros de segunda mano encontré la traducción al checo de La sangre del pobre, de Léon Bloy. Franz Kafka se interesó mucho por mi hallazgo.

—De Léon Bloy conozco un libro contra el antisemitismo: La salvación por los judíos. Es el caso de un cristiano que protege a los judíos como a familiares pobres. Es muy interesante. Además, Bloy sabe reñir. Eso es muy extraordinario. Bloy posee un fuego que recuerda el ardor de los profetas. ¡Qué digo! Bloy riñe aún mejor. Aunque se explica fácilmente, ya que su fuego se alimenta de todo el estiércol de los tiempos modernos». Conversaciones con Kafka, Janouch.

«Maurice Barrès, ante la amenaza de un artículo petardista de Léon Bloy que, dice, le hará mucho daño en provincias, le pregunta a Schwob si conoce a Bloy.

—Porque —dice— voy a contratar a dos hombres para que le maten antes de que publique el artículo. Y no quisiera que se confundiesen.

Schwob, encantado, compra una fotografía de Bloy y se la envía a Barrès». Journal, Jules Renard.

Extractos de sus Diarios

Esta selección da una idea de por qué lo llamaban «verdugo de la literatura»:

1892

Bourget y Daudet. Declaro ingenuamente que se trata de lecturas para criados.

Releo algunas páginas de Balzac (La piel de zapa), casi con fastidio. La debilidad de estilo de este gran hombre me parece extrema.

Gil Blas. Ese puerco diario y diario de puercos prodiga esta mañana tales elogios a Renan, que acaba de reventar, que malogro, sugestionado por esa carroña, una hermosa crónica.

Un Diógenes de lupanar me llama Gil Blas.

Huysmans cuenta que me ha dictado todos mis libros.

1893

Leo El latín místico de Remy de Gourmont con prólogo de Huysmans. Ambos han debido matar a alguien en complicidad.

Recibo el opúsculo de Verlaine Mis prisiones. Literatura de borracho. ¡Pobre gran Verlaine!

Discurso de Zola a los estudiantes. Hay que conservarlo. Ese imbécil reemplaza a Dios con el trabajo.

Escucho una menos que mediocre conferencia de Laurent Tailhade acerca de los magos. Ridiculiza a Péladan y a Huysmans, pero ensalza a Guaita, Papus, etc., y admira a Simón el Mago (!) y a otros gnósticos.

¡Qué fastidiosa esta carta de Wagner que sirve de prólogo a la traducción de sus poemas de ópera! Su cristianismo, certificado por Villiers, es una monstruosa mentira. Siento la necesidad de vociferar públicamente contra esta gloria, que apesta ya como cadáver.

Antigüedades judaicas, de Josefo. Por centésima vez advierto en este historiador la preocupación poco sublime de no desagradar a nadie.

Me entero de la muerte horrible de Maupassant. Algunos días de ruido en los diarios, después el olvido eterno. Este hombre es uno de los que me han hecho más daño.

Comienzo a publicar en Gil Blas la serie de «Historias desagradables».

Esta carga literaria me hace sufrir horriblemente y ruego a Dios que me libre de ella cuanto antes. Es espantoso pensar que la vida de otros depende de mí y que no tengo otro recurso que mi imaginación.

Veo a Rodin. Este gran escultor, cuyas obras trasudan fuerza, parece ser un hombre cualquiera; se lo podría tomar por un farmacéutico o por un jefe de oficina.

1914

Leo Ana Karenina, de Tolstoi. Desagrado infinito.

1915

No me gusta el Quijote. Ese libro demasiado famoso me entretuvo cuando tenía dieciséis o dieciocho años. Después me fastidió y me indignó. No puedo soportar que las grandes cosas sean puestas en ridículo, y la caballería seguramente es una de esas grandes cosas, una de las cosas más bellas que los hombres hayan visto jamás.

Sancho es intolerable. El apetito brutal, continua, sistemática, victoriosamente opuesto al Sueño; el vientre teniendo siempre razón contra el entusiasmo, y la risa grosera de la multitud frente al rostro doloroso de la Poesía; esto no puede soportarse.

Poema à la Bloy

Para terminar, les dejó con el poema que le he dedicado (adoptando su estilo):

«A la manera de Bloy

Dejó de ser marxista

después de leer El capital

Dejó de ser freudiano

después de leer la Interpretación de los sueños

Dejó de ser existencialista

después de leer El ser y la nada

Dejó de ser borgiano

después de leer El Aleph

Dejó de ser nietzschiano

después de leer Ecce homo

Dejó de ser situacionista

después de leer La sociedad del espectáculo

Dejó de ser posmoderno

después de leer La posmodernidad explicada a los niños

Dejó de ser hippie

después de leer El señor de los anillos

Dejó de hablar español

Después de leer el Diccionario de la RAE

Dejó de hablar guaraní

después de romperse la crisma y las pestañas con El tesoro de la lengua».

Cristino Bogado

Poeta paraguayo

Para leer más

Léon Bloy: Diarios (1892 - 1917). Edición y traducción de Cristóbal Serra. En colaboración con Fernando G. Corugedo. Barcelona, Acantilado, 2007, 745 pp.

Léon Bloy: Exégesis de los lugares comunes. Traducción de Manuel Arranz. Barcelona, Acantilado, 2007, 376 pp.

Léon Bloy: La mujer pobre. Málaga, Alfama, 2008, 405 pp.

Léon Bloy: De un experto en demoliciones. Críticas para Le Chat Noir. Traducción de Teresa Lanero. Córdoba, Berenice, 2014, 282 pp.

Léon Bloy: El mendigo ingrato. Sevilla, Ulises, 2015, 246 pp.

Léon Bloy: El alma de Napoleón. Traducción de Aurelio Garzón del Camino. México, Conaculta, 2015, 121 pp.

Antoine Compagnon: Los antimodernos. Traducción de Manuel Arranz. Barcelona, Acantilado, 2007, 256 pp.

kurubeta@gmail.com

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