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Finalmente, por la mañana del martes 30 de septiembre, Lillie Mae Faulk, una joven reina de belleza sureña, empezó a tener dolores de parto. Tras llamar a su hermano Seabon, Arch la metió en un taxi y la llevó al Hospital Touro. Mientras el padre y el tío se paseaban juntos por el pasillo, el niño (el hijo que Arch tanto deseaba) nació hacia las tres de aquella tarde. Arch le puso el nombre de Truman, en recuerdo de Truman Moore, un viejo amigo de la escuela militar, y Streckfus, en memoria de la familia de Nueva Orleans que le había dado trabajo: Truman Streckfus Persons.
Luego sus padres se separaron cuando Truman tenía sólo cuatro años. Como consecuencia de este divorcio, le enviaron a Monroeville (Alabama), donde se crió con unas tías y conoció a la que sería su vecina y amiga de por vida, Harper Lee, autora de To hill a Mockingbird (Matar a un ruiseñor), que, en esta novela, se inspiró en él para el personaje de Hill y que describe de la siguiente forma: "Hill resultaba una curiosidad. Llevaba pantalones cortos de lino azul que se abotonaban a la camisa, tenía el pelo blanco como la nieve y pegado a la cabeza como plumones de pato; yo era más alta que él, a pesar de ser él un año mayor. Cuando nos contaba el cuento de siempre, sus ojos azules se iluminaban y se oscurecían, su risa era franca y feliz; solía tirarse un mechón de pelo que le caía en el centro de su frente".
García Capote
La infancia de Capote fue decisiva en su formación como escritor. Como él mismo confesó, la sensación de abandono materno nunca dejó de perseguirle e influyó en la formación de su carácter introvertido e inseguro, que buscó refugio en los libros. Varias veces su madre se había visto con alguien delante de Truman, creyendo, sin duda, que era demasiado chico para darse cuenta. Pero se equivocaba.
"Una vez se acostó con uno en St. Louis", recordaba Truman, "yo sólo tenía unos dos años pero lo recuerdo con toda claridad, y hasta el aspecto que tenía él, que era moreno. Estábamos en su apartamento, y yo estaba durmiendo sobre una colchoneta. De pronto, tuvieron una violenta pelea. Él abrió un armario, sacó una corbata y empezó a estrangularla con ella. Sólo se detuvo cuando yo me puse histérico. Un par de años más tarde me llevó a Jacksonville para dejarme con mi abuela. Ella y mi padre estaban más o menos separados por entonces y estuvo saliendo con varios jóvenes mientras estuvimos allí. Una noche pude oírles hacer lo que estuviesen haciendo en el ruidoso asiento del coche. En otra ocasión se trajo uno a casa. Ella debía de haber bebido porque podía oír sus risotadas y su voz sonaba rarísima. De pronto se encendieron todas las luces y ella y mi abuela empezaron a gritarse. Entonces se puso a hacer las maletas y cada cinco minutos salía al portal donde yo estaba durmiendo. Lloraba, me abrazaba y decía que nunca me dejaría. Me puse histérico otra vez y a partir de ahí se me encasquilla la memoria".
El único que sufría era Truman, y si es cierto, como dicen los psicólogos, que la mayor ansiedad de un niño (el temor original) es verse abandonado por sus padres, entonces él tenía buenas razones para sentir esa ansiedad.
Entre las artimañas de Arch y los líos de Lillie Mae no quedaba mucho tiempo para él. Cuando estaba solo con ellos, a veces lo dejaban encerrado en la pieza del hotel por la noche, dando instrucciones al personal para que no le permitieran salir aunque chillase, lo que hacía con frecuencia por puro miedo.
"A veces", recordaba él, "quedaba tan agotado que me dejaba caer en la cama o en el suelo y permanecía allí hasta que regresaban. Cada día era una pesadilla, porque temía que me abandonasen cuando estuviera oscuro. Sentía terror a verme abandonado, y recuerdo haber pasado prácticamente toda mi infancia viviendo en un constante estado de tensión y miedo".
Fue Capote, sin duda, un niño precoz que a los cinco años, antes de entrar en primer grado del colegio, ya había aprendido a leer y a escribir solo, a pesar de que en casa de los Faulk poco había que leer, aparte de la Biblia. Sus conocidos relatan que a esa temprana edad siempre iba acompañado de un pequeño diccionario, un bloc de notas y un lápiz, y que siempre tuvo claro lo que quería ser de grande: escritor. En 1935, con nueve años, dejó el Sur para mudarse a Nueva York con su madre y el segundo marido de ésta, un hombre de negocios cubano que le dio sus apellidos, García Capote. Tras estudiar en la Trinity School y Saint Johns Academy en Nueva York, y posteriormente en Greenwich High School, Connecticut, adonde se mudaron sus padres en 1939 y donde publicó sus primeros textos en el periódico del colegio (como Lucy, la historia de la criada negra que le acompañó desde Alabama a Nueva York), dejó los estudios a los diecisiete años para aceptar un trabajo en el New Yorker, como corrector de pruebas, donde llamaba la atención por su vestuario, entre excéntrico y dandy.
"Empecé a escribir a los ocho años", decía, "inesperadamente, sin la inspiración de un modelo. No conocía a nadie que escribiera. En realidad, apenas si conocía a alguien que leyera. El hecho era que sólo cuatro cosas me interesaban: leer, ir al cine, zapatear y dibujar. Luego, un día, comencé a escribir, sin saber que me había encadenado, de por vida, a un amo noble pero despiadado. Cuando Dios nos ofrece un don, al mismo tiempo nos entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación." Se sentía atraído por los hombres y se hallaba poseído por el deseo de alcanzar la inmortalidad a través de la palabra escrita.
Otras voces, otros ámbitos
Después de escribir y publicar con resonante éxito varios relatos breves, que lo catapultaron a la fama, se puso a escribir su primera novela. "Otras voces, otros ámbitos fue un intento de exorcizar demonios", escribiría Truman veinticinco años después, "un intento intuitivo y subconsciente, en realidad, porque yo no me daba cuenta, salvo en algunos episodios y descripciones, de que tuviese un serio carácter autobiográfico. Al volver a leerla ahora, considero imperdonable haberme engañado a mí mismo." Autoengaño puede que sí, pero imperdonable no, y el hombre de mediana edad que así opinaba era demasiado severo con el joven autor que escribió una obra de fuerza e intensidad tan extraordinarias. Lo cierto es que fue muy afortunado que, por lo menos a nivel consciente, mostrase esa ceguera sobre lo que estaba haciendo.
Tener conciencia de ello habría frenado su mano sin remedio ante el papel, si hubiese advertido que no estaba escribiendo sólo una novela sino su autobiografía psicológica: orientando, bajo el disfraz de la ficción, el angustioso viaje que terminó en el descubrimiento de su identidad como hombre, como homosexual y como artista.
Es compresible que se engañase a sí mismo, porque aparentemente sólo hay cierta similitud entre el curso de su propia vida y la gótica trama de su libro. Su héroe es un muchacho de trece años llamado Joel Harrison Knox, que, tras la muerte de su madre, es enviado desde Nueva Orleans, donde se ha criado, a vivir en la casa de una aislada plantación con su padre, a quien nunca ha visto y de quien ni siquiera lleva su apellido, Sansom. Al comienzo del libro lo presenta viajando hacia Noon City, que es la ciudad más próxima a la plantación. Allí le aguarda un criado, Jesús Fever, cuya carreta de mulas lo lleva, como en un sueño, por las oscuras y solitarias carreteras comarcales hasta Skullys Landing, nombre de la casa en la que vive su padre.
Skullys Landing, resto de lo que fuera una gran mansión, es un lugar anacrónico, decadente y en ruinas. No tiene electricidad ni agua corriente, y cinco columnas, que es todo lo que queda de una de las alas que se incendió, le dan al jardín "ese parecido primitivo y fantasmagórico aspecto de una ruina irremediable". Los únicos ocupantes son la mordaz madrastra de Joel, Miss Amy; su afeminado y narcisista primo Randolph; y el padre de Joel que, pese a las continuas pesquisas de Joel, misteriosamente no aparece por ninguna parte. Todos los que viven en Landing o cerca de allí son, en algún aspecto, anormales e incluso grotescos: las gemelas de la granja vecina, la femenina pero remilgada Florabel y el alocado marimacho de su hermana, Idabel; el casi enano Jesús Fever, que en sus centenarios ojos tiene algo de geniecillo; su nieta Zoo, cuyo cuello de jirafa muestra la cicatriz de la puñalada que le diera su novio la noche de bodas; y Little Sunshine, el negro ermitaño que tiene su morada en las pantanosas ruinas del Cloud Hotel, en otro tiempo establecimiento de moda. Pero lo que más impresiona a Joel es la aparición de un rostro espectral que lo mira desde la ventana del último piso, una "dudosa mujer" que lleva una aparatosa peluca blanca "con gruesos bucles derramados", como una condesa de la corte de Luis XVI.
En el universo narrativo de Truman casi nada representa meramente lo que parece sino que tiene, además, otro significado más profundo. Cuando una campana, que en otro tiempo se utilizaba para llamar a los esclavos que trabajaban la tierra, es arrancada con su soporte del suelo indica que Joel llama a una nueva vida; cuando a Idabel se le rompen sus anteojos de sol de color verde, que a veces utiliza Joel, ambos se ven obligados a mirar la vida tal cual es, con sus verdaderos y a veces desagradables colores. Un símbolo sigue a otro en una estructura intrincada y bastante intencional. En el primer borrador de Truman, por ejemplo, Noon City se llamaba Cherryseed City; y Skullys Landing, Minton Landing. Los anteriores nombres no tenían la dimensión adicional que estaba buscando. Sólo en el segundo borrador dio con unos nombres más apropiados y simbólicos que subrayan el viaje psicológico de Joel desde el día a la noche, desde el activo mundo a ras del suelo al subterráneo mundo de los sueños. Cuando conduce a Joel desde la luminosidad de Noon City por los tortuosos y oscuros caminos que llevan a Skullys Landing, Truman entra en su propio subconsciente.
Mitos y leyendas
La gente que Joel encuentra allí también se debe entender simbólicamente. Con su falta de realismo y su confianza en el simbolismo Otras voces, otros ámbitos es más un relato fantástico que una novela. Una novela está o debería estar poblada por personajes reales con un pasado, un presente y un futuro. El relato fantástico, en cambio, alberga figuras irreales y estilizadas que representan arquetipos psicológicos. "De ahí que con mucha frecuencia el relato fantástico irradie un resplandor de subjetiva intensidad del que carece la novela", dice el crítico Northrop Frye, "y que la sugerencia alegórica esté constantemente bordeando los márgenes". Randolph, Jesús Fever y el padre de Joel responden a esas figuras idealizadas y arquetípicas; y la alegoría que está constantemente bordeando los márgenes en el relato fantástico de Truman es antiquísima: la del hijo que busca a su padre, el joven en busca de su identidad. Aunque llegue a otro destino, a un diferente concepto del varón, Joel Harrisson Knox sigue las huellas de muchos héroes de mitos y leyendas.
Otras voces, otros ámbitos no tardó en encaramarse hasta la lista de best sellers del New York Times y permaneció en ella durante nueve semanas. Se vendieron más de veintiséis mil ejemplares, cantidad que, si no sensacional, era considerada sumamente buena, especialmente teniendo en cuenta el tema y la falta de una trama convencional. Las ventas, sin embargo, no fueron más que una medida de su éxito.
La reputación de Truman, que se había cimentado en los círculos literarios a raíz de la publicación de su famoso relato Miriam, se extendió en todas direcciones. Gente que jamás había puesto los pies en una librería no tardó en familiarizarse con el nombre y, sin dudas, con la cara de Truman Capote.
Su siguiente obra, la novela breve The Grass Harp (El arpa de hierba, 1951), le granjeó buenas críticas que le confirmaron como un valor seguro en el mercado literario. A este libro le siguieron algunas incursiones en el cine: escribió, junto a John Huston, el guión de La burla del diablo, 1951, basado en la novela de James Helvick, para una película protagonizada por Humphrey Bogart, Jennifer Jones y Gina Lollobrigida; se aventuró con el género musical al producir en Broadway Casa de flores, 1956, y escribió numerosos artículos periodísticos, mientras estaba de viaje por la Unión Soviética con el musical Porgy and Bess, que recogió en Se oyen las musas, 1956. Sin embargo, nunca abandonó la producción narrativa y continuó escribiendo relatos como Un recuerdo de Navidad, publicado en la revista Mademoiselle, reconocido por el propio autor como una de sus historias favoritas que, de nuevo, trata el tema de la sensibilidad juvenil y las emociones de la adolescencia e introduce personajes inspirados en la vida personal del autor.
Desayuno en Tiffanys
Cuando Truman llegó a Nueva York, a finales de octubre de 1958, Desayuno en Tiffanys ya estaba en las librerías, y Holly Golightly empezaba a encaramarse al hall de los famosos de la narrativa norteamericana. De todos sus personajes, comentaría posteriormente Truman, Holly era su favorita y no es difícil entender por qué. Holly vive de acuerdo a la filosofía de la que Randolph y Judge Cool sólo se limitaron a hablar en Otras voces, otros ámbitos y en El arpa de hierba. Toda su vida es una expresión de libertad y una aceptación de la atipicidad humana, la suya y la de los demás. Lo único que reconoce como pecado es la hipocresía. En una primera versión, Truman le puso un nombre tan curioso como inapropiado: Connie Gustafson. Luego lo pensó mejor y le puso un nombre que como Holiday Golightly simboliza con precisión su personalidad: es una mujer que hace de la vida una vacación, que vive al día.
La mayoría de los críticos se mostraron indulgentes con Holly como con Desayuno en Tiffanys. El elogio más agradable, sin embargo, vino de un colega que por lo general era tan belicoso como el propio Gore Vidal. "A Truman Capote no lo conozco bien, pero me gusta", escribió Norman Mailer. "Es tan agrio como una solterona, pero en el fondo es un diablillo y el más perfecto escritor de mi generación. Es quien escribe las mejores frases, palabra por palabra, ritmo a ritmo. Yo no tocaría ni una sola palabra en Desayuno en Tiffanys, que se convertirá en un pequeño clásico".
Sentado en su casa, junto a los acantilados, contemplando las suaves aguas del Mediterráneo (se encontraba descansado en Italia), comprendió, quizá por primera vez, la verdadera dimensión de lo que intentaba realizar. A sangre fría, que es como había titulado su libro, no era una mera crónica de un crimen espantoso. Era la historia de una familia, gente buena y decente, asaltada y destrozada por fuerzas que quedaban fuera de su conocimiento y de su control. Era un tema con resonancias similares a los de la tragedia griega, una historia que Esquilo o Sófocles hubiesen podido convertir en un drama sobre el destino y la fatalidad.
Truman estaba convencido de que ese mismo destino era el que le había enviado a Kansas y dado la oportunidad de escribir una obra de fuerza y grandeza singulares. Tenía un sagrado compromiso con aquel tema, consigo mismo y con el arte que veneraba para crear un libro que era distinto de cualquier otro que se hubiera escrito jamás. Si Plegarias atendidas podía ser algún día su En busca del tiempo perdido, A sangre fría podía ser Madame Bovary. "Puede que tarde un año más", le dijo a Newton, su amante. "No me importa
, tiene que ser perfecto, porque estoy muy entusiasmado con esto, totalmente dedicado a ello, y creo que si me armo de paciencia podría ser una obra maestra. Bien sabe Dios que tengo materiales formidables, y a montones (unas cuatro mil páginas mecanografiadas de notas). A veces, cuando pienso en lo extraordinario que podría ser, me quedo sin aliento. Y es que todo esto ha sido la experiencia más interesante de mi vida, y de hecho la ha cambiado, ha modificado mis puntos de vista sobre casi todo. Es una Gran Obra, créeme, y aunque fracasara sería igualmente un logro".
Corazones erráticos
Utilizando las técnicas que había aprendido como guionista cinematográfico, presenta a los principales protagonistas con breves y dinámicas escenas: los Clutter, insospechadamente abocados a su sino a la sombra de esos dignificados elevadores de granos; y sus asesinos cruzando Kansas, en busca de ellos, como Némesis en un Chevrolet negro. Allí en Holcomb, entregado a sus apacibles logros, se halla una América próspera, segura y un poco pagada de sí misma. Herb Clutter posee muchas buenas cualidades pero también es rígido y farisaico; promete despedir a cualquier empleado que encuentre "con alcohol", y no permite que Nancy, su hija, considere siquiera la posibilidad de casarse con su novio, cuyo único crimen es ser católico. Y, tratando de remontar posiciones llanura adelante, encontramos la otra América: pobre, desarraigada y estrafalaria. "Corazones erráticos", llama proféticamente Randolph a esa gente en Otras voces, otros ámbitos, cuyo único legado es la envidia y la autocompasión, y su único instrumento de trabajo la violencia. Juntos, víctimas y asesinos son como un microcosmos de América: luz y oscuridad; el bien y el mal.
Truman venía sosteniendo que el relato no imaginario podía ser tan ingenioso y original como la pura ficción. En su opinión, la razón de que fuese considerado, por lo común, como un género menor estribaba en que casi siempre lo escribían periodistas poco preparados para explotarlo. Sólo un escritor "que domine completamente las técnicas narrativas" puede elevarlo a la categoría de arte. "El periodista", añadía, "se mueve siempre en un plano horizontal al contar una historia, mientras que la narrativa la buena narrativa se mueve verticalmente, profundizando en el personaje y en los acontecimientos. Al tratar un hecho real con técnicas narrativas (algo que un periodista no puede realizar a menos que aprenda a escribir buena narrativa) es posible elaborar este tipo de síntesis". Como por lo general los buenos narradores habían desdeñado el reportaje y la mayoría de los reporteros no habían aprendido a escribir buena narrativa, no se había llegado a tal síntesis ni tampoco advertido el potencial de los relatos ceñidos a los hechos. Era como mármol aguardando al escultor, como la paleta esperando al pintor. Fue el primero en mostrar lo que se podía realizar con un material tan desestimado, insistía, y A sangre fría fue un nuevo género literario: la non fiction novel.
Con esta expresión quiso decir que los había escrito como si fuese una novela pero, en lugar de sacar los personajes y las situaciones de su imaginación, los había tomado de la vida real. Perry y Dick, Herb Clutter y Alvin Dewwy eran figuras tan historiables como George Washington y Abraham Lincoln. Y de la misma manera que no le había podido poner bigote a Washington, ni afeitarle la barba a Lincoln, tampoco podía modificar sus personajes en aras de su relato. La alambrada de los hechos le imponía no salir de su cerco. Y, sin embargo, dentro de esos límites, creía que había mucho más espacio de lo que otros escritores creyeron advertir: libertad para yuxtaponer acontecimientos en busca de efectos escenográficos, para recrear largas conversaciones, incluso para penetrar en la mente de sus personajes y referir lo que piensan. "El autor debe, en su libro, ser como Dios en el Universo, estar presente en todas partes y no hacerse jamás visible en ninguna", decía Flaubert. En A sangre fría, la presencia de Truman se siente en cada frase.
A sangre fría se convirtió en best seller, en un sensacional éxito; estuvo durante treinta y siete semanas en la lista de los libros más vendidos del New York Times, que cambiaría totalmente su vida, que lo hizo rico y que le reportó lo que más ansiaba: el reconocimiento como uno de los mejores escritores de los Estados Unidos.
Truman Capote, cuando le faltaba un mes para cumplir sesenta años, muere en la tarde de un jueves 23 de agosto de 1984, a raíz de una sobredosis fatal (¿accidental o deliberada?) de medicamentos. Puede que no importe demasiado preguntarse si trató o no de suicidarse: si lo intentó, después tuvo un respiro, una segunda oportunidad. Pero puesto a elegir entre la vida y la muerte, él prefirió la muerte.
Armando Almada-Roche
armandoalmadarroche@yahoo.com.ar
(Desde Buenos Aires, especial para ABC Color)