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Con motivo del Bicentenario de la primera República de América del Sur: la República del Paraguay, mucho se habla de ella, pero nadie recuerda a la titular de la Merced que presidió aquel congreso desde el altar mayor de aquel convento mercedario. Buena ocasión esta para refrescar nuestra memoria acerca de una de las órdenes religiosas que envió frailes al Río de la Plata, aun antes de la fundación de la Casa fuerte de Asunción en 1537.
La Orden Militar de la Merced y Redención de Cautivos, más conocida como Orden Mercedaria, fue erigida por San Pedro Nolasco en Barcelona (España). Obtuvo la aprobación papal por Gregorio IX el 17 de enero de 1235. Esta tiene como patrona a la Virgen de la Merced y durante mucho tiempo se consagró a la redención de cautivos o al rescate de los cristianos prisioneros de los musulmanes.
Los mercedarios llegaron al Paraguay con la expedición de Pedro de Mendoza y, una vez fundado el Fuerte de Asunción (1537), el gobernador Domingo Martínez de Irala le asignó a fray Juan de Salazar, superior de los mercedarios en el Paraguay, un solar para convento e iglesia de la Merced. Estas tierras se hallaban ubicadas al suroeste de la Plaza Mayor de Asunción. El convento de la Merced sirvió de residencia al obispo Fernández de la Torre (1555), el primero en ocupar la sede del Río de la Plata con asiento en Asunción: “Habemos estado recogidos en la casa de Nuestra Señora de la Merced por nuestro aposento y morada al tiempo que venimos de los reinos del Perú”.
En medio de los avatares de las primeras rencillas político-religiosas, el convento de la Merced sirvió de lugar de reclusión del teniente gobernador Felipe de Cáceres cuando el obispo Fernández de la Torre lo apresó en la Catedral, acusándolo de “luterano”. Cáceres fue “cogido de los cabellos, golpeado y llevado a volandas al convento de la Merced, donde lo encerraron, engrillaron y ataron a una cadena que remataba en un cepo, cuya llave paraba en poder del obispo, que vivía en el cuarto inmediato al de la prisión”.
Los frailes de la Merced se dedicaban principalmente a liberar a los negros, esclavos y libres que caían en manos de los pueblos indígenas. El mercedario estaba obligado por voto a entregar su vida si fuere necesario a cambio del prisionero que iba a rescatar. Debemos resaltar la misión de fray Inocencio Cañete, quien llevó a cabo varias incursiones en el Chaco con el propósito de rescatar de manos de los guaicurúes a los pardos e indígenas cristianos capturados por aquellos. También es bueno destacar la labor del obispo Faustino de Casas, (1676-1686), mercedario que elaboró uno de los censos de población más completos de la época colonial. Murió en Asunción, en la mayor pobreza, el 3 de agosto de 1686. A fines del siglo XVII, la iglesia conventual de la Merced se hallaba en ruina; por la estrechez del sitio, decidieron trasladarla a un solar más espacioso donado por el capitán Diego de Yegros, ascendiente del prócer Fulgencio Yegros, quien se encargó de la nueva construcción. El convento e iglesia de la Merced ocupó el predio de la actual Plaza de la Democracia y adyacencias.
El antiguo convento quedó en pie y todavía en 1722 los frailes alquilaban parte del mismo. El solar pasó luego a la Compañía de Jesús y, tras la expulsión de los Padres, la Junta de Temporalidades, encargada de administrar sus bienes, traspasó el sitio al Real Colegio de San Carlos. Durante el gobierno de Agustín Fernando de Pinedo (1772-1778), con anuencia del Cabildo Eclesiástico, se edificó en dicho predio la Casa de los Gobernadores; la misma fue demolida, paradójicamente, con motivo de la celebración del primer centenario de la Independencia Nacional.
Según José Wilfrido Colnago, en 1695, los frailes ya habían cambiado de domicilio; este se hallaba comprendido entre las actuales calles Nuestra Señora de la Asunción, Oliva, Independencia Nacional y Estrella. Detrás de aquel predio se hallaba la casa del capitán Francisco de Geraldino, casado con Petronila Jiménez, que hipotecaron su propiedad al convento a fin de ensancharlo para ranchería de sus esclavos y corral del ganado menor que recibían como limosna de parte de vecinos de Asunción. En 1716, la finca pasó a manos del capitán Francisco Ortiz de Vergara, segundo esposo de Petronila Jiménez. Este vendió a José Dávalos y Peralta, médico de los mercedarios, quien se hizo cargo de la hipoteca primitiva. La propiedad constaba de “cuatro lances de tejas con sus cupiales y media cuadra de tierras de labor anexas, lindando al Norte con el convento de la Merced, siendo su divisoria un arroyuelo no permanente” (arroyo de Pozo Colorado). Por muerte de Dávalos en 1731, la propiedad pasó a su hijo fray Bernardo Dávalos y Peralta, que a su vez la transfirió a su convento. Conforme a los estudios de archivo realizados mucho tiempo atrás por José Colnago y Benjamín Velilla, dicho inmueble se había destinado a huéspedes notables, como provinciales o visitadores de la Orden. Fray Pascual de Iriarte, superior del convento, también había ofrecido el “departamento de los visitadores” al obispo del Paraguay José Cayetano Paravisino, en 1744; el mismo constaba de tres celdas y una capilla que comunicaba al convento por un patio interior. Lo mismo ocurrió en 1789, cuando se hospedó allí Félix de Azara por mediación de Juan Lorenzo Gaona, médico de los frailes, y del gobernador Joaquín de Alós. Dicho sector del convento lo ocupó por mucho tiempo la Escuela Normal de Profesores n.º 1, en la que hasta el presente, aunque con nombre cambiado, conserva unas paredes muy antiguas con reja de hierro sobre la calle Independencia Nacional, que podrían haber pertenecido a un sector del “departamento de los visitadores” del convento.
Otro huésped de honor de los mercedarios fue el general José Gervasio Artigas, quien el 13 de octubre de 1820 ingresó en el convento por orden del dictador Francia, luego de que aquel pidiera asilo político en el Paraguay; permaneció allí hasta la segunda quincena de 1821, cuando lo trasladaron a Curuguaty.
Había pasado más de cuatro décadas del traslado del convento “grande” de San José y todavía se encontraba inconcluso. Uno de los primeros inventarios conservados en el Archivo Nacional de Asunción (1746) señala que el conjunto de obra constaba de tres ángulos: “El primero, que miraba al Norte, tiene cuatro celdas y su refectorio, y en la esquinada de la iglesia está la puerta de la sacristía. En el ángulo que mira al Oriente está la iglesia y al Sur hay tres celdas; al Oeste, una celda acabada y otra por terminar, y el resto de dicho ángulo está con cerco. En la portería, una torre sin terminar de tres cuerpos con tres campanas. Anexo al convento había un predio con 22 ranchos de esclavos de la Merced y una cocina vieja, detalles que hacen suponer que la misma fue de las primeras en levantarse”.
De acuerdo al inventario de 1757 y, principalmente, el de 1778, el convento e iglesia se hallaban en cuadro y al fin terminados. Contaba con 16 celdas, un noviciado en el que se impartían clases de gramática, una cárcel con cerradura y cepo de madera. La clausura del convento contaba con una arboleda de naranjos.
En la ranchería ubicada al suroeste (Hotel Guaraní) había dos lances de casas de buena madera cubiertos de paja; los ranchos albergaban entonces a 18 esclavos y 27 esclavas pertenecientes a la estancia mercedaria de Areguá. Los religiosos eran 12 y los coristas o estudiantes, 18; en su mayoría, “hijos de la tierra”.
La iglesia conventual miraba al noroeste, al igual que el convento, y contaba con tres puertas con arquería de madera, el techo pintado con varios colores; un altar mayor con retablo dorado con cinco nichos, fuera del sagrario, y cuatro altares colaterales; al oeste del templo se hallaba la torre de la que ya se hizo mención, aunque entonces en construcción.
El templo de la Merced fue testigo de sucesos memorables del Paraguay; entre ellos, la defensa de la causa comunera lanzada desde el púlpito por Miguel de Machuca Vargas, fraile mercedario. Pedían ser enterrados en su interior los devotos de la Merced y benefactores de la Orden, dado que hasta 1842 no hubo en el Paraguay un cementerio general, independiente de las iglesias conventuales y parroquiales.
Como toda orden mendicante, los religiosos vivían de las limosnas que el vecindario les acercaba; sus bienes provenían generalmente de los legados que los españoles, criollos y mestizos de Asunción les otorgaban a través de testamentos y otros legados. Asistieron con especial dedicación a los negros, mulatos, pardos y zambos descendientes de los primeros esclavos que habían recibido como merced real de parte del gobernador Juan Ramírez de Velasco, en abril de 1597. Con ellos y en tierras de Areguá donadas por los primeros conquistadores, los frailes lograron establecer y acrecentar una estancia en la que sus esclavos labraban la tierra, criaban ganado, fabricaban ladrillos, tejas y otros. También tenían trapiches en los que elaboraban azúcar para consumo del convento y la estancia dedicada a San Lorenzo, patrón de los negros de Areguá.
Aunque los mercedarios no se destacaron como misioneros de indios, luego de la expulsión de los jesuitas en 1767, le fueron encomendadas las reducciones de Candelaria y Santa María, entre otras. También asistieron por algunos años a los pueblos de Guarambaré, Atyrá y Ypané, y acompañaron como capellanes a las autoridades militares durante sus expediciones por el territorio de la provincia.
También ha quedado en los anales de la historia la mediación de fray Inocencio Cañete, respetado por sus años y fama de santidad, quien a pedido de la oficialidad joven, aquel 14 de mayo de 1811, se presentó ante el gobernador español Bernardo de Velasco a fin de lograr su rendición, sin derramamiento alguno de sangre.
Cabe destacar, además, que la iglesia conventual de la Merced albergó a 1000 diputados en el Congreso de 1813, ocasión en que se rompieron los últimos lazos de unión con Buenos Aires, lo mismo que con España; se creó el Consulado integrado por Fulgencio Yegros y José Gaspar Rodríguez de Francia; se habló de República del Paraguay y se adoptó oficialmente la tricolor bandera. Aunque no se haya hecho mención expresa del sello nacional compuesto por la palma, la oliva y una estrella de seis puntas, el mismo data de aquel año y se lo tuvo que haber aprobado junto con el pabellón de la República.
En 1815, el convento grande de San José –como el resto de las comunidades religiosas– se vio obligado a independizarse de sus superiores residentes en Buenos Aires. El obispo Pedro García de Panés quedó como superior directo de mercedarios, franciscanos y dominicos. Antes de cumplirse una década de aquella separación, en 1824, el dictador Francia ordenó por decreto la extinción de los conventos y la consecuente secularización de los frailes; además, el traspaso al Estado de todos sus bienes raíces y semovientes, incluyendo iglesias, imágenes, ornamentos y archivos.
En el caso de los mercedarios, el convento quedó convertido en cuartel de Caballería hasta su demolición a mediados del siglo XIX. En los planos de entonces, el sitio aparece vacío y destinado a nueva plaza de abastos, conocido luego como Mercado Guasu.
Nuestra Señora de la Merced
La imagen de la Virgen de la Merced, que se venera hoy en el altar mayor de la iglesia conventual de los franciscanos –actual parroquia de San Francisco–, fue la patrona del barrio de Pozo Colorado y, en especial, de los “kamba la Merced”. Cuando se extinguió el convento, la imagen quedó al cuidado de Dolores Sión de Pereira, una dama destacada en el entorno de Elisa Lynch y Francisco Solano López. Se cuenta que, durante el peregrinaje de las residentas, la señora Sión la llevó consigo en su carreta guardada en una petaca de cuero. La carreta volcó, pero sus ocupantes resultaron ilesos; pasado el susto, no hallaron la petaca ni al niño José Antonio Pereira Sión. Tras afanosa búsqueda, fueron encontrados en un pozo cercano al lugar del vuelco y la familia Pereira, cumpliendo una promesa, mandó confeccionar la corona que ostenta en su día.
En 1975 vivía aún Ismenia Pereira, domiciliada en una señorial mansión de la calle Chile esquina General Díaz –antigua devota de la Merced–. Terminada la guerra, la imagen pasó en custodia de José Riquelme y familia, quien la poseyó hasta principios del siglo XX. Quedó luego en manos de Candelaria Benítez, quien residía en la calle Iturbe y Herrera; la secundaba la familia de Adriano y Dolores Vera, cuyos descendientes continuaron la tradición de celebrar su festividad año tras año. Según testimonio del investigador fray José Luis Salas, el primer inventario del entonces oratorio de San Francisco, en el que figura “una imagen de la Virgen de la Merced”, data de 1940. Es probable que la hayan entregado a los franciscanos para su veneración pública en 1938 (fundación de la Custodia de Cantabria), por recomendación del arzobispo de Asunción monseñor Juan Sinforiano Bogarín.